Memoria pipera
José Ramón Márquez
Hoy le dedicaron un minuto de silencio a Víctor Barrio (qDg) porque tal día como hoy habría cumplido años. Como empecemos con éstas no sé dónde podemos acabar, la verdad, que esto de los minutos de silencio ni sé quién los manda ni quién los propone y, ya puestos, el sábado se cumplieron años de la muerte de Maoliyo el Espartero, como recuerdan los tanguillos de Cádiz: “un veintisiete de mayo / a un caballero le oí decir / hoy se cumplen los tres años / que El Espartero murió en Madrid…” y nadie se acordó del torero de la Alfalfa sevillana más que Juan Palette, a centenares de kilómetros de Las Ventas. Ignoro a qué obedeció el recordatorio de la onomástica del segoviano. Antes de entrar a la andanada me asomé a mirar la novillada de mañana desde arriba; andando por el pasillo iban tres hombres mayores que luego entraron en la Andanada 10. El más bajito dice a los otros: “No sé quién se ha muerto, que le van a dar un minuto de silencio”.
Lo que se va muriendo, lo que se merece un minuto o sesenta minutos de silencio es la Feria del Isidro, que está siendo asesinada a manos de la más despreciable colección de ganado feo, mal presentado, sin trapío y sin fuerzas: he ahí la obra de Donsimón el Productor y de su equipo de veedores (que Dios les conserve la vista) y de los veterinarios que se conoce que los de este año son los repetidores, los que aprobaban en septiembre. Porque no es que nos demos de cabezazos con las corridas que nos han echado, con la vuelta al ruedo, por ver de salvar algún mueble, a un inválido que las palmó aculado en tablas, es que miras hacia adelante y lo que ves, espanta: Montealto, Victoriano del Río, Juampedro y Garcigrande son el Tourmalet, el Angliru que aún tenemos que subir a piñón fijo antes de poder llegar al remanso de lo que queremos ver. Hoy, como adecuado prólogo a esas cuatro tazas de ricino que nos esperan en esta semana, trajeron los “Núñez” de don José Luis Pereda, otra corrida de deplorable estética, lamentable presentación y juego, que deja en evidencia al presidente y al equipo veterinario que fueron capaces de dar el apto a esa redada con más de cien quilos de diferencia entre el tren de mercancías y la cabra.
Hoy se dio una circunstancia que no suele darse y es que el ganadero estuvo en la Plaza. Así no hubo que esperar a que su mayoral, don Miguel López, le diese la noticia de la basura que habían traído a Madrid, tras tenerlos tantos años echándolos de comer. De esta forma él mismo pudo certificar de visu que sus presuntos desvelos como ganadero no dan ningún resultado y que la opción de eliminar lo anterior es una elección que no debería ser despreciada, ni mucho menos. El primero de la tarde, Viajero, número 126, cayó desplomado tras recibir el primer simulacro de vara, volvió a besar la sacrosanta arena de miga de Las Ventas en los inicios de la faena de muleta y luego transmitió la sensación cierta de que era apenas capaz de sostenerse en pie. El segundo, Arocheno, número 146, cayó por dos veces en los lances de capa, y otra antes de entrar al penco; el picador, con esos antecedentes, apenas le señaló, por lo que pudiese pasar, pero Jarocho lo tumbó en su tercer par de banderillas. El tercero, Panadero, número 66, trajo la buena nueva a su criador: no cayó al suelo a cambio de casi no ser picado en sus dos encuentros con el aleluya guateado. El cuarto, Cilantro, número 100, cayó como sus hermanos en la primera vara, por lo que Héctor Piña decidió no picar en la segunda, por lo que pudiese pasar, que al final pasó cuando andaban trajinándole para banderillas y es que se fue… al suelo, y lo mismo en la faena de muleta. El quinto, Petanco, número 77, la cabra de la que hablábamos más arriba, directamente no fue picado y no se pegó ningún planchazo. Mejor para él. El sexto, Agrio, número 102, es el único de la tarde que recibió una vara a modo, fue la primera y se la recetó Manuel José Bernal, que es el único de los picadores que hoy se ganó el pan con el sudor de su frente. Este toro, para gloria de su criador, tampoco conoció el oprobio del piscinazo en la arena. A los comportamientos que presentaron los productos del señor Pereda, más parecidos a los hábitos del gusano de seda que a los del toro de lidia en cuanto a sus deseos de reptar, debemos unir, en esta escalera que trajo a Madrid el señor Pereda, la variedad de aspectos, que llevo hora y media dando vueltas al libro “Prototipos raciales del vacuno de lidia” para entender que acaso el quinto y el sexto eran más de tipo Villamarta, y que me perdonen el señor marqués de Villamarta y sus herederos.
En un cartel que no fue capaz de concitar la masiva afluencia del público a La Monumental, que presentaba una entrada bastante pobre, pusieron los nombres de Morenito de Aranda, Iván Fandiño y Gonzalo Caballero.
Morenito siempre me ha parecido un torero sumamente afectado en su forma de lancear. Bien es verdad que él acude de manera muy regular a la verónica, que en esto del capote es la Ley, pero huye de la naturalidad que siempre debe impregnar todo lo que se hace en la Plaza y adopta unas posturas barrocas que no hacen mejor el lance. De esta manera recibió a su primero. Bueno, abundando en lo de la afectación, diremos que antes de abrirse de capa el burgalés estuvimos apreciando su postizo, compuesto de la moña negra con un rabillo dorado. Su trasteo con Viajero comenzó de manera muy templada, sin dar el paso adelante, por supuesto. Era tal la debilidad caediza del toro que la cosa no cobra vuelo y el torero se desconcentra comenzando una serie de trapazos sin interés. El toro parecía que venía de hacer un cursillo de Prevención de Riesgos Laborales, porque no se le vio ni una sola actitud capaz de dar la idea de peligro como tampoco de echar una mano. Se ve que era toro al que había que incitarle, tal y como hacía aquél anónimo speaker de Daganzo que en los festejos de recortadores bramaba: “¡Toro, colabora!”. Con un pinchazo y un sartenazo tendido Morenito despenó a Viajero. A su segundo, Cilantro (Coriandrum sativum), lo quiso recibir a porta gayola, pero el toro después de pensárselo optó por irse de allí al paso: mejor para todos. Éste daba la impresión de haber venido a la Plaza en la ambulancia del SAMUR, no en un camión. El toro acude de largo a la muleta morenística y el de Aranda le pega con la derecha una serie ligada y templada (lo que eso gusta ya está más que comprobado) aunque de poca reunión y exposición, a ésa la sigue otra más embarullada, que al no tener temple y ligazón enfría las emociones del senado, luego otra serie más en la que el toro le engancha la muleta y acaba sentado, como Toro Sentado, y luego cuatro derechazos ligados, bien rematados y algo por afuera que son lo mejor de su actuación, que finaliza con media estocada baja echándose fuera, un aviso, un bajonazo y una puñalada trapera.
Iván Fandiño sorteó los dos más chicos de la tarde. Recibe a su primero con verónicas embarulladas de marcha atrás. Brinda la birria al ganadero, o porque es amiguete o porque se lo ha mandado su apoderado Nahún, y comienza en los medios con dos pases cambiados, un cambio de mano y uno por alto. Eso es lo que le salió. A partir de ahí ya la cosa cambia, o no cambia porque ahí tenemos lo de cada día, los redondos por las afueras, un natural que pareció que podría llegar a ser y otros con el pico de la muleta con el toro en plan circunvalación y otros derechazos que son como ver un coche en una rotonda. Fandiño se pone harto pesado y ni hace amago de querer plantear el toreo bueno; luego intenta unos cuantos naturales, uno a uno, algunos enganchados, y vuelve a dar la sensación de impotencia que le acompaña últimamente. Saca a las gentes del sopor con las clásicas bernardas y se libra de Arocheno mediante una tendida, trasera y atravesada perdiendo la muleta y un golpe de descabello. En su segundo, Petanco, se va a porta gayola y la cabra, tras saltar, sale corriendo hacia el burladero del 6. Este animal, que era el de menos peso pero el de lengua más larga del encierro, propicia otro capítulo del viaje a ninguna parte de Fandiño que, animado desde el callejón por la ciencia de su apoderado Nahún, obsequia a la cátedra una actuación salpicada de carreritas, enganchones, el moonwalk o pasitos de las muñecas de Famosa, el fueracacho y demás arquitectura efímera. Le arrea a Petanco una estocada baja con derrame y, como la cosa está de manchar, los peones esta vez no se acaban de animar a hacerle la rueda.
Mientras la cuadrilla de Gonzalo Caballero estaba a lo de las banderillas, una septuagenaria de la fila 5 descabezaba un sueñecito; luego la señora se vio despertada por una grave voz que avisaba: “¡Qué asco, ganadero!” y así pudo ver las carencias de Caballero, apenas tapadas por su valerosa actitud. Caballero deja al toro suelto al final del muletazo, no resuelve el último tercio del pase, que es donde se consigue la ligazón y por ello debe recolocarse a cada muletazo. El primer pase medio se lo da, pero no hay continuidad, una y otra vez. Por eso la faena es deslavazada y carece de unidad -y de sentido-. Cita a matar en una estocada aguantando, clavando arriba de gran efectividad. Buena estocada. El sexto fue banderilleado toreramente por Miguel Martín. El trasteo de Caballero adoleció de los mismos defectos que el del tercero: no deja al toro colocado y tiene que ir a buscarle, él va improvisando y se le ve casi siempre cogido, tampoco se da cuenta de la distancia que el toro le demanda y ahoga la embestida, por lo que el toro protesta con cabezazos. En realidad no hay faena, otra vez, y Caballero presenta de manera sincera lo que realmente atesora que es su valor. Lo mata de estocada arriba quedándose en la cara y soltando la muleta y descabello.
Hoy le dedicaron un minuto de silencio a Víctor Barrio (qDg) porque tal día como hoy habría cumplido años. Como empecemos con éstas no sé dónde podemos acabar, la verdad, que esto de los minutos de silencio ni sé quién los manda ni quién los propone y, ya puestos, el sábado se cumplieron años de la muerte de Maoliyo el Espartero, como recuerdan los tanguillos de Cádiz: “un veintisiete de mayo / a un caballero le oí decir / hoy se cumplen los tres años / que El Espartero murió en Madrid…” y nadie se acordó del torero de la Alfalfa sevillana más que Juan Palette, a centenares de kilómetros de Las Ventas. Ignoro a qué obedeció el recordatorio de la onomástica del segoviano. Antes de entrar a la andanada me asomé a mirar la novillada de mañana desde arriba; andando por el pasillo iban tres hombres mayores que luego entraron en la Andanada 10. El más bajito dice a los otros: “No sé quién se ha muerto, que le van a dar un minuto de silencio”.
Lo que se va muriendo, lo que se merece un minuto o sesenta minutos de silencio es la Feria del Isidro, que está siendo asesinada a manos de la más despreciable colección de ganado feo, mal presentado, sin trapío y sin fuerzas: he ahí la obra de Donsimón el Productor y de su equipo de veedores (que Dios les conserve la vista) y de los veterinarios que se conoce que los de este año son los repetidores, los que aprobaban en septiembre. Porque no es que nos demos de cabezazos con las corridas que nos han echado, con la vuelta al ruedo, por ver de salvar algún mueble, a un inválido que las palmó aculado en tablas, es que miras hacia adelante y lo que ves, espanta: Montealto, Victoriano del Río, Juampedro y Garcigrande son el Tourmalet, el Angliru que aún tenemos que subir a piñón fijo antes de poder llegar al remanso de lo que queremos ver. Hoy, como adecuado prólogo a esas cuatro tazas de ricino que nos esperan en esta semana, trajeron los “Núñez” de don José Luis Pereda, otra corrida de deplorable estética, lamentable presentación y juego, que deja en evidencia al presidente y al equipo veterinario que fueron capaces de dar el apto a esa redada con más de cien quilos de diferencia entre el tren de mercancías y la cabra.
Hoy se dio una circunstancia que no suele darse y es que el ganadero estuvo en la Plaza. Así no hubo que esperar a que su mayoral, don Miguel López, le diese la noticia de la basura que habían traído a Madrid, tras tenerlos tantos años echándolos de comer. De esta forma él mismo pudo certificar de visu que sus presuntos desvelos como ganadero no dan ningún resultado y que la opción de eliminar lo anterior es una elección que no debería ser despreciada, ni mucho menos. El primero de la tarde, Viajero, número 126, cayó desplomado tras recibir el primer simulacro de vara, volvió a besar la sacrosanta arena de miga de Las Ventas en los inicios de la faena de muleta y luego transmitió la sensación cierta de que era apenas capaz de sostenerse en pie. El segundo, Arocheno, número 146, cayó por dos veces en los lances de capa, y otra antes de entrar al penco; el picador, con esos antecedentes, apenas le señaló, por lo que pudiese pasar, pero Jarocho lo tumbó en su tercer par de banderillas. El tercero, Panadero, número 66, trajo la buena nueva a su criador: no cayó al suelo a cambio de casi no ser picado en sus dos encuentros con el aleluya guateado. El cuarto, Cilantro, número 100, cayó como sus hermanos en la primera vara, por lo que Héctor Piña decidió no picar en la segunda, por lo que pudiese pasar, que al final pasó cuando andaban trajinándole para banderillas y es que se fue… al suelo, y lo mismo en la faena de muleta. El quinto, Petanco, número 77, la cabra de la que hablábamos más arriba, directamente no fue picado y no se pegó ningún planchazo. Mejor para él. El sexto, Agrio, número 102, es el único de la tarde que recibió una vara a modo, fue la primera y se la recetó Manuel José Bernal, que es el único de los picadores que hoy se ganó el pan con el sudor de su frente. Este toro, para gloria de su criador, tampoco conoció el oprobio del piscinazo en la arena. A los comportamientos que presentaron los productos del señor Pereda, más parecidos a los hábitos del gusano de seda que a los del toro de lidia en cuanto a sus deseos de reptar, debemos unir, en esta escalera que trajo a Madrid el señor Pereda, la variedad de aspectos, que llevo hora y media dando vueltas al libro “Prototipos raciales del vacuno de lidia” para entender que acaso el quinto y el sexto eran más de tipo Villamarta, y que me perdonen el señor marqués de Villamarta y sus herederos.
En un cartel que no fue capaz de concitar la masiva afluencia del público a La Monumental, que presentaba una entrada bastante pobre, pusieron los nombres de Morenito de Aranda, Iván Fandiño y Gonzalo Caballero.
Morenito siempre me ha parecido un torero sumamente afectado en su forma de lancear. Bien es verdad que él acude de manera muy regular a la verónica, que en esto del capote es la Ley, pero huye de la naturalidad que siempre debe impregnar todo lo que se hace en la Plaza y adopta unas posturas barrocas que no hacen mejor el lance. De esta manera recibió a su primero. Bueno, abundando en lo de la afectación, diremos que antes de abrirse de capa el burgalés estuvimos apreciando su postizo, compuesto de la moña negra con un rabillo dorado. Su trasteo con Viajero comenzó de manera muy templada, sin dar el paso adelante, por supuesto. Era tal la debilidad caediza del toro que la cosa no cobra vuelo y el torero se desconcentra comenzando una serie de trapazos sin interés. El toro parecía que venía de hacer un cursillo de Prevención de Riesgos Laborales, porque no se le vio ni una sola actitud capaz de dar la idea de peligro como tampoco de echar una mano. Se ve que era toro al que había que incitarle, tal y como hacía aquél anónimo speaker de Daganzo que en los festejos de recortadores bramaba: “¡Toro, colabora!”. Con un pinchazo y un sartenazo tendido Morenito despenó a Viajero. A su segundo, Cilantro (Coriandrum sativum), lo quiso recibir a porta gayola, pero el toro después de pensárselo optó por irse de allí al paso: mejor para todos. Éste daba la impresión de haber venido a la Plaza en la ambulancia del SAMUR, no en un camión. El toro acude de largo a la muleta morenística y el de Aranda le pega con la derecha una serie ligada y templada (lo que eso gusta ya está más que comprobado) aunque de poca reunión y exposición, a ésa la sigue otra más embarullada, que al no tener temple y ligazón enfría las emociones del senado, luego otra serie más en la que el toro le engancha la muleta y acaba sentado, como Toro Sentado, y luego cuatro derechazos ligados, bien rematados y algo por afuera que son lo mejor de su actuación, que finaliza con media estocada baja echándose fuera, un aviso, un bajonazo y una puñalada trapera.
Iván Fandiño sorteó los dos más chicos de la tarde. Recibe a su primero con verónicas embarulladas de marcha atrás. Brinda la birria al ganadero, o porque es amiguete o porque se lo ha mandado su apoderado Nahún, y comienza en los medios con dos pases cambiados, un cambio de mano y uno por alto. Eso es lo que le salió. A partir de ahí ya la cosa cambia, o no cambia porque ahí tenemos lo de cada día, los redondos por las afueras, un natural que pareció que podría llegar a ser y otros con el pico de la muleta con el toro en plan circunvalación y otros derechazos que son como ver un coche en una rotonda. Fandiño se pone harto pesado y ni hace amago de querer plantear el toreo bueno; luego intenta unos cuantos naturales, uno a uno, algunos enganchados, y vuelve a dar la sensación de impotencia que le acompaña últimamente. Saca a las gentes del sopor con las clásicas bernardas y se libra de Arocheno mediante una tendida, trasera y atravesada perdiendo la muleta y un golpe de descabello. En su segundo, Petanco, se va a porta gayola y la cabra, tras saltar, sale corriendo hacia el burladero del 6. Este animal, que era el de menos peso pero el de lengua más larga del encierro, propicia otro capítulo del viaje a ninguna parte de Fandiño que, animado desde el callejón por la ciencia de su apoderado Nahún, obsequia a la cátedra una actuación salpicada de carreritas, enganchones, el moonwalk o pasitos de las muñecas de Famosa, el fueracacho y demás arquitectura efímera. Le arrea a Petanco una estocada baja con derrame y, como la cosa está de manchar, los peones esta vez no se acaban de animar a hacerle la rueda.
Mientras la cuadrilla de Gonzalo Caballero estaba a lo de las banderillas, una septuagenaria de la fila 5 descabezaba un sueñecito; luego la señora se vio despertada por una grave voz que avisaba: “¡Qué asco, ganadero!” y así pudo ver las carencias de Caballero, apenas tapadas por su valerosa actitud. Caballero deja al toro suelto al final del muletazo, no resuelve el último tercio del pase, que es donde se consigue la ligazón y por ello debe recolocarse a cada muletazo. El primer pase medio se lo da, pero no hay continuidad, una y otra vez. Por eso la faena es deslavazada y carece de unidad -y de sentido-. Cita a matar en una estocada aguantando, clavando arriba de gran efectividad. Buena estocada. El sexto fue banderilleado toreramente por Miguel Martín. El trasteo de Caballero adoleció de los mismos defectos que el del tercero: no deja al toro colocado y tiene que ir a buscarle, él va improvisando y se le ve casi siempre cogido, tampoco se da cuenta de la distancia que el toro le demanda y ahoga la embestida, por lo que el toro protesta con cabezazos. En realidad no hay faena, otra vez, y Caballero presenta de manera sincera lo que realmente atesora que es su valor. Lo mata de estocada arriba quedándose en la cara y soltando la muleta y descabello.
Padrenuestro de la nada