Me muero de curiosidad por averiguar qué le dijeron exactamente Zapatero y Rajoy a Benedicto XVI. En el caso del todavía –¡todavía!– inquilino de La Moncloa, habida cuenta del agujero abisal de antimateria que tiene por cerebro, con que se hubiera ceñido al esbozo perpetuo de su embobada sonrisa nos conformaríamos. Quizá le preguntó si la fúnebre vestimenta de sus niñas constituye motivo de excomunión. En cuanto al carismático líder de la oposición, quizá inquirió al Papa por su ciclista favorito, o le participó alguna otra honda inquietud por el estilo. En fin.
Escribo esto en un móvil, sentado sobre el pasto reseco de esta bíblica explanada de Cuatro Vientos donde un millón –de momento– de peregrinos esta noche acampará no de indignación sino de esperanza, no en expectativa de mejoras materiales sino espirituales. No resulta cómodo llegar hasta aquí. Ha habido que hacinarse en un vagón y caminar lo suyo bajo un calor fundente sólo aliviado por las rociadas de agua con que los amables vecinos nos refrescaban el peregrinaje. Los gitanillos hacían su agosto vendiendo latas y un chavalín con una pistola limpiadora de gasolinera nos pulverizó el pecho con un vapor fresco que nos supo a baño de ángeles.
Animaban el paseo los cánticos de los italianos, las reversiones en religioso de canciones laicas a cargo de unos chispeantes andaluces –“Dale a tu cuerpo alegría peregrino, que tu cuerpo está hecho para andar por el camino”–, el guitarreo neocatecumenal o un sudafricano tocando(nos) la vuvuzela. Si algún chavalín le rezongaba a su madre por el abrazo pegajoso de la canícula, ella le contestaba: “Antes de volver a quejarte mira a esos frailes y a estas monjas que caminan metidos en un hábito, sujeto con un cordel y sonríen”. Y uno, efectivamente, estudiaba la aspereza de los trajes talares o las botas como de trampero del Yukón de los scouts y ponía de inmediato sordina a esa odiosa vocecilla quejumbrosa que en todo primermundista se despierta cuando falta hasta lo superfluo.
Tendiendo la vista a mi alrededor, escruto un inexistente confín de peregrinos multicolores en este campamento festivo de fe perfectamente contemporánea. Muchos han venido de muy lejos pero están contentos de estar aquí. Dudo que el tal Hessel –ese vejete que en vez de estar jugando a la petanca se puso a resumir el librillo de Mao para promociones Logse, en definición de Ruiz Quintano– acredite un similar poder de convocatoria indignada, en el caso de que se decida a fundar las Jornadas Mundiales del Perro y la Flauta.
Ahora de la megafonía brota el Waka-Waka y los italianos que me rodean interpretan con gran seriedad la danza tribal de la novia de Piqué. Antes ha salido a cantar al escenario un brasileño que al término de su actuación, con algo o mucho de esa efusión clericalona un poco sonrojante, tipo Kaká, nos interpela: “¡Nosotros no necesitamos narcóticos, sólo a Cristo!” Bien, oiga, pero no ha dicho nada de tomarse una copa de vez en cuando.
(La Gaceta)