lunes, 16 de junio de 2014

Pirlo, el artista que inaugura el Brazuca




 Hughes
Abc

Las chicas sueñan con medios centro y la culpa es de Andrea Pirlo. Para empezar, no parece un futbolista. Cada día cuesta más distinguirlo de Massimo Cacciari, el filósofo italiano. En un mundo de barbas, la suya, un punto por debajo de Jeremiah Johnson, resulta insuperable. Pero además tiene ese rictus muy leve que le da a su seriedad de «regista» perpetuo, metronómico, el encanto de lo torturado. Queremos imitar su expresión como en su momento se imitó la de Bogart. ¿De dónde le viene la pena a Andrea Pirlo?

Pirlo tiene la cualidad rara de ser cada vez mejor. Eso habla de un fútbol vinculado a la inteligencia y no sólo, también a la experiencia. Un fútbol hecho de tiempo.

Se despide de Italia en este Mundial y Pirlo ha decidido que sea inolvidable. Para empezar, la Italia de Prandelli no es tanto de Prandelli como suya. Prandelli, del que ya dijimos que tiene una elegancia italiana menor, gambardelliana, moderna, algo tocada de chabacanería berlusconiana, se rinde a la elegancia natural, eterna y petrarquista de Pirlo y le hace un equipo a su medida. Está rodeado de centrocampistas que le protegen y le responden. Ha unificado su idioma, por fin. Quién lo diría cuando en sus tiempos del Inter parecía la opción del lirismo más radical e incomprendido del calcio. El calcio, por cierto, es él. Lleva una década siendo él.

Pirlo hizo contra Inglaterra un partido monumental, avance de lo que puede ser su campeonato. Lo podríamos resumir en algunas acciones. Los pases a Balotelli (ojo con esa conexión). La finta con la que sin tocar el balón dejó solo a Marchisio en la jugada del primer gol. La forma en la que salió de la presión desesperada de Inglaterra (presionar en Manaos es un trágico destino) con un zig-zag que desatascó el panorama entero del equipo. Y, sobre todas las cosas, su golpeo del balón, su golpe franco.

Podemos decir que Pirlo inauguró el Brazuca, le sacó al balón su primera potencialidad.
Este Mundial va a ser, entre otras cosas, la relación de Pirlo con el Brazuca, o de otro modo, con la última generación de balones. Hay como una frontera de posibilidades en lo que Pirlo pueda sacarle a esa pelota. Un horizonte de fútbol para diez años (los Mundiales tienen esa diversión también, ver el primer contacto de los mejores con el nuevo balón, algo en lo que se insiste poco).

Para empezar, lo que le sacó no fue un efecto normal. Fue mucho más allá del famoso golpeo de Roberto Carlos con el exterior del pie. Lo que consiguió Pirlo no fue una curva, fue un cambio de trayectoria, que la pelota fuera hacia un lado y luego cambiara repentinamente sin ningún tipo de explicación física. Hasta el punto de que pareciera que la pelota decidía cambiar, que se trataba de una libertad que de repente ganaba el balón, igual que los personajes de una novela se liberan de su autor.