Abel Gómez, de naranja, en el ascenso del Córdoba
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Quizás sea un síntoma de vejez, pero confieso que hay cosas del fútbol moderno que no casan con mis principios y cosas mías, la verdad, que se escapan a la comprensión de la barbada juventud que me acompaña en la mina. El interés futbolístico de un servidor no estaba ayer sábado 27 de mayo en el Calderón, con lo copero que cree ser uno. Imagino que la despreocupación se debe al psicopático reduccionismo del fútbol nacional al bien y al mal. Al Madrid y al Barça ó el Barça y el Madrid, ustedes sabrán.
Recién llegado a Córdoba -este año no he pisado la Feria- estuve toda la tarde pendiente de la agonía del Mirandés, que, como era de esperar, acabó ahogado en las aguas de Almería y... el Lorca. Sí, del Lorca. El equipo al que entrenó y ascendió a Segunda Unay Émery (campeón de Copa de Francia ayer también) mientras era centrocampista. Y es que al Lorca, hoy club más chino que murciano, llegó esta temporada Abel Gómez, esa sensacional persona que además es futbolista y al que elogié en su día en este blog pensando que iba a dejar el fútbol. Abel Gómez ha sido garantía de éxito para clubes con aspiraciones. Murcia, Xerez, Granada y Córdoba ascendieron a Primera División con él en sus filas. De Córdoba se fue ¿por qué? al Cádiz de 2ªB y lo dejó en 2ª y al Cádiz se lo pidió el propietario chino del Lorca para situar su club en la división de plata, situación futbolística que a las autoridades murcianas ha de hacer reflexionar, emperradas en glorificar al Real Murcia y en ignorar a la UCAM, ¡qué milagro de equipo! y a este Lorca simpático dirigido por el gran David Vidal, el gallego que vive en Cádiz porque supo encontrar lo bueno que tiene la vida y al que deseo no le salga otro Canal más en el colodrillo riéndose de su profesionalidad.
¡Cuánto me alegré ayer por Abel Gómez y David Vidal, poco antes de la última Copa del Calderón! Calderón que me descolocó al verlo con tanto asiento sin ocupar y con tanto asno rebuznador. Está claro que falta educación y mucho más claro aún que no hay remedio a tanta dejadez ministerial. Cruyff, padre espiritual del barcelonismo, lo dejó dicho: “Aquél que pita un himno tiene tara”, por lo que mantengo una apreciación que pueden ustedes considerar de revolucionaria. Hoy, en España, en el único lugar que se enseña a respetar es en la cárcel. En todas las prisiones hay varios módulos que se llaman así: de respeto, y a los que el periodismo no quiere que entren los reos que llevan corbata en libertad. Me pregunto porque los quieren en los, escasos ya, módulos de los yonquis indigentes y refractarios a todo tipo de tratamiento. El odio irracional, supongo.
En los módulos de respeto se guarda cola en silencio para entrar en el comedor vestidos correctamente: sin chanclas, camisetas de tirantes o bañadores. No se permite ni el democrático ¿? chándal en el refectorio. Se come en silencio y se dan los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches al compañero de departamento y al funcionario que los cuenta. No se puede vocear. Todo hay que pedirlo por favor y hacer las tareas con aplicación. El recluso acepta las reprimendas y los negativos, una especie de tarjeta amarilla que al acumular nueve en un trimestre significa la expulsión de los módulos, con responsabilidad y con el propósito de mejorar actitudes y aptitudes. Es decir, todo lo contrario a la afición del Barcelona, experta en odiar por odiar unos símbolos que tendrían que caer sobre sus cabezas para que conocieran un mínimo de lo que significa eso que llaman el “imperio de la Ley” y que veo que nadie sabe lo que quiere decir.
La final de Copa fue un partido corriente. Sin emoción pero con Messi. Ante un Messi pitoso no hay Alavés que valga y eso lo saben los amigos vitorianos, que mucho más educados que los barceloneses, aceptaron la derrota con la deportividad de la que carece la afición del equipo ganador.
Mi fin de semana futbolístico llega esta tarde. Son las 11 de la mañana y dudo entre ir a Linares a ver la salvación del Burgos o al Arcángel. Creo que me quedo en Córdoba, pero mi corazón está en Linarejos. Uno ya tiene edad y después de esta noche en la mina y con una cuadrilla trasnochadora que regresa del último sábado de Feria, cantando bajo mi ventana, lo juicioso es optar por un día sin coche. ¡Ufff que panorama!