Para la Crítica Selecta, el Toro del Año es ESTO
José Ramón Márquez
Cuesta volver a Las Ventas después de dos corridas tan importantes como las de Victorino y Miura que pusieron punto final a la malhadada Feria del Isidro 2014. Lo mismo pasaba antes, cuando aún se veían buenas faenas; eso ya apenas ocurre y poco a poco nos vamos desengañando de que de ésas, por desgracia, y a la vista de los derroteros que va tomando el toreo, nos quedan ya muy pocas por ver. Por decir lo positivo, gusta la Plaza sin tanta gente y sin todos esos ansiosos bebedores de gintonic, almorzadores de pipas, que tanto estorban. La verdad es que uno prefiere a los silenciosos chinos, que se van en el tercero llevándose la almohadilla para devolverla, o a esos blancuzcos de sabe Dios dónde que chillan llenos de conmiseración cuando el picador se emplea en la espalda del novillo, que si llegan a ver la que le lió Agustín Collado al Ahumadito de Miura, se van derechos al Tribunal de Estrasburgo a pedir amparo.
Lo de hoy se hacía si cabe más doloroso por la presencia en Las Ventas de una nueva forma de la lisarnasia estirpe. De igual manera que Lucifer tiene diversos nombres, Satanás, Samael, Jaldabaoth, Belial..., la nefasta estirpe lisarnasia va adoptando nuevas denominaciones con las que tratar de confundir, y ésa es una de las principales misiones del diablo, a los incautos que pueden llegar a pensar que cuando se anuncia una ganadería con el nombre de una respetabilísima dama, María Cascón en el caso que nos ocupa, van a encontrar la entereza ganadera de doña Celsa Fonfrede o de las señoritas de Terrones y lo que sale del chiquero es... otra paletada de lisarnasios inmundos, que después de la infección de juampedritis es el segundo encaste por número de corridas en lo que llevamos de temporada en Las Ventas. Resulta que doña María es Puerto de San Lorenzo et alt. y sus Cascones de hoy, lo mismo. Sobre lo escrupuloso del manejo ganadero de la doña baste con señalar que la escalera de caracol que envió a Madrid venía bellamente ornada con los crotales anaranjados, unos en una oreja y otros en ambos, supongo que para discernir bien los que venían de Lisardo de los Atanasios. Dice la Unión de Criadores que la señal de los bichos es la hoja de higuera, por lo que se entiende que los crotales harían el papel de higos o, más bien por el tiempo en que andamos, de brevas. Novillos de más de 43 arrobas, pero cada uno de su padre y de su madre, el largo, el bien hecho, el gordito, el encogido, el zancudo corretearon por Las Ventas proclamando su descaste y su bobería congénita y dando razones a los turistas para preguntarse por qué se maltrataba a esos pobres animales que, por afán de agradar, se metían tales volteretas, hincando graciosamente los cuernecillos en la arena, se hacían los muertos con verosimilitud a la salida de un quite o miraban con ojos golosos la puerta por la que presentían que quizás se hallase el campo, como Ferdinando.
Como es natural, tratándose de una mise-en-scéne de los amados Lisarnasios, no podía faltar Barquerito a Las Ventas, por lo que si alguien desea una experta disección de los comportamientos de los seis mamarrachos, mejor que este trazo grueso, que busque las letras del exégeta donde éste las publique.
Para despachar los seis cascones, los Choperón Father & Son que tan contentos andan con la súper Feria que han dado, se trajeron a dos de Colmenar de Oreja y a uno de Valladolid que suman nueve corridas entre los tres en el año anterior, de las que cuatro y cuatro son de los dos colmenareños. Decían los viejos que cuando el metro llegase a Carabanchel sería el gran momento de La Chata, cosa que no ocurrió como es bien sabido, pero lo que nadie auguró es que Las Ventas iba a convertirse en La Chata, la Plaza de la Oportunidad a la que vienen muchachos de carreras inciertas buscando el chispazo, el fogonazo orejero que piensan que servirá para ponerles en órbita.
Los novilleros se llamaban Raúl Cámara, Jorge Escudero y Juan Miguel. No haremos aquí el famoso juego del aficionado J. cuando dice que él va a ver cuál de los tres es el más malo, porque la verdad es que estos chicos nunca debieron verse anunciados en Las Ventas, por razones obvias y que compete a la Empresa en primer lugar como adjudicataria de un concurso y a la Administración como propietaria del coso, especialmente estando al frente de la Gerencia de la Plaza ese beau Brummel de La Barceloneta llamado Abella, al que todos sin excepción llamamos Abeya, el programar y el exigir durante la temporada madrileña carteles acordes a la importancia de la Plaza.
De Raúl Cámara diremos brevemente que adolece de los grandes defectos del neotoreo, del postespartaquismo, del julianeo, pero que, particularmente, es el que parece tener algo más de sello personal. En su segundo enhebró algunos naturales a los que sólo les faltó que el torero creyese un poco en sí mismo, que se creyese que él era capaz de torear como se debe en vez de como todos. Como no dio ese paso adelante que marca la diferencia, nos quedamos en lo templadamente que condujo la embestida del bicho y en el sueño de lo que esos muletazos podrían haber sido sólo con no entregarle al novillo todo el terreno. Señalemos, también, en honor a la verdad, la condición ovejuna, bondadosa, franciscana del novillo. Cámara mata de pena -¿será el apellido?- y en ambos novillos optó por tirar la muleta al suelo para que el bicho se entretuviese con ella, como quien tira la piedra y esconde la mano, pero como eso es cosa que ya hacen también las figuras consagradas pensamos que acaso se esté abriendo otro nuevo camino en la suerte antes llamada suprema.
Joge Escudero trajo un vestido espectacular, azul pavo recamado en oros, siendo esto lo más reseñable de su paso por Las Ventas.
Juan Miguel vino bien arropado por una cuadrilla de muy buen tono, con Briceño y Anderson Murillo en la cosa de los aleluyas y con Jesús Aguado y Yesteras. A su lado está Fernando Martín que fue de banderillero, si no recuerdo mal, con Julio Robles y que es el gran responsable de que en su segundo Juan Miguel saliese a comerse el mundo, tras la bronca que le metió en el callejón a la muerte del primero, tanto como a las precisas instrucciones que le fue dando desde la barrera durante el desarrollo de la faena. Juan Miguel sacó a paseo su aire bullidor y, espoleado por las convincentes palabras de su apoderado, puso su corazón en una faena de muy poco peso pero que llegó a los tendidos, plagados de paisanos del diestro y de gentes abrumadas por el hastío de una infumable tarde sin toros ni toreros. Pinchó al toro en su primera entrada y en la segunda le pegó un perfecto estoconazo hasta la gamuza que echó al toro al suelo en menos tiempo del que se tarda en contarlo. Mientras las gentes sacaban los moqueros, el apoderado corría presto hacia el desolladero a pedir la cabeza del toro. El triunfo de Juan Miguel era su triunfo.