Donald MacKinnon
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En Brasil’14 el delantero centro uruguayo Luis Suárez mordió en el omóplato (Mahoma, nos chismorrea Carlyle, escribió el Corán en omóplatos de carnero) al defensa central italiano Giorgio Chiellini, y el piperío moral montó un Puerto Hurraco.
–Aprendí hace muchos años de mi padre que hay que odiar el delito y compadecer al delincuente –dijo el director del “As”, que no sabíamos que descendiera de doña Concepción Arenal, y tampoco que doña Concepción Arenal fuera un caballero, como le pasó a Ansón con Evelyn Waugh.
Para mi psicoanalista, morder es una reminiscencia de la lactancia, de modo que Suárez habría confundido el omóplato de Chiellini con el pezón de Kathleen Turner, algo intolerable para los fascistillas de la Fifa, que han enviado a Suárez a Guantánamo, único rincón de Cuba donde se come tres veces al día.
–¡Hay que dar ejemplo a los niños! –razona un fifero francés que atiende por Jérôme.
¡Ejemplaridad! ¡Infancia!
Los chupatintas de la Fifa no saben que el bebé (supongo que se refieren a ellos cuando hablan de niños) conocen el mundo a través de su boca, cuyas funciones (todas futboleras) son abrir, chupar, morder, escupir y cerrar. Tampoco saben que besar, y vuelvo a mi psicoanalista, es una reminiscencia caníbal, y consienten que los niños vean besarse a los “goleiros” cuando golean como ven la mano de Maradona, las carneradas de Zidane o las mordidas de Catar.
Pongamos a favor de Luis Suárez el ejemplo de Donald MacKinnon, escocés, teólogo y filósofo (inspiró a Tom Stoppard la figura del metafísico en “Jumpers”), íntimo de Steiner, a quien debemos su retrato en pinceladas sueltas en “Los logócratas”, “Errata”, “Pasión intacta”…
Gran kantiano, MacKinnon vivía el periódico del día hasta la última línea. En “Le Monde” leyó que el jefe de los paracaidistas franceses en Argelia ordenó a sus hombres que lo vejaran y torturasen como a los prisioneros argelinos. Tras el ejercicio, el general Massu declaró que los informes de torturas eran exageraciones pusilánimes.
–Vamos a olvidarnos de Immanuel Kant –dijo aquel día, al entrar en clase, MacKinnon, para quien la noticia representaba el hecho del mal absoluto y trascendente, y ponía en tela de juicio, además del providencialismo kantiano, la capacidad de la razón para aceptar los actos humanos extremos.
Cuando veía a un colega al otro lado de la calle, MacKinnon lo emplazaba cordialmente a asistir a una cena esa noche. “¡Pero Donald, si la cena es en mi honor!” A lo que Donald respondía: “No importa, ven de todos modos”.
Su cólera, dice Steiner, era legendaria.
Mientras daba clases en Cambridge, se clavó una cuchilla de afeitar en la palma de la mano, en una especie de rito de concentración (o en alusión a la lógica de Ockham).
Y la gran revelación de Steiner:
–En su calidad de investigador adjunto en Balliol College (Oxford), MacKinnon se metía debajo de la mesa para morderles en las espinillas al grupo de hombres insufriblemente aburridos que tenía sentado frente a él.
LINHAS TORTAS
La eliminatoria Brasil-Chile es la respuesta futbolera a la pregunta, tan repetida, de por qué “Deus escreve certo por linhas tortas”. El Brasil de Neymar es el peor equipo que uno recuerda de esa cultura futbolística. Peor, si cabe, que el de Ronaldinho, el genio que abría la boca y mostraba un escaparate de bastones, gracia que, desde luego, no tiene Luis Suárez, que en la calle se confunde con Vargas Llosa. Ante Chile (la Roja verdadera), el peor Brasil de la historia estuvo varias veces a punto de ser abatido, y, sin embargo, todo el mundo tenía la corazonada de que al final triunfaría la “sinjusticia” y pasaría Brasil, como ocurrió en los penaltis, las líneas más torcidas de que se vale Dios para escribir en el fútbol recto. Porque sólo Dios puede hacer que este Brasil se quede con la Copa del Mundo.
Ídolo mundialista hincándole el diente a la Alta Cultura