El rollo de Donsimón
José Ramón Márquez
Hoy la cosa estaba en el retorno de los Fuente Ymbro de don Gallardo, a ver cómo se comportaban los hermanos mayores tras la interesante novillada que nos programó Plaza1 a principios de temporada. Cuando decimos interesante se entiende que nos referimos más bien a toros que se enteran, que demuestran su casta, que son vivos, inteligentes e imprevisibles y no lo que dicen por ahí los que chanan, que para estos el toro bueno es el que une a su blandenguería congénita su tontería supina y su falta de ideas. Puntos de vista. Y la verdad es que lo del Ymbro de hoy miércoles ha sido un poco decepcionante en lo que toca a la fuerza y a la casta, corrida harto descastada, aunque ha habido algunas notas interesantes tales como la disposición del ganado a acudir al penco y los variados comportamientos en la parte muleteril, desde el que fue más tonto que Pichote hasta el que disputó a su matador cada una de sus embestidas. Mantienen los Ymbro esa condición suya imprevisible y diversa en cuanto al comportamiento que, en cierto modo, es garantía de variedad. Si ponemos los de hoy en comparación de la basurilla de los Lagunajanda de ayer, un festín.
Hoy también era día de sacar pecho, porque en ausencia de Pedrito El Capea, el único que apechuga ya con la responsabilidad de que hasta el más ignaro se crea un Corrochano por un día es Fandila. Es una maldición que cae sobre el granadino, pero es que es alucinante ver cómo algunos que se extasían con el toreo de todos los días, el fueracacho, pata-atrás, el pico y la carrerita, si lo hace otro, se ponen exquisitos y exigentes con el pobre Fandi, que ni engaña ni ha engañado a nadie nunca en su simplicísima manera de hacer su toreo de fiestas patronales basado en el fueracacho, el pata-atrás, el pico y la carrerita. Falta ya poco para que veamos a algunos poner los ojos en blanco como el Matthias de “El último hombre vivo” (The Omega Man, Boris Sagal, 1971) con el rollo mediterráneo de Manza por plantear los mismos argumentos de Fandila de esta tarde, pero con Fandi no hay bula y, quien más quien menos, tiene alguna censura que hacerle, que con él hay barra libre y da cancha para que cualquiera pueda tirárselas de buen aficionado low-cost: ese papel sacrificial es el que los de Madrid le tienen reservado a Fandila.
Junto a Fandila, que de entrada llevaba todas las papeletas para ser el menos valorado, el cerebro electrónico de Plaza1 urdió el plan de contratar a Perera y a Garrido. A Perera no sé, porque ni leo a los de los periódicos ni miro a los de la TV, si le habrán puesto el sambenito del “bache”, que les encanta. Esto lo aplican según ande el mercado, pues no es adjetivo que se cuelgue impunemente, y por si acaso no lo han dicho ya lo decimos aquí, que Perera no está en un bache, está en un socavón, un socavón como aquél que se abrió en la calle Luchana a principios del siglo XX que se tragó un carro cargado de sacos de harina y tirado por cuatro mulas. Y Garrido, Jose Garrido, que lleva todas las papeletas del sorteo para ser el sustituto natural de Daniel Luque, que es un torero que ha recibido todos los mimos del stablishment, pero que no acaba de arrancar y que va quemando las naves del crédito obtenido a base de mercadotecnia y propaganda. Con esa ecuación teníamos que vérnoslas a partir de las siete de la tarde y encima aposentados en un asiento nada cómodo, para que luego digan de lo sufrida que es la afición.
Fandila en su primero ha pasado como un suspiro. El toro tenía poca leche y el hombre abrevió en la cosa de la muleta, que si ves claro que no tienes mucho que decir y que nadie te está haciendo caso, lo mejor es irse a por la espada y dar fin de aquello. Antes el toro recibió un zarrapastroso quite de Perera basado en el embarullamiento con el percal en una especie de chicuelinas, más bien chicuelonas. Lo más notable con este toro fue que cuando quiso poner Fandila un cuarto par de banderillas el ignorante del presidente Cano Seijo, el que el año pasado concedió un rabo sin él saberlo, le denegó al torero el permiso, sin saber que él no tiene potestad para permitir o denegar un par de banderillas al matador en su toro, y que este puede hacer lo que le plazca sin la autorización gubernativa. Un sindiós. Fandila abrevió y todos se lo agradecimos.
Perera, fantasma extremeño en el Elsinore de Las Ventas, serio y circunspecto, viene muy bien acompañado por Curro Javier y Javier Ambel, que una buena cuadrilla es signo de señorío. Los de plata cumplen con suficiencia, lo mismo en los dos pares plenos de facultades de Ambel que en la brega eficaz de Curro. La cosa cambia a peor cuando el maestro se hace cargo de la situación para cantar el tema de la muleta, porque ahí Perera no dice ná de ná, se hincha a correr entre pase y pase, toma todas las precauciones del mundo, acaso estorbado algo por Eolo (como decían los antiguos) y resuelve su papeleta con el expeditivo método de meterle al toro, que se llamaba Soplón, número 150, una estocada en plena barriga, de la cual fallece.
Decíamos antes que atisbábamos en Garrido al sucesor de Daniel Luque, pero la verdad es que por hechuras y modos también recuerda lo suyo a El Pela, con más kilos. La faena a su primero, Tremendo, número 132, tiene dos fases muy distintas: al principio el hombre se pone como hará en todos sitios a tirar sus líneas por afuera, sus carreritas, su pico… lo de siempre, vamos. En un momento percibe netamente la censura, seria y fundamentada, desde el tendido y replantea su actuación. A partir de ahí hace un gran esfuerzo por intentar estar con más verdad y no andar correteando y ahí le sale lo mejor de su trasteo: dos redondos ligados en los que medio se queda. Le cuesta un montón hacer lo que pretende, porque ni es lo canónico que le han (mal) enseñado, ni le sale del alma, porque no resuelve los muletazos cuando el toro se le queda dentro, pero el esfuerzo que hace es innegable: la media faena que ha presentado antes de tirarse a matar ha sido lo más auténtico de todo cuanto llevamos visto de este torero.
El cuarto ha sido recibido por un tsunami de capotazos, ¡venga capotazos! Lo menos llevaría cerca de cuarenta cuando el animal no vio otra forma de huir del percal que irse al caballo, que estaba allí como posando para un Juan Cristóbal, lo que fuese con tal de no ver más capote. El caso es que el bicho cuando está llegando a jurisdicción se lo debió pensar y a escasos centímetros de las faldillas guateadas, antes de que la acerada puya se hincase en sus carnes, en un rápido regate desistió de ese empeño y salió de naja a buscar verdes praderas. Fandila se venga de Cano Seijo y pone cuatro pares de banderillas, de fantasía el último en el que clava dos de una vez al violín y a continuación las otras dos al cuarteo. Luego inicia su faena de rodillas y en seguida se percibe la condición humilladora y repetidora del toro por el derecho. El toro va y va y no deja de ir sin despistarse de la muleta salvo una sola vez en que echa una mirada al torero, única vez que no ha estado a lo que tenía que estar. Por el izquierdo el bicho era distinto y Fandi no le da fiesta por ahí. Termina con unas manoletinas de rodillas. Faena a menos.
El quinto, segundo de Perera ha sido un toro de interés, que no regalaba nada, que tenía en su embestida la promesa de la cogida y que demandaba una firmeza y una claridad de ideas que Perera no estaba dispuesto a dar. El toro es, valga la expresión, incómodo, porque arrea un cabezazo al final del muletazo porque mira, escarba y es violento. Perera no tiene interés en hacer otra cosa que lo que traía pensado desde el hotel y va sacando los muletazos de uno en uno, sin interés en que se produzca la ligazón, y demuestra que no tiene interés alguno en ir al sitio donde se cobra y donde se triunfa. Las condiciones del toro, no obstante, sirven para poner un poco en valor al torero, que resuelve su papeleta tirando de oficio, más frío que el iceberg que hundió el Titanic. Le clava el estoque en los bajos, suelta la muleta y sale corriendo despavorido: no es una halagüeña imagen para un matador de toros.
Antes de salir el sexto hubo una masiva huida de forofos del Real Madrid, y cuando Garrido apareció en el ruedo el aforo se había reducido de manera sensible. En éste Garrido presenta su cara más anodina, el Garrido previsible, corre que te corre, pico que te pico… Y la afición ahí aguantando hasta que después de unos 300 trapazos decidió eliminar a Hurón, número 111, a base de media estocada barriguera, otra tirando la muleta, otra igual tirando la muleta y una estocada baja.
En medio de la faena de Garrido se apagó parte de la iluminación de la Plaza, acaso por la cosa ecológica de reducir el consumo eléctrico, que a modernos no nos gana nadie.
Hoy también era día de sacar pecho, porque en ausencia de Pedrito El Capea, el único que apechuga ya con la responsabilidad de que hasta el más ignaro se crea un Corrochano por un día es Fandila. Es una maldición que cae sobre el granadino, pero es que es alucinante ver cómo algunos que se extasían con el toreo de todos los días, el fueracacho, pata-atrás, el pico y la carrerita, si lo hace otro, se ponen exquisitos y exigentes con el pobre Fandi, que ni engaña ni ha engañado a nadie nunca en su simplicísima manera de hacer su toreo de fiestas patronales basado en el fueracacho, el pata-atrás, el pico y la carrerita. Falta ya poco para que veamos a algunos poner los ojos en blanco como el Matthias de “El último hombre vivo” (The Omega Man, Boris Sagal, 1971) con el rollo mediterráneo de Manza por plantear los mismos argumentos de Fandila de esta tarde, pero con Fandi no hay bula y, quien más quien menos, tiene alguna censura que hacerle, que con él hay barra libre y da cancha para que cualquiera pueda tirárselas de buen aficionado low-cost: ese papel sacrificial es el que los de Madrid le tienen reservado a Fandila.
Junto a Fandila, que de entrada llevaba todas las papeletas para ser el menos valorado, el cerebro electrónico de Plaza1 urdió el plan de contratar a Perera y a Garrido. A Perera no sé, porque ni leo a los de los periódicos ni miro a los de la TV, si le habrán puesto el sambenito del “bache”, que les encanta. Esto lo aplican según ande el mercado, pues no es adjetivo que se cuelgue impunemente, y por si acaso no lo han dicho ya lo decimos aquí, que Perera no está en un bache, está en un socavón, un socavón como aquél que se abrió en la calle Luchana a principios del siglo XX que se tragó un carro cargado de sacos de harina y tirado por cuatro mulas. Y Garrido, Jose Garrido, que lleva todas las papeletas del sorteo para ser el sustituto natural de Daniel Luque, que es un torero que ha recibido todos los mimos del stablishment, pero que no acaba de arrancar y que va quemando las naves del crédito obtenido a base de mercadotecnia y propaganda. Con esa ecuación teníamos que vérnoslas a partir de las siete de la tarde y encima aposentados en un asiento nada cómodo, para que luego digan de lo sufrida que es la afición.
Fandila en su primero ha pasado como un suspiro. El toro tenía poca leche y el hombre abrevió en la cosa de la muleta, que si ves claro que no tienes mucho que decir y que nadie te está haciendo caso, lo mejor es irse a por la espada y dar fin de aquello. Antes el toro recibió un zarrapastroso quite de Perera basado en el embarullamiento con el percal en una especie de chicuelinas, más bien chicuelonas. Lo más notable con este toro fue que cuando quiso poner Fandila un cuarto par de banderillas el ignorante del presidente Cano Seijo, el que el año pasado concedió un rabo sin él saberlo, le denegó al torero el permiso, sin saber que él no tiene potestad para permitir o denegar un par de banderillas al matador en su toro, y que este puede hacer lo que le plazca sin la autorización gubernativa. Un sindiós. Fandila abrevió y todos se lo agradecimos.
Perera, fantasma extremeño en el Elsinore de Las Ventas, serio y circunspecto, viene muy bien acompañado por Curro Javier y Javier Ambel, que una buena cuadrilla es signo de señorío. Los de plata cumplen con suficiencia, lo mismo en los dos pares plenos de facultades de Ambel que en la brega eficaz de Curro. La cosa cambia a peor cuando el maestro se hace cargo de la situación para cantar el tema de la muleta, porque ahí Perera no dice ná de ná, se hincha a correr entre pase y pase, toma todas las precauciones del mundo, acaso estorbado algo por Eolo (como decían los antiguos) y resuelve su papeleta con el expeditivo método de meterle al toro, que se llamaba Soplón, número 150, una estocada en plena barriga, de la cual fallece.
Decíamos antes que atisbábamos en Garrido al sucesor de Daniel Luque, pero la verdad es que por hechuras y modos también recuerda lo suyo a El Pela, con más kilos. La faena a su primero, Tremendo, número 132, tiene dos fases muy distintas: al principio el hombre se pone como hará en todos sitios a tirar sus líneas por afuera, sus carreritas, su pico… lo de siempre, vamos. En un momento percibe netamente la censura, seria y fundamentada, desde el tendido y replantea su actuación. A partir de ahí hace un gran esfuerzo por intentar estar con más verdad y no andar correteando y ahí le sale lo mejor de su trasteo: dos redondos ligados en los que medio se queda. Le cuesta un montón hacer lo que pretende, porque ni es lo canónico que le han (mal) enseñado, ni le sale del alma, porque no resuelve los muletazos cuando el toro se le queda dentro, pero el esfuerzo que hace es innegable: la media faena que ha presentado antes de tirarse a matar ha sido lo más auténtico de todo cuanto llevamos visto de este torero.
El cuarto ha sido recibido por un tsunami de capotazos, ¡venga capotazos! Lo menos llevaría cerca de cuarenta cuando el animal no vio otra forma de huir del percal que irse al caballo, que estaba allí como posando para un Juan Cristóbal, lo que fuese con tal de no ver más capote. El caso es que el bicho cuando está llegando a jurisdicción se lo debió pensar y a escasos centímetros de las faldillas guateadas, antes de que la acerada puya se hincase en sus carnes, en un rápido regate desistió de ese empeño y salió de naja a buscar verdes praderas. Fandila se venga de Cano Seijo y pone cuatro pares de banderillas, de fantasía el último en el que clava dos de una vez al violín y a continuación las otras dos al cuarteo. Luego inicia su faena de rodillas y en seguida se percibe la condición humilladora y repetidora del toro por el derecho. El toro va y va y no deja de ir sin despistarse de la muleta salvo una sola vez en que echa una mirada al torero, única vez que no ha estado a lo que tenía que estar. Por el izquierdo el bicho era distinto y Fandi no le da fiesta por ahí. Termina con unas manoletinas de rodillas. Faena a menos.
El quinto, segundo de Perera ha sido un toro de interés, que no regalaba nada, que tenía en su embestida la promesa de la cogida y que demandaba una firmeza y una claridad de ideas que Perera no estaba dispuesto a dar. El toro es, valga la expresión, incómodo, porque arrea un cabezazo al final del muletazo porque mira, escarba y es violento. Perera no tiene interés en hacer otra cosa que lo que traía pensado desde el hotel y va sacando los muletazos de uno en uno, sin interés en que se produzca la ligazón, y demuestra que no tiene interés alguno en ir al sitio donde se cobra y donde se triunfa. Las condiciones del toro, no obstante, sirven para poner un poco en valor al torero, que resuelve su papeleta tirando de oficio, más frío que el iceberg que hundió el Titanic. Le clava el estoque en los bajos, suelta la muleta y sale corriendo despavorido: no es una halagüeña imagen para un matador de toros.
Antes de salir el sexto hubo una masiva huida de forofos del Real Madrid, y cuando Garrido apareció en el ruedo el aforo se había reducido de manera sensible. En éste Garrido presenta su cara más anodina, el Garrido previsible, corre que te corre, pico que te pico… Y la afición ahí aguantando hasta que después de unos 300 trapazos decidió eliminar a Hurón, número 111, a base de media estocada barriguera, otra tirando la muleta, otra igual tirando la muleta y una estocada baja.
En medio de la faena de Garrido se apagó parte de la iluminación de la Plaza, acaso por la cosa ecológica de reducir el consumo eléctrico, que a modernos no nos gana nadie.
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