Cazarratas, de novillo
Su recuerdo nos mantiene en Las Ventas
Su recuerdo nos mantiene en Las Ventas
José Ramón Márquez
La empresa Simona que en la actualidad explota la Plaza y explota de camino a los toreros y al público, dispuso para hoy jueves el remate del triduo penitencial que empezó el martes, anunciando una corrida de Parladé y con ella a Curro Díaz, Iván Fandiño y David Mora, cada cual con sus circunstancias.
La circunstancia principal de Parladé es lo mal presentada que venía la corrida. La primera en la frente, que nunca nos enteraremos de cuántos toros pasaron por Madrid para aprobar los cinco que finalmente se aprobaron. Aquí, entre los Simones, nadie sabe eso de la Responsabilidad Social Corporativa y a efectos de transparencia nos movemos en los mismos dimes y diretes que los lectores de La Lidia, de una de cuyas crónicas he tomado la primera frase que encabeza este escrito. De 1896 a 2017 en cuanto a información de lo que pasa en el intramundo de las corraletas no hemos avanzado un solo paso, con todo el internet y todas las redes sociales andando por ahí. Vamos, que hoy día es más fácil conocer unas fotocopias de un secretísimo sumario que custodian con todo celo unos óptimos magistrados de la Audiencia Nacional que saber cuántos toros de Parladé pasaron por Madrid para acabar aprobando cinco. Y luego tenemos la ciencia. Volvamos a La Lidia de septiembre de 1896, donde nos informan de que el Gobernador Civil ha multado con 500 pesetas -2.000 reales- a los veterinarios por aprobar toros impropios de la Plaza de Madrid. Hace 121 años les multaban, hoy con toda seguridad les invitan a un ojeo de perdices o a un rececho de guarros o a una montería con sus migas y su rezo, que estos han conseguido crear un distanciamiento entre ellos y lo que aprueban que ya nadie establece relación causa-efecto de que la corrida fue declarada apta para la Plaza de Madrid por el sanedrín de albéitares a los que no tembló el pulso en dejar pasar (o igual se les coló por chico y ni lo vieron) al novillejo Lustroso, número 10. Y el Lustroso, que tan poco lustre tenía, no desmereció en mala presentación de las otras cuatro prendas que se trajeron desde Portugal, de las cuales el llamado Lingotazo, número 34, era otro novillo adelantado aunque este se llevó el merecido pañuelo verde que le dirigía de manera express a rendir su vida al Creador en las mazmorras de Florito.
Para remiendo del sexto Parladé y para sustitución del expulsado Lingotazo se echó mano de El Montecillo de Paco Medina, y eso abría un poco la puerta a la esperanza, pues ya recordarán los que se acuerden que por lo menos desde 2014 lleva echando El Montecillo en Madrid unos cuantos toros con presencia, variedad de comportamientos personalidad y casta, que imagino que no será lo que don Paco busca como ganadero, pero que ahí están con sus dificultades. De los dos Montecillo, el primero que salió por chiqueros fue un decepcionante Chispero, número 6, un negro salpicado que demostró de forma evidente su parentesco con las vacas lecheras de la raza Frisona o Holstein y que era más soso que un yoghourt de agua. La corrida cambió de manera sustancial cuando en quinto lugar salió el sobrero, Acobardado, número 46, que es el que sacó a la Plaza del sopor y el que salvó los muebles de la cosa ganadera, creando un desconcierto notable en el ruedo, desarmes, pasadas en falso y demás cosas que entendemos que deben propiciar los toros de lidia aquellos que, por cuestión de gustos, queremos animales fieros y peligrosos mejor que materia artística corretona y carretona.
Curro Díaz saludó a su primero con tres verónicas y una larga majestuosa, buen toreo de capa. Luego, el toro Noctámbulo, número 35, le desarma y le aprieta y el torero huye hacia tablas perseguido por él, que con eso ya tiene una buena ocasión para convidar a cenar a Morante cuando se vean. El toro no valía un duro. En la cosa de las varas directamente se las quería sacudir de la espalda, luego Pirri brega de pena, le clavan los palos como pueden y Curro se dispone a iniciar su faena compuesta, a la manera hinduista, de una serie de inicios o reencarnaciones, pues él no se desanimaba y cada serie que no le salía, daba lugar al inicio de otra basada en lo mismo que a su vez daba origen a otra más y así sucesivamente. En descargo de Curro Díaz diremos que es harto difícil, aunque se disponga de la predisposición a lo estético que él tiene, crear belleza teniendo enfrente al típico toro de granja, que es lo que a fin de cuentas era Noctámbulo. Es de imaginar que después de tanta reencarnación sin llegar a nada Curro se puso un poco pesado. Los que esperábamos el momento de sus trincherillas o sus ayudados por bajo, usualmente subrayados con un rotundo ¡bieeeennn!, nos quedamos con un palmo de narices. Los enganchones sí que se sucedieron al ritmo habitual. Su segundo fue el primer Montecillo, el aburrido de Chispero, de bravura inexistente, que salió a escape a por el caballo que hacía puerta y se dejó pegar en el de tanda. Con esta prenda, esta vaca lechera, tampoco puede decirse que hubiese ocasión para el lucimiento, o sea que nos volvimos a quedar sin la trincherilla ni el ayudado por bajo. Lo mató de media estocada desprendida soltando la muleta.
Ahora toca hablar de Mora, que es el único que mató lo que se había anunciado cuando sacamos el abono. Antes de salir el tercero, como una premonición, una juguetona ráfaga de viento arranca los números del peso de la tablilla y deja al toro con 7 kilos, algo más de media arroba. Luego salió Lustroso, el novillejo que por hacer honor a la media arroba recibió las censuras de una porción del respetable, que fueron convenientemente desoídas por la parte gubernativa. La gran virtud del tal Lustroso es que, para la cosa de la muleta, era más tonto que Foro y ahí surgió el rechinar de dientes de los de Díaz, al pensar que lo mismo ése era el toro que debería haberle tocado a su Curro. La cosa es que le tocó a Mora y que él no fue capaz de tocar las teclas adecuadas para sacar los muletazos que la bobería acometedora de Lustroso prometía. Faena muy por debajo de las condiciones embestidoras y repetidoras del toro cuya vida finaliza cuando Mora deja la hoja entera del estoque en su interior, que el lugar estaba tan atrás que ni se veía dónde. Su segundo es Helénico, número 3, al que recibe toreramente con verónicas, una media y una revolera. El toro cumple en varas y recibe dos pares de gran ejecución y reunión de Ángel Otero, que, por segunda vez en esta Feria, vuelve a poner en pie a la Plaza. Inspirado inicio de fantasía de Mora y desde ahí faena a menos con otro toro repetidor. Hay un par de veces en que cita que da gusto, pero la impresión que queda es que no se atreve a dejar al toro en posición para conseguir la ligazón, optando por lo facilón, toreo populista diríamos. Faena de tono menor que finaliza con otra estocada trasera, aunque menos que la precedente. El toro cae y luego viene lo de los benhures a dos por hora, los estorbos en la cara de los restos de Helénico, Joselito Calderón en el palco y don Jesús María Gómez que saca el pedazo de sábana blanca para que no le pongan verde los comentaristas de la TV. Oreja de regalo de nulo peso que sólo sirve para rebajar otro poquito a Madrid.
Y Fandiño. Corrió turno para matar primero al Parladé, Lingotazo, que no es toro para Madrid, se pongan como se pongan los albéitares. A Fandiño se le sigue viendo con el sitio perdido, que igual si su apoderado se callase y dejase de darle la murga desde el callejón mientras está toreando, lo mismo lo encontraba. La cosa es que el de Tórtola de Henares torea harto despegado, no remata los muletazos y se echa encima al toro sin darle fiesta ni posibilidad de establecer ligazón entre ellos. Lo tumba de un eficaz julipié.
Y el quinto ¡ay el quinto! Con la tarde casi vencida de pronto sale el toro y hay que ver cómo cambia la Plaza, cómo cambia la expresión de las gentes, cómo dejan de comer pipas y se olvidan del gintonic cuando el toro anda por la Plaza. El toro se llamaba Acobardado, número 46, extremadamente veleto, cabeza de fundas y feo. Le pega tres coladas a Fandiño con el capote como para avisar de sus intenciones nada colaboracionistas. A partir de ahí Fandiño desarrolla una comprensible prevención. El toro embiste como una furia al caballo y se las hace pasar tiesas a Juan Melgar, pues el animal pega unos cabezazos y lanza unas cornadas dirigidas al pescuezo del aleluya y a lo que sea del picador que infunden pavor. La segunda vara es parecida, menos violenta y el animal sale huyendo a esperar a los banderilleros a los que hace pasar un quinario. El animal arrea de lo lindo, poniendo en fuga a los peones y arrebatando el capote por dos veces a Curro Díaz. La verdad es que se esperaba otra disposición de Jarocho en este complicado tercio, siendo Víctor Manuel Martínez quien hace la hombrada de dejarle un par de gran exposición del que sale trompicado, aumentando la sensación de riesgo del animal. Fandiño se va a él con la muleta y el estoque de mentira (¿?) se la pone por ponérsela, ni machetea ni trata de romper al toro, se va en seguida a por el estoque propiamente dicho y le receta una estocada que hace guardia y los descabellos oportunos. Un torero con sus años de alternativa debería haberse justificado algo más frente al demoniaco de Acobardado, pero el torero está realmente muy desdibujado. Algunos decían que si acaso no veía el toro por el ojo derecho, pero yo creo que el animal lo veía todo clarísimo.
La circunstancia principal de Parladé es lo mal presentada que venía la corrida. La primera en la frente, que nunca nos enteraremos de cuántos toros pasaron por Madrid para aprobar los cinco que finalmente se aprobaron. Aquí, entre los Simones, nadie sabe eso de la Responsabilidad Social Corporativa y a efectos de transparencia nos movemos en los mismos dimes y diretes que los lectores de La Lidia, de una de cuyas crónicas he tomado la primera frase que encabeza este escrito. De 1896 a 2017 en cuanto a información de lo que pasa en el intramundo de las corraletas no hemos avanzado un solo paso, con todo el internet y todas las redes sociales andando por ahí. Vamos, que hoy día es más fácil conocer unas fotocopias de un secretísimo sumario que custodian con todo celo unos óptimos magistrados de la Audiencia Nacional que saber cuántos toros de Parladé pasaron por Madrid para acabar aprobando cinco. Y luego tenemos la ciencia. Volvamos a La Lidia de septiembre de 1896, donde nos informan de que el Gobernador Civil ha multado con 500 pesetas -2.000 reales- a los veterinarios por aprobar toros impropios de la Plaza de Madrid. Hace 121 años les multaban, hoy con toda seguridad les invitan a un ojeo de perdices o a un rececho de guarros o a una montería con sus migas y su rezo, que estos han conseguido crear un distanciamiento entre ellos y lo que aprueban que ya nadie establece relación causa-efecto de que la corrida fue declarada apta para la Plaza de Madrid por el sanedrín de albéitares a los que no tembló el pulso en dejar pasar (o igual se les coló por chico y ni lo vieron) al novillejo Lustroso, número 10. Y el Lustroso, que tan poco lustre tenía, no desmereció en mala presentación de las otras cuatro prendas que se trajeron desde Portugal, de las cuales el llamado Lingotazo, número 34, era otro novillo adelantado aunque este se llevó el merecido pañuelo verde que le dirigía de manera express a rendir su vida al Creador en las mazmorras de Florito.
Para remiendo del sexto Parladé y para sustitución del expulsado Lingotazo se echó mano de El Montecillo de Paco Medina, y eso abría un poco la puerta a la esperanza, pues ya recordarán los que se acuerden que por lo menos desde 2014 lleva echando El Montecillo en Madrid unos cuantos toros con presencia, variedad de comportamientos personalidad y casta, que imagino que no será lo que don Paco busca como ganadero, pero que ahí están con sus dificultades. De los dos Montecillo, el primero que salió por chiqueros fue un decepcionante Chispero, número 6, un negro salpicado que demostró de forma evidente su parentesco con las vacas lecheras de la raza Frisona o Holstein y que era más soso que un yoghourt de agua. La corrida cambió de manera sustancial cuando en quinto lugar salió el sobrero, Acobardado, número 46, que es el que sacó a la Plaza del sopor y el que salvó los muebles de la cosa ganadera, creando un desconcierto notable en el ruedo, desarmes, pasadas en falso y demás cosas que entendemos que deben propiciar los toros de lidia aquellos que, por cuestión de gustos, queremos animales fieros y peligrosos mejor que materia artística corretona y carretona.
Curro Díaz saludó a su primero con tres verónicas y una larga majestuosa, buen toreo de capa. Luego, el toro Noctámbulo, número 35, le desarma y le aprieta y el torero huye hacia tablas perseguido por él, que con eso ya tiene una buena ocasión para convidar a cenar a Morante cuando se vean. El toro no valía un duro. En la cosa de las varas directamente se las quería sacudir de la espalda, luego Pirri brega de pena, le clavan los palos como pueden y Curro se dispone a iniciar su faena compuesta, a la manera hinduista, de una serie de inicios o reencarnaciones, pues él no se desanimaba y cada serie que no le salía, daba lugar al inicio de otra basada en lo mismo que a su vez daba origen a otra más y así sucesivamente. En descargo de Curro Díaz diremos que es harto difícil, aunque se disponga de la predisposición a lo estético que él tiene, crear belleza teniendo enfrente al típico toro de granja, que es lo que a fin de cuentas era Noctámbulo. Es de imaginar que después de tanta reencarnación sin llegar a nada Curro se puso un poco pesado. Los que esperábamos el momento de sus trincherillas o sus ayudados por bajo, usualmente subrayados con un rotundo ¡bieeeennn!, nos quedamos con un palmo de narices. Los enganchones sí que se sucedieron al ritmo habitual. Su segundo fue el primer Montecillo, el aburrido de Chispero, de bravura inexistente, que salió a escape a por el caballo que hacía puerta y se dejó pegar en el de tanda. Con esta prenda, esta vaca lechera, tampoco puede decirse que hubiese ocasión para el lucimiento, o sea que nos volvimos a quedar sin la trincherilla ni el ayudado por bajo. Lo mató de media estocada desprendida soltando la muleta.
Ahora toca hablar de Mora, que es el único que mató lo que se había anunciado cuando sacamos el abono. Antes de salir el tercero, como una premonición, una juguetona ráfaga de viento arranca los números del peso de la tablilla y deja al toro con 7 kilos, algo más de media arroba. Luego salió Lustroso, el novillejo que por hacer honor a la media arroba recibió las censuras de una porción del respetable, que fueron convenientemente desoídas por la parte gubernativa. La gran virtud del tal Lustroso es que, para la cosa de la muleta, era más tonto que Foro y ahí surgió el rechinar de dientes de los de Díaz, al pensar que lo mismo ése era el toro que debería haberle tocado a su Curro. La cosa es que le tocó a Mora y que él no fue capaz de tocar las teclas adecuadas para sacar los muletazos que la bobería acometedora de Lustroso prometía. Faena muy por debajo de las condiciones embestidoras y repetidoras del toro cuya vida finaliza cuando Mora deja la hoja entera del estoque en su interior, que el lugar estaba tan atrás que ni se veía dónde. Su segundo es Helénico, número 3, al que recibe toreramente con verónicas, una media y una revolera. El toro cumple en varas y recibe dos pares de gran ejecución y reunión de Ángel Otero, que, por segunda vez en esta Feria, vuelve a poner en pie a la Plaza. Inspirado inicio de fantasía de Mora y desde ahí faena a menos con otro toro repetidor. Hay un par de veces en que cita que da gusto, pero la impresión que queda es que no se atreve a dejar al toro en posición para conseguir la ligazón, optando por lo facilón, toreo populista diríamos. Faena de tono menor que finaliza con otra estocada trasera, aunque menos que la precedente. El toro cae y luego viene lo de los benhures a dos por hora, los estorbos en la cara de los restos de Helénico, Joselito Calderón en el palco y don Jesús María Gómez que saca el pedazo de sábana blanca para que no le pongan verde los comentaristas de la TV. Oreja de regalo de nulo peso que sólo sirve para rebajar otro poquito a Madrid.
Y Fandiño. Corrió turno para matar primero al Parladé, Lingotazo, que no es toro para Madrid, se pongan como se pongan los albéitares. A Fandiño se le sigue viendo con el sitio perdido, que igual si su apoderado se callase y dejase de darle la murga desde el callejón mientras está toreando, lo mismo lo encontraba. La cosa es que el de Tórtola de Henares torea harto despegado, no remata los muletazos y se echa encima al toro sin darle fiesta ni posibilidad de establecer ligazón entre ellos. Lo tumba de un eficaz julipié.
Y el quinto ¡ay el quinto! Con la tarde casi vencida de pronto sale el toro y hay que ver cómo cambia la Plaza, cómo cambia la expresión de las gentes, cómo dejan de comer pipas y se olvidan del gintonic cuando el toro anda por la Plaza. El toro se llamaba Acobardado, número 46, extremadamente veleto, cabeza de fundas y feo. Le pega tres coladas a Fandiño con el capote como para avisar de sus intenciones nada colaboracionistas. A partir de ahí Fandiño desarrolla una comprensible prevención. El toro embiste como una furia al caballo y se las hace pasar tiesas a Juan Melgar, pues el animal pega unos cabezazos y lanza unas cornadas dirigidas al pescuezo del aleluya y a lo que sea del picador que infunden pavor. La segunda vara es parecida, menos violenta y el animal sale huyendo a esperar a los banderilleros a los que hace pasar un quinario. El animal arrea de lo lindo, poniendo en fuga a los peones y arrebatando el capote por dos veces a Curro Díaz. La verdad es que se esperaba otra disposición de Jarocho en este complicado tercio, siendo Víctor Manuel Martínez quien hace la hombrada de dejarle un par de gran exposición del que sale trompicado, aumentando la sensación de riesgo del animal. Fandiño se va a él con la muleta y el estoque de mentira (¿?) se la pone por ponérsela, ni machetea ni trata de romper al toro, se va en seguida a por el estoque propiamente dicho y le receta una estocada que hace guardia y los descabellos oportunos. Un torero con sus años de alternativa debería haberse justificado algo más frente al demoniaco de Acobardado, pero el torero está realmente muy desdibujado. Algunos decían que si acaso no veía el toro por el ojo derecho, pero yo creo que el animal lo veía todo clarísimo.
Calderón el del Tinte
¡Qué ojo para sus orejas!