Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Me lo señaló Ricardo Bada, lo leí y ya no he dejado de hacerlo: ahora mismo, no conozco en los periódicos de lengua española a nadie que escriba mejor. Es el colombiano Alberto Salcedo Ramos, cuyas crónicas desde 1997 han sido recogidas en un libro que no se vende aquí, “La eterna parranda”, que es la eterna parranda de Diomedes Díaz, fugitivo de la justicia y rapsoda del pueblo, el turpial que mejor trina, el chivo que más mea, el gallo que alborota el corral, el “mandacallá” de los cantantes...
Salcedo Ramos frecuenta la música popular (Diomedes Díaz, Emiliano Zuleta), el boxeo (Rocky Valdez, Caraballo), el fútbol (Las Regias, el árbitro que expulsó a Pelé), los toros (Gitanillo, los enanos toreros), y por supuesto, la guerra, con todos sus mondongos físicos y morales, que lame a la nación.
–¿Qué somos a fin de cuentas? –se pregunta el reportero, que se contesta citando a Rojas Herazo–: una carretada de tripas que cada quien empuja como puede... Somos criaturas lamidas, humedecidas por la muerte...
Me gusta Rocky Valdez, el único Rocky que cuenta en Cartagena, y no porque fuera campeón mundial de los medianos, sino porque “a ese hombre en el ring le roncaban los cojones, mi vale”, cuyo único pecado fue coincidir en el peso y en el tiempo con Carlos Monzón.
Me gusta Emiliano Zuleta, el viejo Mile (“a mí el cuerpo siempre me ha pedido que le dé ron, música y mujer”), el que compuso “La gota fría”:
–La que no está para mí, está para otro tipo. Y eso es lo que se necesita, ¿oyó?, para que todos seamos felices. Mujeres y hombres siempre se acotejan, porque son como la caja y la tapa. Ellas ponen la cerradura y nosotros ponemos la llave. ¿Así quién no se acomoda?
Me gusta Guillermo Velásquez, El Chato, boxeador y árbitro, el hombre que expulsó a Pelé:
–¿Sabe una cosa? Ser peleador me sirvió para conservar la pureza. Cuando uno quiere imponer su autoridad, no puede darse el lujo de tener rabo de paja.
Me gusta Mauricio Álvarez, La Madison, futbolista de Las Regias (equipo de travestis creado en el 92 para recaudar fondos de ayuda a los homosexuales de Cali), que descubrió su homosexualidad a los siete años, leyendo a Superman:
–Apenas vi a Clark Kent, me volví loco.
Y La Ñaña, fundador del equipo:
–¿Sabe qué, papá? Escriba que todos los jugadores de Las Regias somos gays, pero eso sí: aquí no hay maricas ni locas, porque marica es el que le presta plata a otro y loca es la que anda sucia por las calles tirándole piedras a la gente.
Y otra vez Álvarez:
–Ahí salí con cara de gay... Es una cara como de galleta que se va a partir.
Y otra vez La Ñaña, increpando a su portero:
–Usted no tapa nada, mijito, usted no es muralla sino Mireya.
Luego explica cómo ellos, o ellas, se apropian de los insultos que les dirige la sociedad y los desactivan convirtiéndolos en chiste. Tampoco le importa el “ridículo” futbolístico:
–¡Ay, mijito, golean a la selección de los machos y no nos van a golear a nosotros, que somos unas completas locas!
Me gusta Óver Gelaín Fresneda, Gitanillo para los taurinos, a quien su amigo el pintor Obregón regaló un cuadro:
–No te lo dedico, por si acaso necesitas venderla.
–Pero, maestro, ¡cómo se le ocurre que yo voy a vender un regalo suyo!
Y me gusta Socorrito Pino, la niña más odiosa del mundo.
El resto es tragedia, la inmensa tragedia colombiana, prodigiosamente retratada (desde todos los ángulos, cosa que olvidó el periodismo) por Alberto Salcedo Ramos.
Abc
Me lo señaló Ricardo Bada, lo leí y ya no he dejado de hacerlo: ahora mismo, no conozco en los periódicos de lengua española a nadie que escriba mejor. Es el colombiano Alberto Salcedo Ramos, cuyas crónicas desde 1997 han sido recogidas en un libro que no se vende aquí, “La eterna parranda”, que es la eterna parranda de Diomedes Díaz, fugitivo de la justicia y rapsoda del pueblo, el turpial que mejor trina, el chivo que más mea, el gallo que alborota el corral, el “mandacallá” de los cantantes...
Salcedo Ramos frecuenta la música popular (Diomedes Díaz, Emiliano Zuleta), el boxeo (Rocky Valdez, Caraballo), el fútbol (Las Regias, el árbitro que expulsó a Pelé), los toros (Gitanillo, los enanos toreros), y por supuesto, la guerra, con todos sus mondongos físicos y morales, que lame a la nación.
–¿Qué somos a fin de cuentas? –se pregunta el reportero, que se contesta citando a Rojas Herazo–: una carretada de tripas que cada quien empuja como puede... Somos criaturas lamidas, humedecidas por la muerte...
Me gusta Rocky Valdez, el único Rocky que cuenta en Cartagena, y no porque fuera campeón mundial de los medianos, sino porque “a ese hombre en el ring le roncaban los cojones, mi vale”, cuyo único pecado fue coincidir en el peso y en el tiempo con Carlos Monzón.
Me gusta Emiliano Zuleta, el viejo Mile (“a mí el cuerpo siempre me ha pedido que le dé ron, música y mujer”), el que compuso “La gota fría”:
–La que no está para mí, está para otro tipo. Y eso es lo que se necesita, ¿oyó?, para que todos seamos felices. Mujeres y hombres siempre se acotejan, porque son como la caja y la tapa. Ellas ponen la cerradura y nosotros ponemos la llave. ¿Así quién no se acomoda?
Me gusta Guillermo Velásquez, El Chato, boxeador y árbitro, el hombre que expulsó a Pelé:
–¿Sabe una cosa? Ser peleador me sirvió para conservar la pureza. Cuando uno quiere imponer su autoridad, no puede darse el lujo de tener rabo de paja.
Me gusta Mauricio Álvarez, La Madison, futbolista de Las Regias (equipo de travestis creado en el 92 para recaudar fondos de ayuda a los homosexuales de Cali), que descubrió su homosexualidad a los siete años, leyendo a Superman:
–Apenas vi a Clark Kent, me volví loco.
Y La Ñaña, fundador del equipo:
–¿Sabe qué, papá? Escriba que todos los jugadores de Las Regias somos gays, pero eso sí: aquí no hay maricas ni locas, porque marica es el que le presta plata a otro y loca es la que anda sucia por las calles tirándole piedras a la gente.
Y otra vez Álvarez:
–Ahí salí con cara de gay... Es una cara como de galleta que se va a partir.
Y otra vez La Ñaña, increpando a su portero:
–Usted no tapa nada, mijito, usted no es muralla sino Mireya.
Luego explica cómo ellos, o ellas, se apropian de los insultos que les dirige la sociedad y los desactivan convirtiéndolos en chiste. Tampoco le importa el “ridículo” futbolístico:
–¡Ay, mijito, golean a la selección de los machos y no nos van a golear a nosotros, que somos unas completas locas!
Me gusta Óver Gelaín Fresneda, Gitanillo para los taurinos, a quien su amigo el pintor Obregón regaló un cuadro:
–No te lo dedico, por si acaso necesitas venderla.
–Pero, maestro, ¡cómo se le ocurre que yo voy a vender un regalo suyo!
Y me gusta Socorrito Pino, la niña más odiosa del mundo.
El resto es tragedia, la inmensa tragedia colombiana, prodigiosamente retratada (desde todos los ángulos, cosa que olvidó el periodismo) por Alberto Salcedo Ramos.