lunes, 9 de junio de 2014

Vigesimoséptima y última de Feria. Miura. En el principio fue la A

Al líder del merendero del 7 (con sombrero), fan de Conchi Ríos,
 no le gustan los Miura porque tienen poca carne


José Ramón Márquez

La A. La primera letra del alfabeto. Si giramos hacia un lado la a mayúscula tenemos un toro, porque eso es lo que representa y su nombre, el fenicio aleph, es lo que significa: el toro. La A en dos días ha venido a dar la vuelta, como cuando te quitas un guante, a la Feria. La A con corona de Victorino del pasado viernes y hoy la A con asas de Miura, el aleph, el toro. Treinta tardes de murga para acabar en el inmutable principio: sin toro no hay nada.

Sobre la A con asas, para los pelmazos que andan al roneo toreríl digamos que hoy se colgó en Las Ventas el letrero de “No hay billetes” y que imagino que no sería por el tirón de Rafaelillo, ni de Castaño, ni de Serafín Marín; aunque el gourmand Moncholi clamase no hace tanto por la entrada de la modernidad en Zahariche, eliminando lo anterior, algo tendrá esa divisa para que el anuncio de los Miura sea capaz de llenar Las Ventas. Y sobre la otra A, la de la corona de Victorino, no debe pasar más tiempo sin que declaremos que mientras los correveidiles de los medios televisivos, radiofónicos y periodísticos ultimaban el otro día su aluvión de estacazos al ganadero, los Victorino, el padre y el hijo, recibían el espontáneo y masivo homenaje de la afición que les vitoreaba y les aplaudía a su paso a la salida de los toros, cosa de la cual no he hallado referencia en sitio alguno.

Cosas, cositas, que aquí todas las puntadas llevan no hilo, sino una madeja de lana de El Gato Negro. Hoy, tal y como ya habíamos advertido aquí, hubo que poner a disposición de Florencio el cabestrero a uno de los Miura.  Había que sacar pecho con Miura y los Carpantas del otro día, capitaneados por esa especie de Marianne de Guadalix, sombrero de paja en vez de gorro frigio, ese sincero admirador del arte de Conchi Ríos, se pusieron a ello con el plas-plas-plas, para que el Trinidad de turno sacase el pañuelico verde a una velocidad sideral, por si acaso la de Miura podía contar para premio y les estropeaba el pasodoble de darle el inane galardón a los borregos de Parladé, para lo que se habían conjurado. El hecho es que, con la ayuda de lo que hace cuarenta años se llamaba “tontos útiles” nos escamotearon un Miura para soltar uno de Fidel San Román, que es lo mismo que si vas al Auditorio a ver a Baremboin y en su lugar sale Manolo el del Bombo, aunque vaya vestido de etiqueta.

Cuando saltó al ruedo el primero, Ahumadito, número 69, ya se vio que la cosa venía en serio. Largo, enmorrillado, lustroso, ofensivo, muy serio. Su presencia tan hermosa recibió un puyazo anticonstitucional de Agustín Collado que hizo sangrar al toro por litros, y una segunda aplicación del trépano en el mismo agujero de la vez anterior, por si quieres arroz, Ahumadito. Ante tal agresión infame, el toro se defendió y economizó sus fuerzas, que menguaban a medida que su vida se le iba por el agujero de la espalda, y pese a eso fue capaz de presentar algunas embestidas  vibrantes y largas cuando Rafaelillo quiso hacerle las cosas de manera acorde a la alcurnia del animal.
 
En segundo lugar salió Zahonero, número 28, un cárdeno largo, algo ensillado, badanudo, precioso. Atacó por tres veces al caballo, recibió la perfecta lidia de Marco Galán, el mejor subalterno con el capote de todos los que han pasado por la Feria,  y se lució en los pares de David Adalid, magníficos cuarteos por el pitón izquierdo, clavando sobre el pitón más que en la cara, y de Fernando Sánchez, en un emocionantísimo par en el que el toro se arranca, sin permitir al peón hacer su característico paseo, pero cuando el torero ha iniciado el cuarteo, el animal de pronto reduce la velocidad de su carrera, haciendo el peón lo mismo y luego, cuando el toro acelera su carrera el peón hace lo propio acelerando para dejar en la cara un par realmente soberbio por la exposición y la torería con que se ha ejecutado. La faena de muleta empieza con el viaje largo de Zahonero y con la perceptible falta de ideas de Castaño sobre qué hacer, por lo que la faena es a menos, desaprovechando la evidente calidad del toro, que cuenta como uno de los mejores de la Feria.
 
El tercero, también cárdeno, fue Aguilero, número 20, alto y serio, ante el que Serafín Marín, dos corridas el año pasado, estuvo más bien desconfiado, pues si bien es verdad que el toro embestía a veces con la cara alta, tampoco tenía ningún instinto homicida ni se le obligaba con el trasteo a bajar la cara. Dio la impresión de que Serafín no tenía la fe en si mismo necesaria como para acometer la tarea que le habría llevado al triunfo; tan solo al final de la faena, uno por aquí, otro por allá, consiguió sacar algunos muletazos templados, quedándose, tragándose sus incertidumbres.
 
El cuarto es Velador, número 44, otro cárdeno, alto, ofensivo, enmorrillado, de impecable presentación, toro de tres muletazos, porque al cuarto ya se había orientado, avisó a Rafaelillo de sus intenciones y el murciano se dio perfectamente por enterado. En general no se puede decir que el bicho fuese un Leviatán y a medida que Rafaelillo se dio cuenta de esa circunstancia se fue confiando, más o menos, y consiguió algunos muletazos estimables.
 
En quinto lugar salió Datario, número 24, negro, de impresionante leña. Llamó la atención en el tiempo que estuvo en el ruedo su actitud muy nerviosa y poco clara, por contra no andaba muy sobrado de fuerzas y, sin tener la paciencia que habitualmente tienen con otras ganaderías, en seguida fue enviado por el Trinidad de turno al negociado de don Ángel Zaragoza, para que diese fin de su vida, sin ton ni son. Lo sustituyeron por uno de Fidel San Román, como se dijo antes, pero como yo he ido a ver la de Miura, paso de hablar del sobrero.
 
Para acabar, un toro muy grande, Escribano, número 72, precioso cárdeno claro, careto, para Serafín Marín. El toro se orientó muy pronto, quizás a causa de lo deficiente de la suerte de varas, y el torero no fue capaz de poner encima de la mesa más que su tesón, sin que ni las condiciones del toro ni tampoco los planteamientos del torero llegasen a entusiasmar a nadie.

Interesante corrida la de Miura, aunque en cierto modo haya sido víctima de la de Victorino. Si no estuviese tan fresca y tan presente la del paleto, la de Miura habría brillado mucho más.
 
Termina la Feria y el balance es realmente muy pobre. Nadie debe alegrarse del penoso coladero en que se ha transformado Madrid. No sé cuántas puertas grandes ha habido, no sé cuántas orejas de las que uno no es capaz de recordar apenas nada. Madrid está en una grave encrucijada que, seamos realistas, se resolverá de la peor manera posible. El gran problema es que la nueva afición viene adoctrinada por la TV, porque los nuevos aficionados han visto más corridas en la TV que en la Plaza y eso está modificando fatalmente la exigencia. Meditemos en esto: el último novillero ‘a la antigua’ con ambiente de verdad fue Talavante.
Estamos ante una gran encrucijada de la que sólo el toro puede salvarnos.

El Doctor Moncholi lleva años merendando para que envíen a Miura al matadero