Tres eran tres...
y ninguno era bueno
y ninguno era bueno
José Ramón Márquez
Llegando Julián, no falla, siempre hay cosas. Es que no falla. Para su única actuación en San Isidro no se vayan a creer que el chiquitín de San Blas buscó la confrontación con Manzanares o con Talavante o con Ponce o con Roca, nada de eso. Como se le va pasando el arroz y por edad ya le tocaría ir abriendo carteles, que nació en el 82, el año del indulto de Belador y de la corrida del siglo, se ha buscado la triquiñuela de poner a uno al que dar la alternativa para que se coma el inicio de la tarde, romper el frío y hacer de prólogo, y como quien hace un cesto hace ciento pues su magín caviló que, ya puestos, mejor dos que uno y el tío se montó una corrida ad hoc con dos actuaciones en el papel de poderdante lo cual le abría ampliamente, a su modo de ver, las posibilidades de poder franquear la Puerta Grande de Madrid subido en el cogote de un capitalista. Parece ser que su obsesión es abrir al precio que sea la Puerta Grande de Madrid; lo mismo que el Capitán Cook estaba obsesionado por llegar más lejos que ningún hombre, Julian el Poderdante está obsesionado por tener al menos una Puerta más que Morenito de Maracay, inolvidable Pepe Nelo, con quien hasta el momento está empatado en salidas como matador.
Para que el contubernio fuera completo hacían falta dos toreros, que en este caso fueron Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, un Presidente que tenga un hijo torero, en este caso don Justo Polo, un adiestrado tiro de benhures de la mula que hayan educado a los animales en el paso milímetro a milímetro, en el llamado paso de la ameba y, además, un anónimo colaborador que tarde lo suyo y más en abrir la puerta de arrastre por donde deben salir los benhures. De todo eso dispuso el Julián, convencido de que sería capaz de descerrojar la salida a base del llamado “una más una”: esa fórmula que ha dado tan buenos resultados para ir colando, como quien no quiere la cosa, salidas triunfales de bajo vuelo y nulo recorrido. La ocasión estaba diseñada como la Operación Overlord y aunque la cosa salió más en plan Operación Over and Over (again), nadie puede negar la alambicada urdimbre que se trajo Julián de su casa a ver si era capaz de echar abajo la puerta ésa que, al decir de los que le conocen, tantísimo le obsesiona. Los toros, de Alcurrucén, que es ganadería muy larga y con multiplicidad de productos; encaste Núñez, como es bien sabido.
El primero, Fiscal, número 25, le tocó a Álvaro Lorenzo, de Toledo, nuevo en esta Plaza. El animal arrebató el capote de las manos al matador en los lances de saludo y tras un aceptable paso por las manos del jinete y de los rehileteros se dispuso a dar su Do de pecho en la muleta del toledano. Antes asistimos a la proyección de El Padrino Parte I al lado del burladero del 9 con intercambios, besamanos y zalemas usuales en estos casos. La cara que presenta Álvaro Lorenzo es la que se esperaba en la tarde de hoy, otro torero más en cuyas maneras no se percibe rasgo alguno de personalidad, anegado en la escuela del neotoreo. Como es habitual plantea su trasteo por afuera, al estilo de los aficionados prácticos, y entre sus muletazos va cosechando una gavilla de enganchones que deslucen su labor ya de por sí poco lucida. Da la impresión de que ni él mismo sabe a qué ha venido, acaso superado por las emociones de tan crucial tarde para él. En un derrote Fiscal le quita la muleta, la herramienta de trabajo, y mientras Álvaro Lorenzo deshoja la margarita de su primero Julián en el callejón se retuerce toreando de salón para sí. El final de la actuación de Lorenzo termina en arrimón, como nos imaginábamos, trata de dar el invertido pero el toro dice que nones, se queda clavado en la pala del pitón en un parón y finalmente deja un bajonazo en las carnes de Fiscal como para llamar a la fiscalía.
A continuación le toca su cameo a Castañuela, número 91. Julián decide demostrar su poderío, tan cantado por los rapsodas, y despliega su capote para demostrar que se puede ser poderoso incluso cediendo el terreno al toro. Castañuela sale corriendo ante tal despliegue de poder y corre hacia el picador de reserva, que le sujeta, y luego dándose una carrera hasta el de tanda a su libre albedrío para hacer ver que Julián no estaba por lo de la dirección de la lidia. En banderillas se pone de manifiesto que una buena cuadrilla cuesta dinero y que Julián no está dispuesto a pagarlo. Después asistimos a la proyección de El Padrino Parte II al lado del burladero del 9 con intercambios, besamanos y otras zalemas. Julián se lo saca… ¿con poderío? hacia el tercio y sigue en su línea de poderío construyendo su faena a base de poderosos derechazos bien por las afueras y de series dadas porque sí, como mera demostración de poder, a condición de no cargar la suerte, que eso resta poderío. Luego el toro le quita la muleta, la herramienta, pero eso no es importante porque ahí está Julián con sus carreritas, aunque hoy ha hecho menos que otros días, toreo de runner, pasándose el toro lo más lejos que puede y dejándolo por allá, ensayando el invertido, recorriendo todas las partes de la Plaza, un ratito aquí, otro ratito allá, para, finalmente, recetar un julipié caído, que la bondad del pueblo convierte en la primera oreja del 1+1 con la ayuda principalísima de los benhures de la mula.
Asoma un castaño y ya sabemos que en el ruedo está Favorito, número 60, de carácter algo parado y distraído, que lo que queremos es ver cuanto antes la proyección de El Padrino Parte III al lado del burladero del 9, esta vez con algo de frialdad en los modos. El poderdado es Ginés Marín, de Jerez de la Frontera, nuevo en esta Plaza. Ginés plantea la misma tauromaquia que Julián, pero con bastante mejor tipo. Donde Julián es bajito y culibajo, Ginés es esbelto y elegante; donde Julián es tosco y basto, Gines es fino y delicado; donde Julián es mayor, Ginés es joven. Lo del muleteo, lo mismo que los anteriores, con las salvedades dichas y pondremos aquí el cite en cinco fases: 1) ponerla donde el toro no va, 2) moverse a donde se sabe que tampoco va, 3) moverse a donde el toro se da por enterado de la presencia del torero, 4) ponerse donde el toro va a ir, 5) citar y comenzar la serie. La cosa acaba con una ensalada de medios y cuartos de pase… un perfecto julibis con mejores hechuras. Un pinchazo desprendido, un pinchazo tendido y luego otro y un descabello acabaron con Favorito.
Antes de asistir a la proyección de El Padrino Parte IV al lado del burladero del 9 ya con evidentes signos de hartazgo de tanto toma y daca, vimos las fatiguitas que paso José Antonio Barroso para hacerse con los mandos del aleluya que montaba en las dos entradas al caballo de Cornetillo, número 177; lo de las banderillas es inenarrable. ¡Menuda cuadrilla la de un figuras como Julián! Y es que para tener una buena cuadrilla hay que pagarla, Julián. La faena, como es costumbre, basada en ejercicios lumbares, carreritas, echar el toro como quien tira una servilleta en el suelo de un bar, ratonería con quinquenios y de pronto, oh, milagro, un natural, un auténtico y buen natural de Julián, que anotado queda. Después aguanta un terrorífico parón en el que el torero está en la oreja derecha del toro, toda la cabeza pasada, que entusiasma a las gentes. Ya casi puede tocar Julián la llave de la Puerta Grande: el 1+1 ha funcionado, pero hay que matar y ahí se le atraviesa el julipié, pinchando, luego otro dejando una baja trasera. Todo se enfría y Julián se queda sin su Puerta 1+1, porque 1+0 es 1.
Allá se fue Álvaro Lorenzo a practicar el toreo, o lo que sea, con el quinto, Peleón, número 170 un Núñez muy ensillado al que los peones habían dejado como un acerico con banderillas por diversas partes de su corpachón. Después de Julián Lorenzo brilla porque aunque la faena que propone es la previsible faena post-juliana basada en la ausencia de verdad tiene mejor tipo y es más fresco en su destoreo, al ser más joven. Termina con el Canónico arrimón que todos hacen a los toros que no inspiran miedo y lo mata de una gran estocada, marcando tiempos lentamente y dejando una entera hasta la gamuza ligeramente atravesada. La estocada de la feria hasta ahora, porque no ha habido otra.
Y de postre ahí tenemos de nuevo a Ginés Marín, esta vez con Barberillo, número 117, toro corto que apenas si cumple en varas y de óptimas condiciones para la muleta, con una bonita embestida y un tranco alegre, nada cansino. En este toro se revela la inteligencia de Ginés, que en seguida ve las condiciones del toro, sus ganas de embestir a la distancia, su manera de meter la cara y, sin dudarlo, pone en marcha una faena basada en los mismos principios que todas las del resto de la tarde con dos derivadas, que diría un tertuliano de la radio: de un lado la inteligencia del torero en hacer series muy templadas, verticales y muy bien ligadas, con el toro siempre en movimiento, que es lo que más puede gustar a los públicos actuales, y a continuación finalizar la serie en una fantasía de tres o cuatro remates consecutivos, una trincherilla, un molinete, uno del desprecio y uno de pecho pongamos por caso. El chico pone en ebullición la Plaza con esa claridad de ideas y tiene la cabeza fría como para juntar sus cuatro o cinco series, todas de similar jaez, y en seguida ir a por el acero, dar otra serie de similar remate de fantasía y luego una estocada baja que tira al toro y pone en sus manos las dos orejas que vino Julián a buscar. Ginés, no nos engañemos, ha toreado sobre los mismos argumentos de Julián, pero ha sido capaz de amalgamar a la perfección una faena inteligente y a favor de su obra de la que su valor más elevado es su condición densa, con algunos retazos de calidad algo incierta.
Se fue Julián por la puerta de caballos. Junto al burladero del 9 a Ginés Marín le esperaban las anchas espaldas del Yiyo de Yunquera de Henares para sacarle a hombros hacia la calle de Alcalá, a cumplir su sueño.