Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Dos mil. Eran dos mil. La quinta parte de los muchachos de Jenofonte, pero para los medios eran quinientos millones. De los dos mil, mil quinientos bien podían ser prensa. Mil quinientos periodistas y cuatro gatos dotados de la proverbial saña española, más un gobierno cadavérico y un plan para arruinar en lo posible la imagen de España. O sea, la marcha laica contra la visita del Papa. Y todo ese gasto en nombre de la lucha contra el gasto. Dice Seewald, el periodista que mejor conoce al Papa, que en la prensa alemana basta con saberse tres de los Diez Mandamientos para merecer periodísticamente la reputación de gran experto en teología. El listón está bastante más bajo en España. Dos mil. En puro proceder democrático, hacemos el recuento y lo ponemos sobre la mesa: dos mil. Gamberrada va, gamberrada viene. Dos mil. Mucho ruido mediático, pero dos mil. Eso explica la tradicional animadversión de la izquierda por el voto. Eran dos mil y presumían de librepensadores. Para demostrarlo, un concurso de groserías hispánicas contra un eximio visitante, Ratzinger: el único eclesiástico desde el cardenal Richelieu (su fundador) en ser miembro de la Academia Francesa, en el sillón de Sajarov. Dos mil librepensadores carpetovetónicos sueltos por las calles céntricas de Madrid. Menos de la décima parte de la plaza de Las Ventas. O Las Ventas en su peor entrada del año. Y la cazurrería. Y el periodismo. “Nosotros, los profesionales de los medios –dice Seewald–, habíamos levantado con pasión un muro de dogmas seculares, qué hay que pensar, hacer y vestirse... para después caer de rodillas delante de él.” Era la ideología de su generación...
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Dos mil. Eran dos mil. La quinta parte de los muchachos de Jenofonte, pero para los medios eran quinientos millones. De los dos mil, mil quinientos bien podían ser prensa. Mil quinientos periodistas y cuatro gatos dotados de la proverbial saña española, más un gobierno cadavérico y un plan para arruinar en lo posible la imagen de España. O sea, la marcha laica contra la visita del Papa. Y todo ese gasto en nombre de la lucha contra el gasto. Dice Seewald, el periodista que mejor conoce al Papa, que en la prensa alemana basta con saberse tres de los Diez Mandamientos para merecer periodísticamente la reputación de gran experto en teología. El listón está bastante más bajo en España. Dos mil. En puro proceder democrático, hacemos el recuento y lo ponemos sobre la mesa: dos mil. Gamberrada va, gamberrada viene. Dos mil. Mucho ruido mediático, pero dos mil. Eso explica la tradicional animadversión de la izquierda por el voto. Eran dos mil y presumían de librepensadores. Para demostrarlo, un concurso de groserías hispánicas contra un eximio visitante, Ratzinger: el único eclesiástico desde el cardenal Richelieu (su fundador) en ser miembro de la Academia Francesa, en el sillón de Sajarov. Dos mil librepensadores carpetovetónicos sueltos por las calles céntricas de Madrid. Menos de la décima parte de la plaza de Las Ventas. O Las Ventas en su peor entrada del año. Y la cazurrería. Y el periodismo. “Nosotros, los profesionales de los medios –dice Seewald–, habíamos levantado con pasión un muro de dogmas seculares, qué hay que pensar, hacer y vestirse... para después caer de rodillas delante de él.” Era la ideología de su generación...
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