-¡Se acabó el chocolatín! gritaron mis dos amigos al abrirles la puerta aquella noche del 31 de julio de 2006. Aludían, con su improvisada consigna, al último plan impulsado por Fidel Castro de distribuirle una cuota de chocolate a cada cubano en el mercado racionado. Cuando tocaron el timbre, faltaban sólo dos horas para entrar al primer día de agosto y Carlos Valenciaga ya había leído en la televisión una inesperada proclama anunciando la enfermedad del Máximo Líder. Las luces del Consejo de Estado se veían extrañamente encendidas y un silencio anómalo se había instalado sobre la ciudad. Durante esa larga madrugada, nadie podría pegar un ojo en nuestra casa...
En Generación Y
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