BB
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De toda la propaganda quemada en la campaña presidencial de Francia la posteridad sólo recogerá una idea:
–Lo único seguro es que el domingo gobernará Francia una mujer. Si no soy yo, será la señora Merkel.
“Yo” es Marine Le Pen (¡el Yo francés en estado de sitio!), la nacionalista a quien todo el mundo dice fascista, si bien el único punto fascistoide de su programa es el que propone sustituir el sistema electoral mayoritario, copiado de América por De Gaulle, por el sistema electoral proporcional con listas de partido, es decir la partidocracia de este continente europeo que le dice fascista a Le Pen y progresista a Renzi, el Macron italiano que hizo un referéndum para recuperar la Ley Acerbo de Mussolini.
Marine es nacionalista como De Gaulle, pero más bruta, y lo que asusta de ella en el establishment no es su forma de escupir esa sopa boba de la socialdemocracia que parece pienso para perros a base de bolitas de Bauman y Sartori, sino que pueda darle la venada de no pagar los recibos alemanes de la UE, en cuyo auxilio, por cierto, ha venido Obama, el lúser que ya husmeó en el Brexit y que puso en ridículo a su país acusando a Putin de haber metido mano en las urnas americanas.
Brigitte Bardot votará por Marine, y la otra Brigitte de la decadencia francesa, Trogneux, votará por Macron, su esposo, el cobrador de recibos de frau Merkel, un Suárez sacado por los pretorianos, como Claudio, de detrás de la cortina, para asegurar (“¡soy socioliberal!”) el chiringuito bancario alemán, que nadie sabe cuánto durará, porque hasta Sloterdijk advierte de la situación prerrevolucionaria del continente. La “grandeur” gaullista, desde luego, no era Macron, que mide lo que Napoleón y piensa lo que Coluche.
El duelo, pues, entre Merkel (ambición sin talento) y May (talento sin “charme”) empieza el lunes, con un cambio de época en juego, y yo, que no soy ni joven ni marianista para mirar para otro lado, apuesto mis euros de bolsillo a los ingleses.