Por Juan Lamarca
–Padre, qué importa que nuestra familia esté peligro, cuando lo que está en juego es la vida de España.
Así se explicaba el soldado Manolito Bienvenida ante Manuel Mejías Rapela, el Papa Negro.
Manuel Mejías Bienvenida ocupaba el trono del toreo aquel año de 1936, cuando el vil asesinato de Calvo-Sotelo descarga el toque de clarín que espolea a la razón frente a la barbarie, y la patria se divide en dos un 18 de Julio.
Manolo venía de cortar un rabo en Sevilla y dos en Madrid, además de rabo y pata bajo el capotillo de San Fermín, cuando la temporada española se trunca, toreando su última corrida de la España unida en El Ferrol, obteniendo los máximos trofeos.
Era este Bienvenida un héroe del toreo, y así comenzó a forjar su leyenda como héroe de la patria. Suspendida su corrida en Córdoba por causa del Alzamiento Nacional, marcha al día siguiente a Madrid para unirse a su familia, pero allí todo es horror y terror, como cuenta la biógrafa de la dinastía, María de la Hiz: “Le persiguen como a un conejo”.
–Esta noche vendrán a buscarte para darte el paseo –le informan confidencialmente.
Llama al Ministro de Gobernación, pero ya nadie controla nada, y tiene que ocultarse en una casa segura hasta que puede huir a Francia, y desde allí, a Burgos, donde se incorpora al Ejército Nacional ya en Octubre.
El soldadito Manolo Mejías Bienvenida torea en la liberada Sevilla una magna corrida patriótica “A beneficio de la ropa del soldado”, presidida por el general Queipo de Llano, al que le dirige un encendido y vibrante brindis ante un público enfervorizado. Sobre el fondo bermellón de su muleta apareció un nevado VIVA ESPAÑA, tal que un banderín de enganche de sentimientos patrios. Por la noche, a través de las habituales y nada discretas arengas radiofónicas del general, el gesto del mayor de los Bienvenida anidó en el recuerdo de unos y azuzó el rencor de otros.
Manolo se enrola en el frente más activo y peligroso, el del Jarama, demostrando también aquí su valor y su casta, siempre de pie ante el toro de la guerra.
–Mientras un hombre quede en pie, un Bienvenida no se tira al suelo –dice el general Sotelo, quien tuvo que arrestarlo en algunas ocasiones para que no se expusiera tanto. ¡Genio y figura!
Con su arrojo, a Manolito le invadía la tristeza: su madre y sus hermanos se hallaban presos por los rojos. Antes, su padre y su hermano Antonio habían logrado huir a Orán alegando que iban a torear a aquella plaza argelina; el esportón con los trajes y el fundón de los estoques que portaban fueron decisivos en la aduana para que la argucia tuviera éxito.
Doña Carmen Jiménez, esposa del Papa Negro, pone en marcha el plan acordado para reunirse con su marido. Llega al puerto de Alicante, con sus niños Ángel Luis, Juanito y Carmen Pilar, y cuando se disponen a pasar el control de viajeros y recorrer la pasarela de embarque son reconocidos por un miliciano iracundo que grita: “¡Estos son de la familia del Bienvenida que toreó en Sevilla!” Inmediatamente fueron detenidos e ingresados en la prisión alicantina.. El patio de la cárcel era una tenebrosa caja acústica cuyo repetitivo sonido anunciaba el amanecer de cada día, siendo en uno de ellos donde le arrebataran la vida a aquél que ofreció cristianamente su sangre con el ferviente deseo de que fuera la última gota que se derramara.
Tras tensa y vana espera en el puerto de Orán, el patriarca Manuel Mejías Bienvenida logra averiguar días más tarde las desventuras de su familia, iniciando una dura peregrinación por Argelia y Marruecos para llegar a Sevilla y presentarse en capitanía ante el general Queipo de Llano e implorar ayuda para su esposa e hijos, detenidos por los milicianos.
La presencia del soldado Manolo Bienvenida fue ordenada por Queipo a su despacho. Tras fundirse en un emocionado abrazo con el Papa Negro, éste le reprochó con su fuerte temperamento su clamorosa actuación y brindis en la corrida patriótica de Sevilla, poniendo en peligro la vida de su madre y hermanos. La gallarda respuesta anudó la garganta del general e hizo aflorar las lágrimas del curtido torero artífice de la gloriosa dinastía.
César Jalón Clarito, con ocasión de un polémico debate sobre la valía de los jóvenes de la dinastía torera, sentenció:
–Allá dónde veáis a un Bienvenida estaréis ante un torero.
Por entonces no se vislumbraba que el atributo de heroicidad también fuera propio de esta familia ejemplar. Eran otros tiempos, claro.
De nuevo la sonrisa brota en la faz de los Bienvenida. La familia cautiva en Alicante logra sortear los portones de los chiqueros rojos y llegar a Francia por la frontera de Port Bou.
Con anterioridad, y en varias ocasiones, el Papa Negro, en estado de desesperación, había sido estafado por atender distintos ofrecimientos para liberar a su familia a cambio de dinero. En la última ocasión se le presentó un hombre misterioso prometiéndole desinteresadamente conseguir la libertad de los suyos si seguía determinadas instrucciones. Esta persona providencial cumplió su ofrecimiento logrando lo que tantas veces el Papa Negro había implorado a Dios. Este enigmático señor desapareció en el momento del feliz reencuentro familiar y nunca más se supo de él, a pesar de su interés por encontrarle para mostrarle gratitud y amistad.
Ángel Luis Bienvenida solía acabar estos relatos con los ojos vidriosos y el rostro iluminado para decir que el Papa Negro, desde su profunda fe religiosa, siempre creyó que el misterioso hombre, en realidad, fue un Ángel enviado desde el cielo. Ángel Luis también, como toda su familia.
–Padre, qué importa que nuestra familia esté peligro, cuando lo que está en juego es la vida de España.
Así se explicaba el soldado Manolito Bienvenida ante Manuel Mejías Rapela, el Papa Negro.
Manuel Mejías Bienvenida ocupaba el trono del toreo aquel año de 1936, cuando el vil asesinato de Calvo-Sotelo descarga el toque de clarín que espolea a la razón frente a la barbarie, y la patria se divide en dos un 18 de Julio.
Manolo venía de cortar un rabo en Sevilla y dos en Madrid, además de rabo y pata bajo el capotillo de San Fermín, cuando la temporada española se trunca, toreando su última corrida de la España unida en El Ferrol, obteniendo los máximos trofeos.
Era este Bienvenida un héroe del toreo, y así comenzó a forjar su leyenda como héroe de la patria. Suspendida su corrida en Córdoba por causa del Alzamiento Nacional, marcha al día siguiente a Madrid para unirse a su familia, pero allí todo es horror y terror, como cuenta la biógrafa de la dinastía, María de la Hiz: “Le persiguen como a un conejo”.
–Esta noche vendrán a buscarte para darte el paseo –le informan confidencialmente.
Llama al Ministro de Gobernación, pero ya nadie controla nada, y tiene que ocultarse en una casa segura hasta que puede huir a Francia, y desde allí, a Burgos, donde se incorpora al Ejército Nacional ya en Octubre.
El soldadito Manolo Mejías Bienvenida torea en la liberada Sevilla una magna corrida patriótica “A beneficio de la ropa del soldado”, presidida por el general Queipo de Llano, al que le dirige un encendido y vibrante brindis ante un público enfervorizado. Sobre el fondo bermellón de su muleta apareció un nevado VIVA ESPAÑA, tal que un banderín de enganche de sentimientos patrios. Por la noche, a través de las habituales y nada discretas arengas radiofónicas del general, el gesto del mayor de los Bienvenida anidó en el recuerdo de unos y azuzó el rencor de otros.
Manolo se enrola en el frente más activo y peligroso, el del Jarama, demostrando también aquí su valor y su casta, siempre de pie ante el toro de la guerra.
–Mientras un hombre quede en pie, un Bienvenida no se tira al suelo –dice el general Sotelo, quien tuvo que arrestarlo en algunas ocasiones para que no se expusiera tanto. ¡Genio y figura!
Con su arrojo, a Manolito le invadía la tristeza: su madre y sus hermanos se hallaban presos por los rojos. Antes, su padre y su hermano Antonio habían logrado huir a Orán alegando que iban a torear a aquella plaza argelina; el esportón con los trajes y el fundón de los estoques que portaban fueron decisivos en la aduana para que la argucia tuviera éxito.
Doña Carmen Jiménez, esposa del Papa Negro, pone en marcha el plan acordado para reunirse con su marido. Llega al puerto de Alicante, con sus niños Ángel Luis, Juanito y Carmen Pilar, y cuando se disponen a pasar el control de viajeros y recorrer la pasarela de embarque son reconocidos por un miliciano iracundo que grita: “¡Estos son de la familia del Bienvenida que toreó en Sevilla!” Inmediatamente fueron detenidos e ingresados en la prisión alicantina.. El patio de la cárcel era una tenebrosa caja acústica cuyo repetitivo sonido anunciaba el amanecer de cada día, siendo en uno de ellos donde le arrebataran la vida a aquél que ofreció cristianamente su sangre con el ferviente deseo de que fuera la última gota que se derramara.
Tras tensa y vana espera en el puerto de Orán, el patriarca Manuel Mejías Bienvenida logra averiguar días más tarde las desventuras de su familia, iniciando una dura peregrinación por Argelia y Marruecos para llegar a Sevilla y presentarse en capitanía ante el general Queipo de Llano e implorar ayuda para su esposa e hijos, detenidos por los milicianos.
La presencia del soldado Manolo Bienvenida fue ordenada por Queipo a su despacho. Tras fundirse en un emocionado abrazo con el Papa Negro, éste le reprochó con su fuerte temperamento su clamorosa actuación y brindis en la corrida patriótica de Sevilla, poniendo en peligro la vida de su madre y hermanos. La gallarda respuesta anudó la garganta del general e hizo aflorar las lágrimas del curtido torero artífice de la gloriosa dinastía.
César Jalón Clarito, con ocasión de un polémico debate sobre la valía de los jóvenes de la dinastía torera, sentenció:
–Allá dónde veáis a un Bienvenida estaréis ante un torero.
Por entonces no se vislumbraba que el atributo de heroicidad también fuera propio de esta familia ejemplar. Eran otros tiempos, claro.
De nuevo la sonrisa brota en la faz de los Bienvenida. La familia cautiva en Alicante logra sortear los portones de los chiqueros rojos y llegar a Francia por la frontera de Port Bou.
Con anterioridad, y en varias ocasiones, el Papa Negro, en estado de desesperación, había sido estafado por atender distintos ofrecimientos para liberar a su familia a cambio de dinero. En la última ocasión se le presentó un hombre misterioso prometiéndole desinteresadamente conseguir la libertad de los suyos si seguía determinadas instrucciones. Esta persona providencial cumplió su ofrecimiento logrando lo que tantas veces el Papa Negro había implorado a Dios. Este enigmático señor desapareció en el momento del feliz reencuentro familiar y nunca más se supo de él, a pesar de su interés por encontrarle para mostrarle gratitud y amistad.
Ángel Luis Bienvenida solía acabar estos relatos con los ojos vidriosos y el rostro iluminado para decir que el Papa Negro, desde su profunda fe religiosa, siempre creyó que el misterioso hombre, en realidad, fue un Ángel enviado desde el cielo. Ángel Luis también, como toda su familia.