JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy fue especialmente emocionante el paseo de nuestros dos representantes del orden ecuestre, doña Rocío y don Francisco Javier, cuando nos dimos cuenta de que para la última corrida de la Feria de san Isidro 2025 habían vestido las manos de sus caballerías con calcetines encarnados, porque a nadie se le escapaba el homenaje que estaban haciendo, calladamente, a la divisa encarnada de los toros jijones y de paso trayendo a la memoria la evocación de la primera plaza de toros circular que se estableció en Madrid, la del Soto de Luzón, erigida por la Archicofradía de la Sacramental de San Isidro en 1737 con la finalidad de obtener recursos con los que construir un pontón sobre el río Manzanares, Plaza que se estrenó, precisamente, con toros jijones. Bravo, de nuevo, por la pareja de écuyers, que cada día nos dejan boquiabiertos con sus conmovedoras enseñanzas.
A veces pasan cosas en la Plaza y no te enteras de por qué pasan, y eso es lo que hoy ha ocurrido con la inquina con la que una parte del público ha tratado a la corrida de Adolfo Martín, que es la que se eligió para cierre de la Feria. Es que no era normal el griterío contra los cárdenos albaserradas, en comparación con el silencio hipócrita de ayer mismo con la escombrera ganadera que nos trajo el Conde de Mayalde. Es que, si rememoramos el conjunto de la Feria que hoy termina, no somos capaces de encontrar alguna corrida que haya recibido peor trato por parte del público que ésta de hoy, con las cosas que hemos visto salir de la puerta de chiqueros. ¿Y cuál era el delito de los seis adolfos? Porque, la verdad sea dicha, tampoco es que la corrida llamase la atención por chica ni por escurrida, ni por falta de fuerzas, ni por ausencia o pobreza de defensas. Los que veían con un aire más santacolomeño, como el primero y el segundo, tenían menor desarrollo de sus defensas, pero los que venían más de lo de Saltillo, como el tercero y el quinto, presentaban encornaduras de más presencia. Fue ésta una corrida de aspecto bastante normal en lo que es lo de Adolfo Martín, que ofreció un promedio de 572 kilos del Sistema de Pesos y Medidas de Las Ventas, pero que ha servido para desatar las furias contra el ganadero y, de paso, tratar de ningunear la acción de los toreros, pero eso ya lo relataremos luego.
Bien es verdad que hubo que echar a uno, el cuarto, que se pegó un testerazo contra el Equigarcesaurio y salió de allí medio conmocionado, con los cuartos traseros temblando y hecho polvo, tanto que Florito y sus bueyes sabios fueron incapaces de retirar al animal, que finalmente optó por tumbarse para favorecer su propio apuntillamiento, casi una eutanasia, en el tercio, frente a chiqueros. Era de recibo echar al bicho, porque estaba como un flan, lleno de temblores, y con signos de congestión y a cambio soltaron a un tal Rociero, número 38, de la ganadería de Martín Lorca, que como todo el mundo sabe alberga en sus venas un coupage de sangres de Juan Pedro Domecq Solís, Torrealta y Toros de El Torero y que se comportó tal y como nos imaginábamos que se iba a comportar, dando la oportunidad a quien quisiera aprovecharla de comprobar el abismo que hay en la disposición, modales y humores de los epígonos de la cosa juampedrera frente a lo cambiante, variado y artero de los cárdenos albaserradas.
La terna designada por el think-tank de Plaza1 para la postrera corrida de toros de la Feria se componía de Antonio Ferrera, de blanco y oro; Fernando Robleño, excelentemente vestido de azul marino y más oro que un retablo de Churriguera, y Manuel Escribano, que el otro día nos dejó espantados con su vestido sangre de OVNI y oro y hoy optó por la sobriedad de un terno esmeralda y azabache, que le sentaba bastante mejor. Fernando Robleño se despedía no sé bien si de la Feria o de la Plaza, que lo mismo le dan otra despedida en Otoño. En cualquier caso, recibió el merecido aplauso del público en reconocimiento a su ejemplar trayectoria tras veinticinco años toreando todo lo que le han echado, y válgame Dios, que le han echado cosas muy feas.
Ferrera salió con su habitual capote azul de seda y pareció que el toro, Sevillano, número 80, se asustó un poco al encontrarse con ese color frente a él. Se llevó a los medios a brindarle el toro a Robleño y luego se las vio con las pocas ganas del animal, al que le sacó pases a base de oficio mostrando su peculiar estilo con la muleta, sin olvidar la memez ésa de tirar al suelo el espadín de mentira, no se sabe para qué. Al matar, algo le pasó, acaso que el estoque resbaló con el arpón de una banderilla, pero salió Ferrera despedido en plancha al suelo. Menudo susto. Luego, una estocada en el «rincón de Julián» bastó para tumbar al toro.
Al ir a arrastrar a Sevillano no se sabe bien qué lío se formaron entre ellos, porque también se fueron al suelo el hondero y uno de los mulilleros. Tarde de caídas.
El segundo de Ferrera fue la birria de Martín Lorca y nadie echó cuentas de la labor del extremeño/ibicenco a causa de la nulidad del toro. Lo despenó de media lagartijera, que fue suficiente. Hay que resaltar la constante disposición de Ferrera en la dirección de la lidia, los dos excelentes quites que hizo a peones que venían apurados buscando refugio en tablas, el quite que le hizo a Escribano y más detalles que no deberían pasar inadvertidos y que resaltan lo atento que está constantemente al desarrollo de la corrida.
Robleño recibió de capa a Madroñito, número 26, y a Aviador, número 12, con eficacia y dominio, sacándose a ambos al platillo a base de capotazos poderosos por ambos pitones, ahormando las embestidas y estando por encima de las condiciones de ambos toros. De los dos el de menos lucimiento fue Madroñito, que tuvo un aire más soso, con el toro embistiendo a media altura, enterándose y sin ganas. Lo mató de una buena estocada y nadie derramó una lágrima por el de Adolfo. El Aviador, nombre famoso en esta ganadería, tenía otras condiciones, y Robleño se las mostró al público a base de aguantar y de sobarle hasta obtener dos sobrios naturales de buen trazo y colocación. El toro por el derecho era aún más intratable y la insistencia de Robleño en estar ahí fue, en cierto modo, un resumen de los sinsabores de su cuarto de siglo como torero. Lo que le sacó al toro fue, literalmente, robándoselo a base de exposición y de ganas, como si estuviera haciendo su presentación y no su despedida. Cualquier otro hubiera aliñado al toro y nadie se lo habría censurado. Estocada desprendida fue la causa del fallecimiento de ese Aviador.
Y Escribano, que yo no sé qué le pasó hoy a la Plaza con Escribano. Hace por ahora diez años que Escribano se las vio con otro Baratero, número 108, de esta misma ganadería, y estuvo hecho un tío. El de hoy llevaba el número 30 y su firme intención desde que se encontró con el torero fue la de no dar nada. Y nada significa que no le brindó una sola embestida compuesta de tal manera que pudiera ser convertida en pase. A cambio dio unos giros sobre sí mismo a la salida de la muleta que te dejaban mudo, una sensación constante de riesgo, de peligro extremo, una incertidumbre sobre la cambiante reacción del animal en cada uno de los intentos de Escribano por someterle… Por lo que sea este toro fue protestado y algunos mantuvieron su protesta incluso durante la faena de muleta, sin echar cuentas de la pelea que se estaba verificando ahí abajo. Habría sido más fácil para Escribano aliñar al toro y dejarle un espadazo, pero optó por jugársela frente a un toro muy orientado en un trasteo tan emocionante como poco reconocido por el sanedrín. Su segundo era Madroño, número 90, que estaba conchabado con el Baratero para no dar nada él tampoco. Bueno, lo que dio fueron sustos y dureza ante los que de nuevo Escribano no se plantea la retirada y a base de aguantar y de no ceder espera conseguir robarle el pase que nunca va a conseguir. Valiente, sin hacer el loco y muy asentado, Escribano firma un sólido vis-a-vis en el que varias veces parece confiarse antes de que el toro le vuelva a avisar de que sabe dónde está y de que va a por él. La Plaza, de nuevo fría ante el despliegue de Escribano y, de pronto, una nota de humor macabro cuando desde el tendido una voz femenina exclama, ante la estupefacción de propios y extraños:
-¡Bájale la mano!
Quizás en ese momento es cuando Manuel Escribano percibe que debe acabar ya su esforzado e incomprendido trasteo. Estocada.
El pasado día 4 Escribano anduvo por Las Ventas sin decir nada, bailó el zapateado y se aprovechó de las ventajas que le convinieron. Hoy se desquitó por completo, dando su mejor imagen de torero honesto, luchador e infatigable ante dos enemigos de los que no ha conseguido más que malos modos y riesgo ante una extrema frialdad del público, sin que lo uno ni lo otro le haya intimidado.
ANDREW MOORE
FIN





















