Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Para la socialdemocracia europea, Macron viene a ser la ausencia de Hillary, la mujer ferina.
–El mundo necesita de una Francia fuerte –dice Macron, y una Francia fuerte “c’est moi”.
Macron quiere ser Hillary como la Revolución francesa quiso ser la Revolución americana: ésta nos dejó la democracia, pero aquélla nos trajo el terror de los jacobinos, la corrupción del Directorio y el militarismo del “petit corso”.
Macron también es menudo y ha prometido dos cosas raras: más democracia y refundar Europa. “Más democracia” es una majadería a la moda allí donde nunca ha existido: o hay democracia o no hay democracia, pero la democracia ni estira ni encoge. En cuanto a refundar Europa (estos llaman Europa a la Unión Europea), igual Macron se ve ya de Napoleón y sueña con una Unión federal, al estilo de la americana, que sustituya a esta Unión feudal de un solo señor, que es señora, frau Merkel, cuya economía es la única que marcha, servido de vasallos asustados (“hackeados”, en la jerga socialdemócrata) por los bárbaros de Putin.
En España, los que mandan están tan entusiasmados con Macron como lo estuvieron con Napoleón, cuyos únicos malos ratos aquí fueron cosa del pueblo. (“Pueblo asesino”, nos llamó el “petit corso”, en elogio del pueblo alemán, donde ningún civil disparó nunca a un francés). “¡Colócanos a tós, Macron!”, gritan en París los nietos de los españoles que, según su alcaldesa, que es gaditana, liberaron Francia en el 44 subidos a un tanque cascajoso de la división Leclerc. Entre los aspirantes está el hijo del pintor Xavier Valls, el de los bodegones: el hijo, otro bodegón, se llama Manolo, ha sido primer ministro con Hollande y quiere seguir siéndolo con Macron, pero Macron es uno de esos jóvenes cursis que piden un “bitcoin” para el carrito del Carrefour y ha preferido para el puesto a un feo.
Yo del Psoe, que es una facción de Estado que busca jefe, y que tiene “bitcoins” para asar una vaca, ficharía a Manolo Valls.