Hughes
Abc
La aparición de Messi en Maracaná, con uno de esos goles suyos que vistos en repetición parecen un documental a cámara lenta del National Geographic (la lengua de una iguana hacia el insecto, la carrera de un antílope en celo, la polinización microscópica de la flor, la peripecia de Messi y los defensas que se le van tropezando), nos recuerda, primero, que este jugador es harina de otro costal. El diez albiceleste es fútbol antiguo. Sus goles son distintos porque contrasta en ellos la imantación de ángulos, la verticalidad de raíl, esa determinación de trance que sólo tenía Ronaldo, con el letargo del que surgen.
Messi salió de su divina inopia en Maracaná y a Sabella, no me pregunten razones, yo le vi cara de campeón del Mundo (¡es el mítico Griguol sin la gorrita!). Pero el gol de Messi confirma también que este Mundial es el de las estrellas. Benzema, Pirlo, Rooney, Robben, Van Persie... Todos han ido apareciendo. ¿Pero y en España? ¿Quién es nuestra estrella? ¿De quién debemos esperar la acción definitiva, eso que en fútbol se resume en la intolerable expresión «marcar la diferencia»?
No se señala a nadie como estrella, pues España tuvo siempre un juego coral. Pero además hay un énfasis constante en lo colectivo, aún más después de lo de Holanda. «El grupo, el colectivo, todos juntos». Codo con codo como Bruno Lomas. La apoteosis del grupo, la exaltación grupal quizás haya sido la barbacoa (un grupo no es grupo hasta que no trincha un choricito criollo). Y está bien, pero se echa de menos algo de liderazgo visible. Alguien pudiera pensar (alguien malintencionado, no yo) que por ese «nosotros» están escurriendo el bulto determinados jugadores que tienen una condición de estrellas. Jugadores para los que luego pediremos balones de oro. Y no se trata de tener alguien a quién culpar (bueno, un poco sí), sino más bien alguien de quien se pueda esperar la proeza. Alguien a quien ponerle la velita. El Mundial tiene mucho de concurso de prodigios, de «all star», desfile de virgueros, de Victoria’s Secret del balón, como cuando en los dibujos animados Oliver Aton, Mark Landers y Philip Callaghan se jugaban el campeonato interestatal japonés. Lo individual resurge aquí, el cromo, el figurón. Pero en España no se sabe muy bien de quién esperar la maravilla.
No se señala a nadie como estrella, pues España tuvo siempre un juego coral. Pero además hay un énfasis constante en lo colectivo, aún más después de lo de Holanda. «El grupo, el colectivo, todos juntos». Codo con codo como Bruno Lomas. La apoteosis del grupo, la exaltación grupal quizás haya sido la barbacoa (un grupo no es grupo hasta que no trincha un choricito criollo). Y está bien, pero se echa de menos algo de liderazgo visible. Alguien pudiera pensar (alguien malintencionado, no yo) que por ese «nosotros» están escurriendo el bulto determinados jugadores que tienen una condición de estrellas. Jugadores para los que luego pediremos balones de oro. Y no se trata de tener alguien a quién culpar (bueno, un poco sí), sino más bien alguien de quien se pueda esperar la proeza. Alguien a quien ponerle la velita. El Mundial tiene mucho de concurso de prodigios, de «all star», desfile de virgueros, de Victoria’s Secret del balón, como cuando en los dibujos animados Oliver Aton, Mark Landers y Philip Callaghan se jugaban el campeonato interestatal japonés. Lo individual resurge aquí, el cromo, el figurón. Pero en España no se sabe muy bien de quién esperar la maravilla.
Consideremos que tampoco tenemos un entrenador-figura a lo Van Gaal. Don Vicente tiene ciertamente un liderazgo, pero de estilo blando, participativo. Eso que se dice ahora: «gestor de egos» (y ahora que no hay almas casi pastor de egos). Así que: colectivo sí, pero no nos olvidemos del liderazgo. Y mientras llega, yo, como aficionado, tengo mi fe puesta en Pedro, el factor Pedrito, porque Pedrito tiene una cualidad maravillosa. Siendo un jugador de La Masía, desarrollado en la Sillicon Valley del tiquitaca, nunca ha perdido su alegría, esa carrerilla de cabritillo que tiene, su verticalidad y optimismo (la mirada de Koke, ¡la sonrisa de Pedrito!). Ese fútbol incisivo que no nos tomamos todo lo seriamente que debiéramos por su expresión infantil, impropia de un delantero. Pero yo mi vela se la tengo puesta a él.