Por Ignacio Ruiz Quintano
Un millonario americano va a dar toros en Las Vegas, Estados Unidos, pero con “velcro” para las banderillas y sin estoque, pues se trata de no sacar a colación a la muerte. Total, una charlotada, a la que se prestan, entre otros, los matadores Enrique Ponce y Julián López.
–El toro debe ser considerado como el embajador extraordinario de la muerte –explica Cocteau para dar a entender la corrida de toros–. Porque en el centro del ruedo reina, inmóvil hasta dar miedo, ese insecto andrógino de alas blancas: la muerte.
Pero el millonario americano no ha leído a Cocteau, felizmente reeditado por “Demipage” en España, y no quiere muertos entre los vivos. Ese hombre –el millonario americano, quiero decir– sería capaz de censurarle a Amaral con un poco de “velcro” el pegadizo madrigal “pero esta noche moriría por vos / como Nicolas Cage en ‘Living Las Vegas’”.
En Las Vegas, con dinero, no muere nadie.
Hombre, puestos a cursilear, tampoco estaría de más que el millonario americano se dirigiera al Pentágono con la idea de proveer de “velcro” protector a los civiles que se ponen a tiro de la Fuerza Aérea en los desiertos de Iraq o Afganistán, que, después de todo, parecen de la misma arena que los de Las Vegas. Mas ya suponemos que no es compasión, sino codicia, lo que mueve al millonario americano a escamotear la muerte a sus clientes de Las Vegas. La muerte, el insecto andrógino de alas blancas de Cocteau, sólo con que ponga una mano sobre el hombro de un jugador, te vacía una ruleta, que es como si te saltara la banca.
Porque de Las Vegas sabemos en Madrid por la película “Casino”, de Scorsese, del mismo modo que de Madrid pueden saber en Las Vegas por el corto “El tranvía”, de Berlanga. Un desierto, Las Vegas, y un poblachón manchego, Madrid, donde los listos acostumbran desplumar a los tontos con la disculpa de yo lo vi primero. Allá, en fin, el millonario americano. Lo que nos choca es el consentimiento de nuestros toreros. Un torero que se presta a hacer como que torea a un toro de “velcro” que hace como que embiste no tiene pase. Vale que la productora de “Los Simpson” acepte retirar la cerveza del bar de “Moe” para poder vender la serie en Arabia. Pero... ¡los toros! ¿Tú te lo imaginas, mi querido Jorge Laverón?
–Tomad un cura, quitadle la fe... ¿y qué nos queda? –se preguntaba Jean Cau–. Un demócrata igualitarista.
Tomad un torero, quitadle el toro... ¿y qué nos queda? Un payaso abolicionista.
(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, Nº 903, 17 de Mayo de 2009. En la imagen, el gran Xavier Cugat, último español en poner una nube de ternura en Las Vegas)
Un millonario americano va a dar toros en Las Vegas, Estados Unidos, pero con “velcro” para las banderillas y sin estoque, pues se trata de no sacar a colación a la muerte. Total, una charlotada, a la que se prestan, entre otros, los matadores Enrique Ponce y Julián López.
–El toro debe ser considerado como el embajador extraordinario de la muerte –explica Cocteau para dar a entender la corrida de toros–. Porque en el centro del ruedo reina, inmóvil hasta dar miedo, ese insecto andrógino de alas blancas: la muerte.
Pero el millonario americano no ha leído a Cocteau, felizmente reeditado por “Demipage” en España, y no quiere muertos entre los vivos. Ese hombre –el millonario americano, quiero decir– sería capaz de censurarle a Amaral con un poco de “velcro” el pegadizo madrigal “pero esta noche moriría por vos / como Nicolas Cage en ‘Living Las Vegas’”.
En Las Vegas, con dinero, no muere nadie.
Hombre, puestos a cursilear, tampoco estaría de más que el millonario americano se dirigiera al Pentágono con la idea de proveer de “velcro” protector a los civiles que se ponen a tiro de la Fuerza Aérea en los desiertos de Iraq o Afganistán, que, después de todo, parecen de la misma arena que los de Las Vegas. Mas ya suponemos que no es compasión, sino codicia, lo que mueve al millonario americano a escamotear la muerte a sus clientes de Las Vegas. La muerte, el insecto andrógino de alas blancas de Cocteau, sólo con que ponga una mano sobre el hombro de un jugador, te vacía una ruleta, que es como si te saltara la banca.
Porque de Las Vegas sabemos en Madrid por la película “Casino”, de Scorsese, del mismo modo que de Madrid pueden saber en Las Vegas por el corto “El tranvía”, de Berlanga. Un desierto, Las Vegas, y un poblachón manchego, Madrid, donde los listos acostumbran desplumar a los tontos con la disculpa de yo lo vi primero. Allá, en fin, el millonario americano. Lo que nos choca es el consentimiento de nuestros toreros. Un torero que se presta a hacer como que torea a un toro de “velcro” que hace como que embiste no tiene pase. Vale que la productora de “Los Simpson” acepte retirar la cerveza del bar de “Moe” para poder vender la serie en Arabia. Pero... ¡los toros! ¿Tú te lo imaginas, mi querido Jorge Laverón?
–Tomad un cura, quitadle la fe... ¿y qué nos queda? –se preguntaba Jean Cau–. Un demócrata igualitarista.
Tomad un torero, quitadle el toro... ¿y qué nos queda? Un payaso abolicionista.
(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, Nº 903, 17 de Mayo de 2009. En la imagen, el gran Xavier Cugat, último español en poner una nube de ternura en Las Vegas)