Francisco Javier Gómez Izquierdo
Una de las mayores grandezas del fútbol reside en hacer ver a los espectadores lo contrario de lo que muestra. Cien mil ojos en un estadio pueden no advertir un fuera de juego y cuando la tele parece medir dos milímetros en la carrera del delantero por detrás del último defensa, diez de los cien mil recibirán la llamada del suegro que les dirá: “Dice el tele que el gol ha sido en orsay”. Esos diez encenderán la mecha del murmullo y todo el estadio entenderá que el árbitro es un hijo de su madre buscando la ruina de nuestro club.
Esa manía persecutoria de la que adolece el mundo del fútbol -presidentes de club, entrenadores, jugadores, aficionados, periodistas, alcaldes y bedeles- se lleva con cierta resignación en según qué provincias, y los que vivimos en las de menos fama no nos cabe que el Madrid ó el Barça monten en cólera porque el árbitro no vio penalty en el área del Málaga ó el Logroñés. Para que la Competición liguera española pudiera presumir de justicia, los dos grandes deberían empezar los partidos perdiendo 1-0 y en todas las jugadas dudosas, los colegiados deberían decidir como manda el Derecho: in dubio pro reo.
Una huelga de futbolistas que se mantuviera firme en estos términos me parecería mucho más digna de respeto que en la que andan estos nuevos proletarios, "luchando" por un convenio colectivo justo y el depósito de no sé cuántos milones de leuros que garanticen el cobro de los contratos. Me entero de que el sindicato de Rubiales y Luis Gil no se financia con las cuotas de los futbolistas, por lo que no entiendo cómo “la patronal” no ha puesto a calentar a los juveniles. El Madrid y el Barça seguirían a lo suyo. En su particular convenio colectivo. Abandonarían la huelga y jugarían su Liga. El espectador empezaría a apreciar el fútbol base y no le importaría que Cristiano y Messi colaran una manita cada uno al nene de Rafael, que es el portero del Betis. Me da que se atemperarían los espíritus y las aficiones confraternizarían comparando las notas de inglés del central del Valencia con las del lateral del Granada... Menos los culés y los merengues, claro está. Sus encuentros serían como lo que era antes el día de Santiago: la fiesta del patrón. Sólo ahí cabría la crispación y el “mal rollo”. A los de provincias hasta nos daría la risa... ¿ Y los huelguistas? Pues a la calle. Al paro. Unos cuantos más ¿qué más da? A buscarse la vida en las ligas cataríes, chechenas y de por ahí... Los hijos de tantos Rafaeles pobres lo agradecerán eternamente.
Una de las mayores grandezas del fútbol reside en hacer ver a los espectadores lo contrario de lo que muestra. Cien mil ojos en un estadio pueden no advertir un fuera de juego y cuando la tele parece medir dos milímetros en la carrera del delantero por detrás del último defensa, diez de los cien mil recibirán la llamada del suegro que les dirá: “Dice el tele que el gol ha sido en orsay”. Esos diez encenderán la mecha del murmullo y todo el estadio entenderá que el árbitro es un hijo de su madre buscando la ruina de nuestro club.
Esa manía persecutoria de la que adolece el mundo del fútbol -presidentes de club, entrenadores, jugadores, aficionados, periodistas, alcaldes y bedeles- se lleva con cierta resignación en según qué provincias, y los que vivimos en las de menos fama no nos cabe que el Madrid ó el Barça monten en cólera porque el árbitro no vio penalty en el área del Málaga ó el Logroñés. Para que la Competición liguera española pudiera presumir de justicia, los dos grandes deberían empezar los partidos perdiendo 1-0 y en todas las jugadas dudosas, los colegiados deberían decidir como manda el Derecho: in dubio pro reo.
Una huelga de futbolistas que se mantuviera firme en estos términos me parecería mucho más digna de respeto que en la que andan estos nuevos proletarios, "luchando" por un convenio colectivo justo y el depósito de no sé cuántos milones de leuros que garanticen el cobro de los contratos. Me entero de que el sindicato de Rubiales y Luis Gil no se financia con las cuotas de los futbolistas, por lo que no entiendo cómo “la patronal” no ha puesto a calentar a los juveniles. El Madrid y el Barça seguirían a lo suyo. En su particular convenio colectivo. Abandonarían la huelga y jugarían su Liga. El espectador empezaría a apreciar el fútbol base y no le importaría que Cristiano y Messi colaran una manita cada uno al nene de Rafael, que es el portero del Betis. Me da que se atemperarían los espíritus y las aficiones confraternizarían comparando las notas de inglés del central del Valencia con las del lateral del Granada... Menos los culés y los merengues, claro está. Sus encuentros serían como lo que era antes el día de Santiago: la fiesta del patrón. Sólo ahí cabría la crispación y el “mal rollo”. A los de provincias hasta nos daría la risa... ¿ Y los huelguistas? Pues a la calle. Al paro. Unos cuantos más ¿qué más da? A buscarse la vida en las ligas cataríes, chechenas y de por ahí... Los hijos de tantos Rafaeles pobres lo agradecerán eternamente.