América, crónica hispano-americana
Madrid, 8 de noviembre de 1859
Las kabilas de los moros del Riff celebran feria un día de la semana, siendo en general los artículos que en ella se venden, granos, ganados de todas especies, frutas, babuchas, jarques y otras prendas de su vestido. Estas ferias, por lo general, según dice el Sr. Diana en su libro titulado Un prisionero en el Riff, son teatro de los mayores crímenes; porque concurriendo a ellas gentes de distintas kabilas, se encuentran los que se conservan resentimientos particulares y embisten por parte de la sociedad; su venganza está encomendada al pariente o amigo de la víctima, que espera otro día de feria para satisfacerla. Sucede a veces que, por resentimiento de una kabila con otra, el sitio de la feria se convierte en un campo de batalla, y haciendo parapeto de los objetos que llevan a vender, se baten detrás de ellos días enteros. En estas ferias, cuando son de paz, se reúnen los moros principales, y se dan cuenta de lo que entre ellos puede llamarse política, de las noticias que adquieren del campo cristiano, etc. Lo más importante se comunica al pueblo a la voz de pregón.
Los riffeños son supersticiosos hasta lo infinito. Si salen a caza no pueden comer la pieza si queda rematada de un tiro, y sí sólo cuando acaba de morir degollándola. No se miran al espejo, porque creen que el que lo hace no tiene hijos varones. Los riffeños no emplean a sus mujeres en faenas rudas del campo, a pesar de que no las creen iguales a ellos y casi privadas de entrar en el paraíso. El moro que lleva rosario pone ante su nombre la palabra “Escar”, y si, por ejemplo, se llama Maimon, no llevando rosario, desde que lo lleva se nombra Escar Maimon. Por la misma regla, el que va a la Meca antepone al nombre la palabra Herjah. En el Riff hay una plaga de perros, dando ocasión a mil reyertas y muerte entre sus amos, por mordeduras y riñas. No conciben que los cristianos se avengan a tener una sola mujer.
Madrid, 8 de noviembre de 1859
Las kabilas de los moros del Riff celebran feria un día de la semana, siendo en general los artículos que en ella se venden, granos, ganados de todas especies, frutas, babuchas, jarques y otras prendas de su vestido. Estas ferias, por lo general, según dice el Sr. Diana en su libro titulado Un prisionero en el Riff, son teatro de los mayores crímenes; porque concurriendo a ellas gentes de distintas kabilas, se encuentran los que se conservan resentimientos particulares y embisten por parte de la sociedad; su venganza está encomendada al pariente o amigo de la víctima, que espera otro día de feria para satisfacerla. Sucede a veces que, por resentimiento de una kabila con otra, el sitio de la feria se convierte en un campo de batalla, y haciendo parapeto de los objetos que llevan a vender, se baten detrás de ellos días enteros. En estas ferias, cuando son de paz, se reúnen los moros principales, y se dan cuenta de lo que entre ellos puede llamarse política, de las noticias que adquieren del campo cristiano, etc. Lo más importante se comunica al pueblo a la voz de pregón.
Los riffeños son supersticiosos hasta lo infinito. Si salen a caza no pueden comer la pieza si queda rematada de un tiro, y sí sólo cuando acaba de morir degollándola. No se miran al espejo, porque creen que el que lo hace no tiene hijos varones. Los riffeños no emplean a sus mujeres en faenas rudas del campo, a pesar de que no las creen iguales a ellos y casi privadas de entrar en el paraíso. El moro que lleva rosario pone ante su nombre la palabra “Escar”, y si, por ejemplo, se llama Maimon, no llevando rosario, desde que lo lleva se nombra Escar Maimon. Por la misma regla, el que va a la Meca antepone al nombre la palabra Herjah. En el Riff hay una plaga de perros, dando ocasión a mil reyertas y muerte entre sus amos, por mordeduras y riñas. No conciben que los cristianos se avengan a tener una sola mujer.