Max Stirner
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El milagro del 78, fecha de la “okupación” del Estado de un partido por varios partidos (“pluralismo”, lo llaman), es haber hecho de un país orgulloso como España un país de lo más humilde. Sánchez, el “okupa” actual, podría molernos a palos si quisiera, pero ha tenido a bien no hacerlo. Y quien aspira a sucederlo en el Régimen de “okupación” ha tenido el buen gusto de presentarse con humildad: “Hoy os digo con humildad que soy mejor”, en línea con la serpentina lanzada por un Bobo Solemne en la tribuna del Parlamento: “A humilde a mí no me gana nadie”. ¿Humildes o modestos?
Para Max Stirner, el alemán de quien nuestro Ortega sacó, sin citarlo, la idea del yo y su circunstancia, hay gran distancia de una sociedad que no restringe más que mi libertad a una sociedad que restringe mi individualidad, es decir, la España que tenemos delante. La primera, dice Stirner, es una unión, un acuerdo, una asociación. Pero la que amenaza la individualidad “es una potencia para sí y por encima de mí, una potencia que me es inaccesible, que yo puedo, sí, admirar, honrar, respetar, adorar, pero que no puedo ni dominar ni aprovechar, porque ante ella me resigno y abdico”.
–La Sociedad está fundada sobre mi resignación, mi abnegación, mi cobardía, que llaman humildad. Mi humildad hace su grandeza, mi sumisión su soberanía.
Más que humilde, el español de a pie es modesto. La modestia es la virtud del escepticismo, y en España, decía Corrochano, uno es modesto cuando no puede ser otra cosa. Humildes se dicen los políticos, aunque cueste ver en la humildad de que presume Feijoo la humildad que hallamos en el Cid de don Ramón Menéndez Pidal, uno de los tres españoles humildes que Madariaga creía haber conocido en vida (los otros dos eran el duque de Alba –padre de Cayetana– y Valle-Inclán). Mas, a derecha e izquierda, todos los políticos se dedican hoy a talar olivos, que es el árbol de la humildad, y a sustituirlos por espejos que luego nos traen el apagón, fenómeno tan natural como los de “la dana” y la pandemia, que de modestos que somos todavía no se han cobrado el cargo ni de un mísero concejal. Otro misterio que intuyó Montesquieu: “Los hombres corrompidos individualmente son muy honradas gentes en general”. Y son esas “honradas gentes” quienes la tienen tomada contra los Sánchez, que obran como lo hicieron todos sus antecesores en el momio nacional.
–Los Bonaparte se equivocaron lo bastante para creer que imitar puerilmente a los reyes de antiguas dinastías era una forma de sucederles –anotó en sus memorias, y viene al pelo de nuestros primeros ministros, el príncipe de Talleyrand.
La “autohumildad” de Feijoo recuerda a la “autohonradez” de Pepe Botella, que tanta gracia hacía al mismo Talleyrand: “Sólo hay un hombre honrado en mi familia, que soy yo –decía José–, y si los españoles se quisieran agrupar a mi alrededor, pronto aprenderían a no temer nada de Francia”.
[Viernes, 30 de Mayo]

