José Ramón Márquez
Toros en El Puerto. Toros que no son cabras, que meten miedo, toros con los que no viene a cuento el rollo de la cultura, ni del arte, toros para torearlos, para lidiarlos, para matarlos a estoque, toros que no escacharran relojes, ni tienen alta expresión, ni se agarran al piso, toros que rematan con furia en los burladeros de salida, entran con vigor al caballo, acosan a los banderilleros hasta la barrera y, a la primera de cambio, ponen a su matador con las patas por el aire, nada más que se despista. Toros de lidia en El Puerto de Santa María, toros de Medina Sidonia, ganadería de Herederos de Cebada Gago, divisa verde y encarnada, para Antonio Barrera, Alejandro Morilla y David Mora.
El primero, Querido, número 89 es un tío. Remata con violencia en los burladeros y se escobilla el derecho. Tito le pone una vara arriba y, a la salida del caballo, se despanzurra. Malos augurios parece traer esta caída, que es la única que se producirá en toda la tarde. El toro es listo y se entera de lo que pasa a su alrededor. Lo lidia con suficiencia y sobriedad Paco Peña y lo banderillea con gran soltura Pepín Monje, encontrando toro fácilmente sin necesidad de tantos requisitos como solemos ver habitualmente por esas plazas de Dios. El toro se le viene suelto, el peón le cuartea con agilidad, clava en la cara y el torero sale andando con guapeza. Antonio Barrera no se confía con el toro, y hace bien, porque el animal tiene buena memoria y en seguida descubre el truco que hay tras de la muleta. Le cuesta atacar al toro en su terreno y opta por hacer una faena por los terrenos de afuera, faena de poco compromiso que es jaleada desde el tendido, especialmente cuando consigue ligar los muletazos, en esta forma actual de ver los toros en los que se prefiere el pase al toreo. Faena que podía haber sido mucho más grande si el torero, una vez vistas las condiciones del toro, hubiese optado por atacar y romper al bicho a base de bajarle la mano y meterse en su terreno. Lo tumba de un gran volapié.
Alejandro Morilla viene a El Puerto con el bagaje de dos corridas de toros en lo que va de temporada. Su primero es un toro cinqueño de seis hierbas, Truculento, número 57, colorado ojiblanco, un magnífico ejemplar de toro de lidia serio, hondo de gran respeto. Lo pica arriba Santiago Rosales y lo banderillean con soltura Francisco ‘El Kako’ y David ‘El Vile’. Morilla inicia su faena con un pase cambiado por detrás al hilo de las tablas y, afortunadamente, desiste de darle otro en el imposible terreno que queda por los adentros. Con la rabia de sus pocos contratos y con ganas de agradar al personal se pone a torear en redondo hasta que el toro lo caza y le propina un tremendo batacazo. Una vez rehecho y cojeando remata la faena cobrando una estocada trasera y pasa a la enfermería.
El tercer toro, Charlatán, número 64, castaño bragado, es un tío. Otro toro muy serio y hondo al que David Mora recibe con unas sensacionales verónicas ganándole el terreno y que remata con una airosa media de frente. Lo pica arriba José María Expósito. David Mora se planta en el centro del platillo, brinda al público y desde allí cita al toro, que está en el burladero del 3. El toro se arranca con una embestida alegre y con gran fijeza y el torero se lo trae toreadísimo, cambiándole el viaje al llegar al embroque con un muletazo de una enorme suavidad y de una gran firmeza. Recuerdos de Antonio Chenel en esa pura expresión de toreo puro: parar, templar, mandar, cargar la suerte, los cuatro pilares del toreo clásico. Tras ese impresionante muletazo, en el que el torero ya ha ganado la pelea, la muleta al hocico y otro igual; si acaso Charlatán no quería chocolate, ahí tiene dos tazas. El toro se entrega a la firmeza de su matador y David Mora desgrana una enjundiosa faena por ambas manos basada en un toreo de gran dominio, con un enorme temple y marcándole al toro una velocidad muy lenta. Todo es mérito del torero, porque el toro ha sido dominado totalmente por él a base de puro toreo. Remata con una estocada en la suerte contraria y, con gran torería, aparta a la cuadrilla para dejar morir al toro.
El cuarto, Mugidor, número 118, negro bragado, es el más feo de los que han salido hasta el momento. Es un toro largo y ensillado que desdice de la hermosura de los tres que le han precedido. Antonio Barrera lo deja de largo al caballo y Germán Sánchez Barrera mueve al penco con estilo de buen jinete, el toro se arranca con una hermosa embestida y el piquero agarra un puyazo arriba dando el pecho que es una gloria verlo. Al toro le cuesta salir del caballo. En su segundo, Barrera presenta similares cartas a las de su primero, comienza con la ya inevitable ‘pedresina’ y se defiende como un león de las tarascadas y los parones del toro, le cuesta una barbaridad meterse en los terrenos de compromiso porque ahí está escrita la palabra ‘muerte’. Es impresionante ver cómo el toro se queda con el torero a la salida de cada muletazo y los gañafones que le tira. Antonio Barrera está hecho un jabato y mata a Mugidor de una buena estocada en la suerte natural.
Se corre turno, puesto que Morilla sigue en la enfermería y aparece Guitarrero, número 124, por la puerta de chiqueros. Otro toro de gran seriedad y muy bien hecho ante el que David Mora vuelve a mostrar el buen momento en que se encuentra, y cómo la progresión de este torero, desde el día de los Palha en Madrid, no es una casualidad. El toro plantea dificultades y Mora lo torea con gran inteligencia por ambas manos, con verticalidad y encaje. Toreo de riñones basado de nuevo en el temple, corriendo la mano, rematando atrás y presentando la muleta, aguantando las dificultades del toro. Toreo nada cultural. Lo mata de una estocada en la suerte contraria.
Aparece Alejandro Morilla cojeando y con la pierna vendada y tiene la ocurrencia el hombre de irse a porta gayola. Cuando se abre el portón aparece como una flecha Tremendo, número 99. Tras el susto y una carrera, parece que el animal está acalambrado de atrás y la presidencia opta por sacar el moquero verde. Sale entonces Tramposo, número 104, el más pequeño del encierro, toro muy vivo que no tiene gran interés en los caballos y al que banderillean con suficiencia y torería Curro Robles y ‘El Vile’. El matador, que a veces cojea y otras no, vuelve a poner sobre el albero de la Plaza Real sus ansias de triunfo y sus deseos de agradar. Tumba a Tremendo de estocada en la suerte contraria.
Gran tarde de toros en El Puerto con la verdad del toreo: un hombre que no se resigna a sus pocos contratos, un torero en progresión, un torero en una encrucijada, y enfrente, los toros, los que dan miedo, los que presentan ante sus matadores la incertidumbre de su casta y la certeza de su seriedad. A nadie se le ocurre hablar de epifanías ni de relojitos, a nadie se le ocurre sacar hoy una silla de enea ante estos toros ante los que sólo hay una posibilidad de salvación: el toreo.
Toros en El Puerto. Toros que no son cabras, que meten miedo, toros con los que no viene a cuento el rollo de la cultura, ni del arte, toros para torearlos, para lidiarlos, para matarlos a estoque, toros que no escacharran relojes, ni tienen alta expresión, ni se agarran al piso, toros que rematan con furia en los burladeros de salida, entran con vigor al caballo, acosan a los banderilleros hasta la barrera y, a la primera de cambio, ponen a su matador con las patas por el aire, nada más que se despista. Toros de lidia en El Puerto de Santa María, toros de Medina Sidonia, ganadería de Herederos de Cebada Gago, divisa verde y encarnada, para Antonio Barrera, Alejandro Morilla y David Mora.
El primero, Querido, número 89 es un tío. Remata con violencia en los burladeros y se escobilla el derecho. Tito le pone una vara arriba y, a la salida del caballo, se despanzurra. Malos augurios parece traer esta caída, que es la única que se producirá en toda la tarde. El toro es listo y se entera de lo que pasa a su alrededor. Lo lidia con suficiencia y sobriedad Paco Peña y lo banderillea con gran soltura Pepín Monje, encontrando toro fácilmente sin necesidad de tantos requisitos como solemos ver habitualmente por esas plazas de Dios. El toro se le viene suelto, el peón le cuartea con agilidad, clava en la cara y el torero sale andando con guapeza. Antonio Barrera no se confía con el toro, y hace bien, porque el animal tiene buena memoria y en seguida descubre el truco que hay tras de la muleta. Le cuesta atacar al toro en su terreno y opta por hacer una faena por los terrenos de afuera, faena de poco compromiso que es jaleada desde el tendido, especialmente cuando consigue ligar los muletazos, en esta forma actual de ver los toros en los que se prefiere el pase al toreo. Faena que podía haber sido mucho más grande si el torero, una vez vistas las condiciones del toro, hubiese optado por atacar y romper al bicho a base de bajarle la mano y meterse en su terreno. Lo tumba de un gran volapié.
Alejandro Morilla viene a El Puerto con el bagaje de dos corridas de toros en lo que va de temporada. Su primero es un toro cinqueño de seis hierbas, Truculento, número 57, colorado ojiblanco, un magnífico ejemplar de toro de lidia serio, hondo de gran respeto. Lo pica arriba Santiago Rosales y lo banderillean con soltura Francisco ‘El Kako’ y David ‘El Vile’. Morilla inicia su faena con un pase cambiado por detrás al hilo de las tablas y, afortunadamente, desiste de darle otro en el imposible terreno que queda por los adentros. Con la rabia de sus pocos contratos y con ganas de agradar al personal se pone a torear en redondo hasta que el toro lo caza y le propina un tremendo batacazo. Una vez rehecho y cojeando remata la faena cobrando una estocada trasera y pasa a la enfermería.
El tercer toro, Charlatán, número 64, castaño bragado, es un tío. Otro toro muy serio y hondo al que David Mora recibe con unas sensacionales verónicas ganándole el terreno y que remata con una airosa media de frente. Lo pica arriba José María Expósito. David Mora se planta en el centro del platillo, brinda al público y desde allí cita al toro, que está en el burladero del 3. El toro se arranca con una embestida alegre y con gran fijeza y el torero se lo trae toreadísimo, cambiándole el viaje al llegar al embroque con un muletazo de una enorme suavidad y de una gran firmeza. Recuerdos de Antonio Chenel en esa pura expresión de toreo puro: parar, templar, mandar, cargar la suerte, los cuatro pilares del toreo clásico. Tras ese impresionante muletazo, en el que el torero ya ha ganado la pelea, la muleta al hocico y otro igual; si acaso Charlatán no quería chocolate, ahí tiene dos tazas. El toro se entrega a la firmeza de su matador y David Mora desgrana una enjundiosa faena por ambas manos basada en un toreo de gran dominio, con un enorme temple y marcándole al toro una velocidad muy lenta. Todo es mérito del torero, porque el toro ha sido dominado totalmente por él a base de puro toreo. Remata con una estocada en la suerte contraria y, con gran torería, aparta a la cuadrilla para dejar morir al toro.
El cuarto, Mugidor, número 118, negro bragado, es el más feo de los que han salido hasta el momento. Es un toro largo y ensillado que desdice de la hermosura de los tres que le han precedido. Antonio Barrera lo deja de largo al caballo y Germán Sánchez Barrera mueve al penco con estilo de buen jinete, el toro se arranca con una hermosa embestida y el piquero agarra un puyazo arriba dando el pecho que es una gloria verlo. Al toro le cuesta salir del caballo. En su segundo, Barrera presenta similares cartas a las de su primero, comienza con la ya inevitable ‘pedresina’ y se defiende como un león de las tarascadas y los parones del toro, le cuesta una barbaridad meterse en los terrenos de compromiso porque ahí está escrita la palabra ‘muerte’. Es impresionante ver cómo el toro se queda con el torero a la salida de cada muletazo y los gañafones que le tira. Antonio Barrera está hecho un jabato y mata a Mugidor de una buena estocada en la suerte natural.
Se corre turno, puesto que Morilla sigue en la enfermería y aparece Guitarrero, número 124, por la puerta de chiqueros. Otro toro de gran seriedad y muy bien hecho ante el que David Mora vuelve a mostrar el buen momento en que se encuentra, y cómo la progresión de este torero, desde el día de los Palha en Madrid, no es una casualidad. El toro plantea dificultades y Mora lo torea con gran inteligencia por ambas manos, con verticalidad y encaje. Toreo de riñones basado de nuevo en el temple, corriendo la mano, rematando atrás y presentando la muleta, aguantando las dificultades del toro. Toreo nada cultural. Lo mata de una estocada en la suerte contraria.
Aparece Alejandro Morilla cojeando y con la pierna vendada y tiene la ocurrencia el hombre de irse a porta gayola. Cuando se abre el portón aparece como una flecha Tremendo, número 99. Tras el susto y una carrera, parece que el animal está acalambrado de atrás y la presidencia opta por sacar el moquero verde. Sale entonces Tramposo, número 104, el más pequeño del encierro, toro muy vivo que no tiene gran interés en los caballos y al que banderillean con suficiencia y torería Curro Robles y ‘El Vile’. El matador, que a veces cojea y otras no, vuelve a poner sobre el albero de la Plaza Real sus ansias de triunfo y sus deseos de agradar. Tumba a Tremendo de estocada en la suerte contraria.
Gran tarde de toros en El Puerto con la verdad del toreo: un hombre que no se resigna a sus pocos contratos, un torero en progresión, un torero en una encrucijada, y enfrente, los toros, los que dan miedo, los que presentan ante sus matadores la incertidumbre de su casta y la certeza de su seriedad. A nadie se le ocurre hablar de epifanías ni de relojitos, a nadie se le ocurre sacar hoy una silla de enea ante estos toros ante los que sólo hay una posibilidad de salvación: el toreo.