Si estaría uno despistado que venía conduciendo hacia Madrid con la preocupación de qué barrio visitaría para captar mejor el ambiente de la JMJ. El ambiente, pronto me di cuenta, es tan ubicuo como el mismo Dios cuyo vicario se hospeda ya entre nosotros. Riadas multicolores de jóvenes uniformados según sus naciones de origen han invadido pacíficamente cada rincón de la capital, con lo que se vuelve bastante difícil sostener eso de que a misa ya sólo van cuatro viejas. He topado con negros de Zimbabue y japoneses de Osaka, italianos y franceses bulliciosos, sudamericanos bailongos, españoles de las 50 provincias coreando sus rimas al límite municipal de decibelios, monjas de heroico hábito bajo la hirviente canícula, niñas monas que sonrientes le reparten a uno un folleto penitencial ilustrado con El hijo pródigo de Rembrandt.
Los que desatan su graznido escandalizado de gansos capitalinos ante la “invasión del espacio público” escriben mayormente sus artículos de fondo bien resguardados en el chalé de la Costa Brava, o sea que menos lobos, pijoprogres. Son clérigos laicos, devotos de la increencia que, acostumbrados a la cotidiana clandestinidad de la fe, contemplan con estupor la emergencia pública, colorista y sonora de los creyentes en esta suerte de olimpiadas del catolicismo que son las Jornadas Mundiales de la Juventud. Un taxista que me recogió en la plaza de Gregorio Marañón calificó la JMJ de “catolicismo fanático”; no, camarada conductor: catolicismo a secas. Fanáticos, lo que se dice fanáticos, los detenidos por patear a inocentes peregrinos en Sol en el ejercicio de la consabida tolerancia perroflauta, herederos naturales de los milicianos que razziaban las casas del Madrid en guerra en busca de cristianos y burgueses a los que dar el paseo. En la cutre manifa antipapa de la tarde se blandió esta pancarta: “La fe mueve montañas de dinero”. ¿Pero no dicen los tertulianos de progreso que los peregrinos apenas consumen y que por eso no dejan beneficio? ¿Y no dicen también esos mismos voltaires y rousseaus -qué haríamos sin sus fogonazos de ilustración quienes, desdichados, tanteamos las paredes de nuestra umbría caverna- que nuestra juventud de ni-nis carece de valores y sólo rinde tributo al botellón? ¿En qué quedamos, queremos valores o consumidores? ¿Acaso no es ya el primer milagro de la JMJ ver a tanto veinteañero sobrio, uno que lleva medio verano viéndolos mamarse por todas las fiestas de España? Pero cuando ayer -de día- pasé por Sol no vi rastro de indignación: sólo la alegría e higiene de los peregrinos, a los que no verán ustedes tirar un papel al suelo.
Ante la presencia de Benedicto XVI, nuestras autoridades se debaten entre la búsqueda de la foto rediticia, el cariño sincero y la obligación del cargo. Que cada cual distribuya estos papeles entre Bono, Rajoy, Aguirre y Gallardón, que esperaban al Pontífice en Barajas. El protocolo dicta que al Papa lo flanqueen Don Juan Carlos y Doña Sofía, aunque se produjo un cierto lío que la Reina solventó con su habitual sonrisa. Antes de la misa, uno se dio una vuelta por El Retiro para ver los célebres confesionarios de lo que han dado en llamar el “paseo del perdón”. Penitentes de todas las edades, hombres, mujeres y niños, se sientan un momento a lo largo del bordillo -la cabeza entre las manos y los codos en las rodillas- para hacer examen de conciencia antes de dirigirse al cura que les dará la absolución. A quien no vi por allí fue a José Luis Rodríguez Zapatero, que desaprovecha así la oportunidad de purgar sus cinco millones de pecados. Digo de parados.
(La Gaceta)