Al mohadilla para el toreo moderno
José Ramón Márquez
Aún bajo estado de shock severo tras la vuelta al ruedo unipersonal, porque sólo la pidió el Presidente, que le dieron al Hebrea el día de ayer y ya estamos subiendo otro día más por las escaleras hasta la atalaya desde la que día a día vamos certificando el hundimiento de la exigencia de Madrid, de esta primera Plaza de Toros de pueblo del mundo, devenida hoy, particularmente al final de la tarde, en sucursal del Circo de Price.
Con una entrada paupérrima, que se ve que el aficionado de campanillas prefirió irse a la Feria del Libro mejor que a la Feria de Simón, los tendidos se poblaron por un público festivo más interesado en los gin & tonic que les ponen en vasos de usar y tirar que en lo que va ocurriendo en el ruedo. Las toneladas de pipas de girasol, cuya ingestión masiva queda avalada por las montañas de cáscaras que permanecen en las gradas como testigo, acrecientan el aire pueblerino de Madrid, y de pronto la Plaza de Las Ventas es como la Plaza de Morata, pero con menos gracia. Parte de culpa en esto tiene sin duda el empresario Donsimón, que está trayendo a Madrid corridas absolutamente deleznables, por mucho que los de a tanto el folio se empeñen en cantar al memo de Hebrea como si fuese Belador, porque en Madrid desde que empezó el ciclo del Isidro la exigencia ganadera está por los suelos, en lo metafórico y en lo real, que hay que ver la de años que hace que no se veían caer tantos toros como este año. Allá penas con los veedores, que es como para ponerles un quiosco de la ONCE, y allá penas con esta insana reiteración del ganado bodeguero, tan blando y sinsorgo como el de hoy. El de hoy era de Toros de El Torero, que su dueña se llama doña Lola Domecq Sáinz de Rozas, su empresa Agropecuaria Camporreal S.L., como las aceitunas, y el encaste ya te lo he dicho. Por si alguien no lo sabe, la página 7 del programa oficial recuerda que “en cuanto al comportamiento este encaste conserva la cualidad de ir a más”, palabras del anónimo redactor del programa que, tarde tras tarde, como la gota que horada la piedra, son machaconamente puestas en evidencia por la manera en que la inmensa mayoría del ganado que se lidia se empeña en ir a menos o directamente a ni ir.
El cartel de este bochornoso sábado se completó en la parte bípeda con Joselito Adame, Francisco José Espada, que venía a confirmar, y Ginés Marín, triunfador de la Feria hasta el momento por trofeos obtenidos.
El primero de los que “conservan la condición de ir a más” era Jilguero, número 18, que entró dos veces al relance al caballo donde apenas se le picó y recibió de Espada un quite por perfectas culerinas, rematado con una revolera perdiendo el capote, la herramienta como aquél que dice. Le banderillean sin voluntad ni acierto y con tres palos en el bicho, uno por pasada. Pirri se pone a hacer como que no se entera en el callejón de qué pasa, para dar lugar a que el Presidente, señor Cano Seijo, cambie el tercio, como así hace. Trucos, iguales que las artimañas de los benhures de la mula. Y hablando de trucos, ahí está el fuenlabreño con el catálogo de triquiñuelas modernas para aumentar la ceremonia de la confusión de cada tarde y volver a poner el pegar pases como contraposición al toreo. Comienza su labor con cinco del Celeste Imperio y uno por detrás para continuar con lo de siempre, toreo en redondo citando con el pico y llevando al toro con el pico hasta bien allá, sin que el animal se aproxime al toreo ni en sueños. Toreo paralelo o por las afueras, toreo de suerte descargada que repite en su tanda segunda de redondos, pero con el toro corriendo algo menos, que ahí ya se queda algo parado. Luego, un cambio de manos y paseos, muchos paseos, mucha introspección y ¿cómo podrían faltar las inexcusables bernardinas? Luego, un aviso y después un pinchazo quedándose en la cara y a continuación una estocada desprendida y trasera en la que se vuelve a quedar en la cara, resultando cogido.
El segundo, Verbenero, número 5, toro chico y escurrido, se cae en el quite, que este tampoco era un Sansón. Adame ofrece en la lidia de este Verbenero un catálogo actualizado de vulgaridad, ventajas y falta de ideas. Por un momento parece que pone la muleta algo más planchada, que no quiere citar con el pico, pero eso es sólo una mera impresión porque en seguida el muletón que porta el mejicano vuelve a su ortodoxa manera de citar en forma de uve. Fatal Adame en este primero al que derriba de un pinchazo sin soltar y un bajonazo. Al arrastrar a este segundo se forma un tremendo bochinche con las mulas de los benhures, que salen corriendo entre asustadas e ingobernadas. Se ve que los benhures están a lo de las propinas que les atizan por su lentitud en ir a recoger al toro y descuidan el entrenamiento propio y de sus bestias.
El tercero, primero para Ginés Marín, se llamaba Pargo, aunque su aspecto era más de sardina, y su número el 56. En su primer encuentro con el aleluya de Óscar Bernal no se le pica, luego se cae y en el segundo encuentro tampoco se le pica. Óscar se retira a contar los cuartos que ha ganado sin trabajar y se produce el tercio de banderillas del que lo más sobresaliente es la descarada manera en que nadie va a ponerse a la salida de los pares, a fin de cuentas estamos en la feria de un pueblo. El toro es listo y una vez que se ha enterado de que por allí anda Ginés Marín, en vez de hacer caso al programa en lo de “la cualidad de ir a más”; acaso a cuenta de su debilidad, se dedica a lanzar un incómodo tornillazo y a puntearle la muleta, que yo creo que no ha sacado un solo “pase” sin enganchar. Eso dura hasta que, exhausto, Pargo se desploma y cae sin fuerzas. Este toro, que tenía cosas como para poner a cavilar a un torero, le sirve a Ginés para tapar un poco su falta de oficio y de mando. Con un pinchazo y otro pinchazo hondo se dispone a descabellar sin haber dejado una estocada antes, cosa que hace por cinco veces perdiendo la muleta en dos de ellas.
Cuando sale el señor vestido de domador del circo que porta el cartelón donde se anuncian los toros, éste nos informa de que va a salir el quinto, Omaní, número 6. Luego no sale ése, sino que sale el que le correspondía salir, Oropéndolo, número 42. Ahí tenemos de nuevo a Adame recibiendo a Oropéndolo con sus mejicanadas capoteras, perdiendo la herramienta en el remate de la fantasía. Se pica poco y trabajan la mar de bien los peones, Miguel Martín y Fernando Sánchez. Comienza el mayor de los Adame su toreo con los consabidos derechazos trazados y guiados desde el pico de la muleta, bien por afuera, rematados con el obligado. Otra serie de igual factura sirve para continuar con las mismas trazas su labor, luego agarra el trapo con la izquierda para seguir echando bien afuera al animal que, desfondado de tanto ir y venir, cae. No hay ni que decir que las veces que consigue ligar dos o tres muletazos templados de la forma descrita el público ruge, que hay que ver lo que gusta el ligue y el temple. Luego se propone dar unos cuantos naturales de uno en uno, harto vulgares, antes de volver de nuevo a la derecha, que esto ya es como el que mira a un tío currando en abrir una zanja a pico. Luego un pequeño entremés encimista da pie a una estocada baja saltando y luego otra igual. De nuevo los benhures de la mula vuelven a hacer el ridículo, al no ser capaces de dominar la triga de mulas al arrastrar el toro, que lo suyo es más bien lo de ir despacio al roneo de lo que caiga.
Ahora en quinto lugar se corre turno y sale Hurtador, número 1, que aprieta a Ginés Marín hacia las tablas en el 9 en los lances de saludo. Entre Fini y Ginés le dan a Hurtador dos capotazos de esos echándose hacia un lado y quitándose que dan los mozos en las capeas de los pueblos. Luego se queda Ginés a la derecha del picador, Agustín Navarro, a ver cómo le va a pagar su salario por no trabajar y luego hace en los medios el quite del “ahí-te-quedas” con el toro corriendo suelto en dirección al 2. El toro tiene sus dificultades y Ginés no da una a derechas, presentando un vademécum de enganchones y una patente falta de ideas y de oficio. Ni siquiera se le ocurre machetear al toro antes de cortar su inexistente faena en la que, como apuntó sabiamente mi amigo Andrés: “Ni tuvo la cabeza como para torearle ni tuvo los coj… como para aguantarle”. Se libró de él con una estocada baja y tendida echándose fuera.
Y el sexto, al fin Omaní, y con él el Circo Mundial en Ventas antes de las Navidades. Comienza Adame con nueve del Celeste Imperio junto a la barrera del 8 y el toro cae en el remate por alto, precisamente. A continuación sigue su labor tan por las afueras como en los otros dos toros precedentes, sin novedad. La misma sensación de ver a un señor currando, poniendo pladur, abriendo una roza, pegando rodapié… El toro es un pesado como esos que les dices ¿Cómo estás? y te cuenta cómo está; la cosa es un latazo hasta que el animal le arrebata la muleta a Adame y él la recupera en el aire. En esa prestidigitación el público se quita la somnolencia y se pone como loco. Adame lo ve claro y se pone también como loco a presentar su perfil más bullidor y pueblerino entre el griterío del respetable. Se perfila a matar, arroja de sí la muleta y se echa sobre el toro sólo con el estoque para cobrar una estocada de efectividad total, pues el toro sale rodado a morir… y el torero también, cayendo el burel sobre las piernas del maestro, de donde le tienen que extraer los peones tirando de él. De ahí a obtener la oreja de menos valor que se ha cosechado en Madrid en los últimos veinte años no hay nada, sólo la pañolada del señor Cano Seijo, de la que tendrá que rendir cuentas al Creador cuando llegue el día.
Antipánico a prueba de Simon
Silla de pista
Circo Price