lunes, 1 de mayo de 2017

Despropósito de las cuadrillas y falta de propósito en los novilleros

 Vino, jamón y cocidito madrileño
El sueño del nuevo cosmopolitismo taurino

José Ramón Márquez

Con un tiempo harto desapacible y con la mente ocupada en rumiar las circunstancias de la vida que nos impidieron estar ayer en Sevilla a ver toros de lidia de verdad en la Plaza de Toros del Arenal, marca de don Victorino Martín Andrés, nos bajamos a Las Ventas pensando que lo mismo suspenden, si la cosa de la nubosidad se encenaga un poco, y así nos ahorramos el frío y el sinsabor. No hay tutía, y las gotillas que caen no tienen pinta de que vayan a llegar a ser la causa de fuerza mayor que nos vaya a librar de echar el rato en la andanada, que al menos tiene tejadillo. 

Emprendemos el ascenso hacia las regiones celestiales de Las Ventas entre la consabida mugre, inequívoca seña de identidad de esta Plaza de Toros, hojeando estupefactos la portada del programa oficial de la tarde, en el que se halla estampada una ilustración de don Jerome Pradet que representa un plato de jamón, lo que parece el tercer vuelco de un cocido, un plato con tres langostinos y una botella de vino. No es que uno vaya a pedir, ilusamente, que Plaza1 hubiese tenido en la portada de  su programa número 6 un recuerdo para la ganadería de Miura, hoy que se conmemoraban los ciento sesenta y ocho años de su presentación en Madrid, pero que de modernos ya nos pasamos y que lo del plato de jamón y los grabieles ya es como de caricatura, digo yo.
 
Para el primero de los festejos de la segunda Feria de la Comunidad de Cristina Cifuentes y de su inseparable Fernández, el Mochu, empeñado en aumentar el nivel de incuria en la policía de la Plaza de su predecesor, se programó una corrida de novillos para lo que adquirieron el material a don Esteban y don Juan Sánchez Herrero, ganaderos de la Asociación de Ganaderías de Lidia que desde hace unos quince años poseen una vacada hecha sobre la base del ganado que adquirieron a El Raboso. Origen juampedrero, si lo miras por ahí, pero del juampedreo del cretácico superior, porque si El Raboso compró lo de doña María Antonia Fonseca en 1979, a ver quién halla lo que puede quedar de lo que en origen venía juampedreado tras casi cuarenta años de manejo por libre. Las capas y poco más.

La cosa es que los Sánchez Herrero se trajeron desde Salamanca una corrida seria y bien presentada, acorde a lo que se pide en Madrid, con 497 kilos de promedio, dos negros y cuatro castaños, de los cuales dos chorreados. La corrida no creo que haya gustado ni a los mentores de los toreros ni a los que han estado en el ruedo viéndoselas con ella, ni a esa parte del público que ansía extasiarse con muletazos largos, lentos y estéticos de esos que tan poco se prodigan, porque los seis de los Hermanos Sánchez Herrero han traído a Las Ventas dificultades, incertidumbres, peligro, casta y mansedumbre: ese infalible cóctel que garantiza que no hay manera de aburrirse a cambio de que no hayas ido a la Plaza en busca de desmayo, escacharre de relojes, sonidos negros y demás fenómenos extrataurinos que se dan en las Plazas de Toros a condición de que lo que salga por chiqueros no tenga mucho que ver con el toro. La seria corrida que han mandado a Madrid los ganaderos charros era para novilleros curtidos, lo que se espera del que viene a la capital, para que pudiesen demostrar ante la cátedra los recursos, los conocimientos y el oficio propio de sus novillerías, dejar el sello de sus tauromaquias y sentarse a esperar la siguiente, a ver si en el otro registro, el del arte, eran también capaces.
 
Para dar fin de los aldeanuevas de don Esteban y don Juan pusieron en el cartel los nombres de Tulio Salguero, Álvaro García y Daniel Menés.
 
Tulio Salguero no despega. Lleva ya mucho de novillero y la cosa no parece marchar. En su segundo se inhibió de tal manera con el toro, dejando la labor a sus peones, que dio la medida de que su final en el mundo de la novillería está ya próximo. Dejaron correr al toro hacia el picador de reserva porque la jindama que le habían tomado al bicho, Valenciano, número 28,  sólo se podía remediar un poco si le metían el hierro en los espaldares, al precio que fuera. Lo agarró el padre del novillero, Tulio Salguero, y allá fueron al suelo el jinete y el penco para aumentar el perceptible horror que matador y cuadrilla habían desarrollado. Nada más que reseñar. En su primero, al ir a agarrar una banderilla del suelo se clavó él mismo el arponcillo. El rigor de las desdichas.
 
Álvaro García es de San Sebastián de los Reyes, como Fernández el Mochu. Para él, que no parece por lo visto atesorar los secretos del toreo en grado sumo, debió hacérsele un mundo tener que sobreponerse a la deplorable actuación de la cuadrilla que le acompañaba o que vino con él a le estorbarle. La cosa es que podemos decir que el de Sanse estuvo en el ruedo más solo que la una y que lo que urdieron sus auxiliadores más hizo para mal de los novillos que para bien. El catálogo de capotes al suelo, carreras despavoridas, marronazos y demás pasa directamente a la leyenda negra de los que lo perpetraron. A García le cuesta una barbaridad el toreo al natural, en su segundo ni agarró la muleta con la zurda. A cambio recetó una habilidosa estocada de difícil ejecución cuando el toro se había aquerenciado en tablas, como en una vieja estampa de La Lidia.
 
Daniel Menés trajo algo más de oficio y de disposición que los otros de la terna. Y mejor cuadrilla, que es un mérito que ya le hemos señalado al madrileño cuando se presentó en Las Ventas. Sin llegar a plantear ninguna de sus dos faenas con argumentos digamos inapelables, sí que dejó algunas pinceladas en ambos novillos de cierto interés. Con el manso tercero, Rodillero, número 20, anduvo porfiando y cuando el bicho volvió grupas y huyó hacia el 5 allá se fue Menés a ver de sujetarlo sin descomponerse y manteniendo la planta erguida. Con el sexto, Gordo, número 37, volvió a plantear parecidos argumentos siendo jaleado en ciertos momentos, dando, no obstante, la sensación de que no mandaba mucho sobre el toro. A este lo tumbó de una estocada desprendida de efecto fulminante. Luego se dio una vuelta al ruedo por su cuenta frente a unos tendidos ya desiertos, que se ve que eso le hacía ilusión. Decíamos de la cuadrilla y debemos reseñar dentro del despropósito general de la tarde a Simao Neves, que volvió a picar con conocimiento de la puya y de la equitación, y a Jarocho, que bregó con el conocimiento a que nos tiene acostumbrados.

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