A Juan Miguel Núñez
Lo más interesante del último espectáculo de José Tomás en Barcelona únicamente lo consignó Juan Miguel Núñez, de la Agencia Efe, en su elegante crónica: un gallo fue arrojado al ruedo por algún extático espectador anónimo.
Aparte de lanzar quiquiriquís desde la tetilla izquierda de los deportivos pechos franceses, el gallo es el animal totémico (“emblemático”, diría un redactor de El País) de la cultura occidental. Nuestro Señor fue negado tres veces antes de que cantara el gallo, y a un gallo, precisamente, fue a dirigirse el último pensamiento de Sócrates en esta vida:
–Debéis sacrificar un gallo a Esculapio, el dios de la medicina, que me ha curado de la enfermedad de la vida –dijo a sus discípulos antes de empinar de la cicuta.
Y así murió serenamente.
Sócrates nunca escribió una línea: no creía en los libros. Pero Clarín, uno de nuestros grandes fox-terrier de pelo duro, en uno de sus cuentos menos crueles, se figura que, al día siguiente de la muerte de Sócrates, Critón, discípulo tonto e “idealista de segunda mano”, andaba detrás de un gallo que trepaba las bardas para escapársele y le decía:
–¿No comprendes que tu maestro hablaba en parábolas? ¿Que eso de sacrificar un gallo no era más que un modo pintoresco de hablar?
Critón no quiso entender de razones y alcanzó al gallo de una pedrada. El gallo, al morir, exclamó:
–¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino. Hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.
Y a uno le hace ilusión creer que el gallo del espectáculo “emo” de Barcelona era el de Clarín, que acabó escapándosele de las manos al tonto de Critón.
Aparte de lanzar quiquiriquís desde la tetilla izquierda de los deportivos pechos franceses, el gallo es el animal totémico (“emblemático”, diría un redactor de El País) de la cultura occidental. Nuestro Señor fue negado tres veces antes de que cantara el gallo, y a un gallo, precisamente, fue a dirigirse el último pensamiento de Sócrates en esta vida:
–Debéis sacrificar un gallo a Esculapio, el dios de la medicina, que me ha curado de la enfermedad de la vida –dijo a sus discípulos antes de empinar de la cicuta.
Y así murió serenamente.
Sócrates nunca escribió una línea: no creía en los libros. Pero Clarín, uno de nuestros grandes fox-terrier de pelo duro, en uno de sus cuentos menos crueles, se figura que, al día siguiente de la muerte de Sócrates, Critón, discípulo tonto e “idealista de segunda mano”, andaba detrás de un gallo que trepaba las bardas para escapársele y le decía:
–¿No comprendes que tu maestro hablaba en parábolas? ¿Que eso de sacrificar un gallo no era más que un modo pintoresco de hablar?
Critón no quiso entender de razones y alcanzó al gallo de una pedrada. El gallo, al morir, exclamó:
–¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino. Hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.
Y a uno le hace ilusión creer que el gallo del espectáculo “emo” de Barcelona era el de Clarín, que acabó escapándosele de las manos al tonto de Critón.