Di a la luna que no quiero verla que no quiero ver la bandera enrollada en el palo Cecé
José Ramón Márquez
Hoy era el último festejo antes de la travesía del desierto que nos espera a partir del próximo jueves, y la Empresa habrá pensado que con el atracón que nos aguarda tampoco tenía que esforzarse en montar un festejo de esos de lujo, que ya tendremos tiempo para hartarnos en las próximas semanas. Hoy, para esta novillada de preferia, le tocó a don Justo Polo sentarse en el palco a defender la pureza del espectáculo y la dignidad de la Plaza, y a su siniestra se acopló Joselito Calderón, aquél de los pares de sobaquillo, en su calidad de Asesor, que ya sabemos lo que esto significa.
La buena noticia es que hoy se incorporó a la Andanada, y ahí se tirará la Feria del Isidro entera, mi excelente amigo y enciclopédico aficionado malagueño don Juan Galacho, fuente inagotable de conocimiento, de pasión y de afición óptimamente cimentada. Siempre repite el querido Juan que oyó a sus mayores, los que habían alcanzado a ver a Joselito y a Paco Madrid, que para ser buen aficionado hay que ser “orejero”, no en el sentido de ir por la vida pidiendo orejas, sino en el de prestar las propias para ir aprendiendo de los que saben más que uno. Por eso es que uno se pone un poco escéptico sobre las nuevas generaciones de aficionados, porque muchos de ellos han visto más festejos en la pantalla televisiva que en la Plaza y cuando llegan a la localidad vienen con las orejas llenas de esas cosas absurdas que dicen los comentaristas de la televisión, siempre a favor de extraños intereses. O sea que hoy era día de orejeo, de disfrutar dejando que el viejo aficionado explicase sus razones, y oír y callar y decir amén, como en Misa.
Para este espléndido domingo de mayo Plaza1 le compró una corrida a Rústicas El Castañar S.L, que dicho así no dice nada, pero que si decimos que es la ganadería del Excmo Sr. Conde de Mayalde, entonces ya la cosa suena algo más. El conde mandó, como en él viene siendo habitual, cinco castaños y uno negro. Corrida muy pareja en presentación, un poco falta de fuerzas, bravucona más que brava para el caballo y, en general, óptima para la cosa de la muleta. Ni malas miradas, ni gestos de incomodo se pudieron ver en los súbditos del conde, más bien embestidas francas y repetidoras y mucho dejar estar. El primero, Chorlito II, número 29, castaño, fue el garbanzo negro de la endeblez congénita, pues el pobre bicho anduvo más tiempo de hinojos o directamente tirado en el suelo, como la cabeza de una gamba en un bar, que ofreciendo sus pastueñas embestidas llenas de bondad y de amor al prójimo. El público se encrespó, con razón, de que ni don Justo ni su asesor de la siniestra, ni el veterinario de la diestra se apercibiesen de la evidencia palmaria de la endeblez del pobre Chorlito II, y se oyeron agrias censuras, proferidas de la manera habitual, reprobando la presencia en el ruedo de un animal tan débil. El clásico negrito del conde salió en tercer lugar. De todo el encierro fue el que menos plaza tenía, el más chico, escurrido y culipollo. Tampoco fue un dechado de vigor, pero se mantuvo en pie y embistió al trapo cada vez que se le puso delante, o sea que a efectos del toreo cumplió de sobra. De idéntica manera cumplieron todos los demás excepto el sexto, Estafador, número 37, más parado y con tendencia a pensarse las cosas antes de acometer. No es que el bicho quisiera coger y su pensamiento fuese en esa dirección, es que el animal era de naturaleza más filosófica que sus hermanos y se cuestionaba más el hecho de ir al cite, nada más, porque luego ni media mala mirada. Por volver al tópico diremos que a la novillada se la caían las orejas, por si alguno no se había dado cuenta. En varas medio cumplieron, tomando algunas con fuerza y apretando hacia tablas con fijeza para dar lugar a ese denigrante espectáculo del mono agarrando el bocado del caballo desde el confort del callejón ante el desinterés patente del alguacil. Por cierto, que lo de poner los animales al caballo y quedarse el torero donde Dios le da a entender es ya algo tan común, tan consuetudinario, que acaso ni merezca reseñarse: eso de irse a la izquierda del penco podemos darlo ya casi por acabado en los toros, como el desjarrete o las banderillas de fuego.
Para aliviar a los novillos del conde de esa pesada carga que, tantas veces, es la vida y ver si podían hacer con ellos algo de provecho, la Empresa contrató a Ángel Jiménez, de Écija, nuevo en esta Plaza, Aitor Darío “El Gallo”, y Juan Silva “Juanito”, de Monforte (Portugal), nuevo en esta Plaza. No creo que ninguno de los tres pudiese pensar en su hotel -ya no hay novilleros de pensión- que lo que les esperaba encerrado en los jaulones de Florito fuera a ser tan acorde a sus intereses como lo que salió al ruedo.
Ángel Jiménez lleva con caballos, según informa el programa, desde primeros de 2011. Le tocó en suerte el protestado primero, y el hombre, insensible al griterío, pretendió torearlo, pues las condiciones embestidoras del infeliz novillo eran de tal envergadura que para el buen Ángel debía ser un goloso pastel el estar junto al tal Chorlito II. Ahí Ángel Jiménez desarrolló de manera evidente, quirúrgica, su estilo basado en torear extremadamente despegado, conducir al novillo con el pico de la muleta, soltarlo lejos, lejos y no echar la pata hacia adelante ni de casualidad. La verdad es que hacía daño a los ojos ver tomar esa cantidad de precauciones frente a esa embestida tan esforzada, tan franca, tan sin doblez. En su segundo, Cuartelero, número 1, más de lo mismo, sin mancharse el vestido blanco hasta que se echa el toro encima, éste lo encuna y lo tiene por el suelo zarandeándole, cosa que hace a las buenas gentes ponerse inmediatamente del lado del ecijano, el cual ni antes del percance ni después da un solo muletazo digno da tal nombre. Lo que sí tiene este diestro es que es muy ceremonioso, que va el hombre por la Plaza como un obispo preconciliar, de cuando iban bajo palio, todo solemnidad, pompa y circunstancia. Como consolación por el revolcón y recompensa a sus trapazos Joselito Calderón y don Justo Polo le regalaron al muchacho una oreja de nulo peso y aún menos valor, viniendo de quien viene.
A Aitor Darío lo de “Gallo” le vino enorme, que hay apodos que los carga el diablo. En lo bueno digamos que trajo la mejor cuadrilla. En lo otro, que no dio pie con bola. En su primero, sin ideas y ventajista, pensando que al iniciar otra serie la bolita caería en su número, y nunca cayó. En su segundo, plúmbeo. No merece la pena seguir.
Y el portugués, "Juanito", que debutó con el escuadrón del kevlar hace tan sólo dos meses, es el que ha traído lo más interesante de la tarde. Pese a su evidente falta de oficio y de ése sentido escénico tan necesario en este espectáculo, pese a sus maneras toscas y poco pulidas, pese a su bisoñez, en su primero ha hecho tal apuesta por no tomar ventajas, por quedarse en el sitio, como para tomarle en consideración. No cabe duda de que no remataba los muletazos en la cadera, dejando más bien lejos al toro y de que no lo llevaba toreado como nos enseñaron, pero la disposición del joven “Juanito” ha sido neta y sincera en su tosquedad. Le falta casi todo para ser un torero, pero hoy “Juanito” en su primer novillo, Cantaor, número 49, ha explicado en Madrid sus argumentos con una claridad meridiana para quien haya querido verlo. En su segundo, que era de distinta condición que su primero, anduvo más a lo moderno y no dijo nada. Ahora lo que toca es mandarle al campo, como antes se mandaba a los muchachos a los Agustinos de El Escorial, a coger oficio y nosotros a implorar para que no vayan a malear su deliciosa, clásica, inocencia.
Los forjados de Espelius
Segundo intento
Se fue el 2
Lluvia de guano
Mochu, el encargao de tener la plaza de la Cifu en perfecto estado de revista
Calderón en el palco
Todo puede pasar
Walk on the wild side
Sol y sombra
El botijo
Patria
Un descalzo
La mano de Calderón
Pirri