domingo, 8 de junio de 2014

Cotto destroza al campeón

Triste, solitario y final


David Gistau
Abc
Nueva York

En el Garden, acompañado por unos amigos que también vestían el polo rojo del Maravilla Team, estaba ayer el dueño de la discoteca Gallery, de Guadalajara. Hace diez años, tuvo a Sergio Martínez trabajando en la puerta, y no lo tomaba en serio cuando le decía que iba a ser campeón del mundo. Aquellas ambiciones -las plegarias atendidas de Maravilla- terminaron de agonizar anoche en el Madison Square Garden, cuando Sergio no salió ya a pelear el undécimo asalto. Como si, al igual que "Mano de Piedra" Durán contra Sugar Ray Leonard, se hubiera dicho a sí mismo: "No More". No más. No más sufrir la izquierda de Cotto, tremebunda en el jab, el gancho y el upper, cuando emergía como el periscopio de un submarino para cerrar combinaciones ejecutadas con una velocidad de manos inaudita. Cotto se convirtió en el primer portorriqueño campeón mundial en cuatro divisiones después de una pelea magistral en la que dominó todos los resortes del boxeo, estupendamente preparado por Freddie Roach, que aún hizo manoplas con él para calentarlo en las tripas del Garden. Como una navajita suiza, Cotto siempre tenía la herramienta precisa para cada circunstancia del combate. Ni la experiencia le valió a Maravilla para neutralizar la galerna que se abatió sobre él: apenas demoró algo un desenlace al que estuvo abocado desde ese primer asalto terrible en el que cobró sentido para él la advertencia fatalista de Ringo Bonavena: "Cuando suena el gong, te quitan hasta el banquito". Esa soledad fue la de Maravilla, soledad terminal.

Los numerosos argentinos que acudieron al Garden vestidos con la albiceleste tuvieron motivos para sentirse abrumados por la vocinglera hinchada boricua procedente de Manhattan, Brooklyn y el Bronx. Mujeres con mallas de falsa piel de leopardo, embutidas, culonas, con guantes de boxeo de oro suspendidos de cadenitas que se curvaban sobre el escote. De la mano, sus hombres, con púgiles y gángsters tatuados, con banderas portorriqueñas y guantes de boxeo auténticos con los cordones atados al cuello. Un ambiente feroz urdido contra Maravilla, que recibió los primeros abucheos cuando el vídeo del marcador lo mostró bajando de un Suburban en el garaje del Garden, vestido con un chándal, sereno, muy cortés en los saludos a los empleados. Cotto apareció acompañado por su familia y con una camisa naranja arrugada, como si se hubiera quedado dormido viendo la tele y lo hubieran metido a toda prisa en el coche. Poco antes del combate, hicieron su entrada 50 Cent, Denzel Washington, Cristiano Ronaldo, y hasta Tyson, que sonreía junto a su mujer como si disfrutara de no tener que pelear. Vibraba el Garden, nostálgico, con él.

Encapuchado, Cotto salió sin música, como si no necesitara otra que el grito de su gente. Maravilla se entretuvo antes de agacharse para atravesar las cuerdas y se encaró con el público, como si buscara enardecer a los argentinos. Nadie podía imaginar en ese momento la sensación quebradiza que daría en el primer asalto, cuando Cotto lo tiró tres veces ante un clamor salvaje. A Martínez, demasiado estático, lo pasó por encima Cotto, que estaba ágil, rápido para entrar en una distancia en la que los fulminantes ganchos de izquierda iban descuadernando al campeón del mundo con un claqué de golpes secos. Qué triste sensación de zozobra daba Maravilla en el zarandeo, olvidada la norma escapista de la movilidad.

Maravilla sobrevivió apenas a la energía de ese comienzo de combate tan agresivo y se fabricó un ínfimo perímetro en el que respirar a base de tirar jabs intimidatorios y de dar pasos laterales. Cotto, cauteloso por la pegada del argentino, no terminaba de ir, pero dominaba la pelea con una exhibición de boxeo magnífico. En un estado físico muy superior, esquivaba y pegaba, se colaba, y siempre, después del derechazo, terminaba las combinaciones con golpes curvos de izquierda que fueron los que rindieron de a poco la voluntad de Maravilla y su esquina. Todo el Garden intuyó que el campeón claudicaba cuando, mientras Cotto esperaba para pelear el undécimo, a Maravilla lo envolvía toda su esquina como si quisieran refugiarlo en una membrana protectora. Fue su entrenador, Sarmiento, quien con un ademán dijo: "No More".