domingo, 22 de junio de 2025

Ullán



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Con las cosas de Ullán (“¡Coño, Iríbar!”, le espetó, no hace tanto, un cronista de sociedad en un museo de Ámsterdam) ocurre como con las ensaladas de corujas, que cuesta dar con ellas. “¡Si es que no llueve!”, se disculpan en Madrid los camareros. Pero a un Ullán periodístico (“Un chinche –diría en esto Elena Soriano–... ¡Un chinche!”) acaban de empapelarlo en un libro unos impresores de Burgos (“Burgos no te dejará frío” es el lema de la tierra) que se llaman Dos Soles. ¡Burgos! “Aquí no se puede hacer otra cosa que lo que hizo el Cid: irse a conquistar Valencia para comer naranjas y bañarse en el Mare Nostrum”, rabiaba Eugenio d’Ors en el vestíbulo del hotel Norte y Londres durante la guerra. Antes de la guerra, la vieja abadesa de las Huelgas vio en Madrid que los tranvías andaban sin caballos y predijo: “Esto acabará mal.” Total, que hay que ir a Burgos para leer a Ullán, cuyo castellano se hace duro de entender, opinan los cursis, tan cursis como aquel almirante inglés que decía: “Yo no entiendo más que las cosas que se pueden dibujar.” Estas cosas de Ullán –“Como lo oyes”, se llaman– son dibujos en el aire que entran, como las almas, por el oído (oído de tísico, el suyo): silbando. Por el oído el narigudo Cyrano vence al bello y bobo Cristián. “Lo único importante en esta puta vida es saber dónde está el hormiguero para meterla”, le dijo a Ullán, en presencia de El Fary, el ciertamente inolvidable Luis Folledo. Hoy, en la Corte, tamaña franqueza sólo es posible encontrarla en el bar de los Calvo –campeones, campeones–, en la calle Pingüino, de Carabanchel, que es el flanco que a uno le descubrió la madrileñísima Valle Camello. En un bar de Carabanchel, precisamente, apareció el jamón paranormal que mostraba en su cóncavo seno un rostro masculino, de abundantes cabellos y mueca compungida. “¡Ay, Jesús, no me digas más!”, exclamó Ullán, que vio en el jamón el objeto perfecto para reconciliarnos con nuestro entendimiento singular del arte. Ahí está, como lo oyes, el lirismo sincero del último punki, el loco zaragozano que arrasó “entre el sector más radical de la juventud vasca”. Su nombre, Manolo Cabeza Bolo; su verso: “Si a los punkis un día ves pasar, / no te enamores, tonta del haba...” Con razón en el mismo libro Abiel el venadeador trae dicho que no hay nada tan hermoso como la luz blanquísima del venado. “Es una lástima –concluye Abiel– que el hombre sea el único animal sin luz propia, ni rojiza ni blanca ni nada.”