lunes, 16 de junio de 2014

España donde el tiempo es una eternidad gris por la que no cruzan mulatas


 Si algo puede salir bién (sic)

Hughes
Abc

Es fácil reflexionar en Curitiba. El tiempo es una eternidad gris por la que no cruzan mulatas. Las horas son tan iguales que uno decide ya directamente vivir en el horario español. El paso de los días y la comparecencia de Alonso y Cesc, dos esclarecidos, han terminado de construir el relato oficial sobre el desastre de Salvador y sobre lo venidero.

Alonso llegó a rueda de prensa con la reflexión hecha. Como en la contrición, vamos por fases: del mea culpa a la reflexión. Y dejó algunas cosas claras. Primero, se cierra todo posible debate individual y se orienta hacia el colectivo. Colectivización de la culpa. Esto está bien. También por no organizar un acto diario de desagravio en favor de los que fallaron ante Holanda, que es una tentación muy de aquí y un poquito perversa. Además, Alonso coincidió con Del Bosque en el problema de la desorganización a partir del 3-1. Ahí habría perdido España los papeles por, como diría Willy de Ville, demasiado corazón. ¿Pero y cómo explicamos ese 3-1? La autocrítica de Alonso señaló fallos técnicos de concentración y una falta de control sobre el juego que propició demasiadas ocasiones rivales. Fue interesante en este punto el relato de cómo analiza España sus errores. Lo hacen hablando, dialogando.


Como la ejecutiva del PSOE. Es un análisis que tiene lo suyo de terapia de grupo.


Sobre lo que está por venir, fue Cesc el que alumbró. El fútbol no es único, dijo, y habló de profundidad, de arriesgar más. Implícitamente reconocía con ello lo que de fútbol control tiene el tradicional unicerismo español. En este punto surge una contradicción. ¿Cómo lanzar el equipo más al ataque, con más profundidad, y a la vez incrementar el control sobre el partido? Cuadratura del círculo. Ahora tendrán que estar Del Bosque y Toni Grande de brainstorming ante el pizarrín sacando flechas y esquemas. Yo creo que les sale un once-Niemeyer, redondeado, perfecto y funcional. El esquema que alumbre el cuerpo técnico español puede ser una de las cumbres organizativas del fútbol. Porque la selección afronta otro reto. Ha de ganar sin perder de vista el golaveraje. Es decir, ha de ganar holgadamente. Eso supone pasarse el Mundial contando con los dedos e introduce la espantosa urgencia de meter el segundo antes que el primero. Por ese puente se suicidan muchos equipos en trance de remontar. Y aquí conviene recordar que el mayor prodigio de este grupo fue seguir con su fútbol en el momento de mayor ansiedad. Una especie de frialdad ansiolítica que habla del aplomo como rasgo generacional fundamental de los Casillas e Iniesta.

Así que España, sin perder su filosofía, que es todo lo que tiene (diría más, quizás influido por el depresivo clima de Curitiba: es todo lo que tenemos), ha de cambiar, matizarse el estilo. Ante mí tengo el lugar donde Del Bosque da las ruedas de prensa. El trono del seleccionador rodeado de patrocinadores. Allí se querría sentar cada español, hacerse una «selfie» y dejar su once como pasan los ciudadanos a leer una frase del Quijote del Día del Libro (quijote táctico que fuera la acción unánime de todos). Porque estos días se produce algo muy bonito, el forofo participa del problema que enfrenta Don Vicente en una especie de solidaridad reflexiva. En las mesas de los bares se dejan dibujados centros del campo hechos con aceitunas.

Las opciones son amplias. Desde salir con lo mismo, que sería un desplante auténticamente genial, a cambiar los nombres sin afectar el sistema. Sacrificar a Xavi, por horrible que suene, y dar entrada a un interior más dinámico: Cazorla y, sobre todo, Koke. Pero el sacrificio de una vaca sagrada es tal herejía que habría que cambiar de sistema como de religión. Así que otra posibilidad es prescindir de un mediocentro o bajarlo directamente a la línea de defensa y ganar un jugador que pise banda y abra el campo (Pedro). Pero a esa opción hay que añadirle la variable del falso nueve. Así, con un mediocentro, interiores escoltando a modo de 4-3-3 (exitoso esquema reciente), jugadores que cayeran a banda y Cesc flotando, el equipo tendría más profundidad sin perder su capacidad de control sobre el balón, resolviendo el contradictorio dilema que afronta España en una especie de milagro táctico. En estas conjeturas quisiera ver yo a Perelman.