jueves, 19 de junio de 2025

Toro

Bonifacio visto por Alberto García-Alix


Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Frente al imposible científico de pasar de buey a toro, ¿han reparado ustedes en lo fácil que es pasar de toro a buey?


¿Recordáis –preguntaba Foxála entrada del Buey Apis, en Menfis, entre sacerdotes de túnica blanca y morenas esclavas de pecho desnudo que le ofrecían, arrodilladas, frutas encendidas y guirnaldas de flores?


Suso de Toro, que fue cazador, pero que todavía no sabe que ningún victorino navegó en el Arca, responde lastimero:


Ah, ese cuerpo inocente drogado, limadas las astas, humillado, asustado, provocado, aguijoneado, traspasado, sacrificado de forma tan cruel...


Ni que decir tiene que Toro, autor de cabecera en prosa del presidente del Gobierno (el autor de cabecera en verso sigue siendo Gamoneda, a pesar de haber dejado, gracias al Cervantes, de ser pobre), se refiere al toro de lidia, un animalejo del que Galicia, suso-dicho está, anda libre. Allá Galicia. Góngora, empitonado por su obispo Pacheco por concurrir en Córdoba a fiestas de toros contra lo terminantemente ordenado a los clérigos por “motu proprio” de Su Santidad, escribió de Galicia unas décimas (“¡Oh posadas de madera, / arcas de Noé, adonde, / si llamo al huésped, responde / un buey, y sale una fiera!”) que vendrían a darle la razón a este Suso de Toro que en la plaza de su pueblo, cada vez que da con un forastero, le espeta eso de “le somos una nación, ¿sabe?”, y que ha escrito la última frase inmortal:


Los escritores no nos jugamos la vida.


Nuestros escritores lo más que se juegan es la nómina, y tampoco es el caso de nuestro autor, cuya compasión schopenhaueriana puede alcanzar al toro de lidia, pero no a la langosta a la americana, que ha de cortarse en vivo, pues tú le das a un escritor español una langosta congelada y te la tira a la cara. Al escritor español le faltan huevos para jugarse la vida o para pagar de su bolsillo la fianza de una langosta de sesenta y cinco años de edad, como hizo en el restaurante “Gladstone Four Fish” de Los Ángeles la chica de la tele Mary Taylor Moore, que la soltó en las costas de Maine. Más cerca de nosotros, en Cuenca, mi amigo Bonifacio, que había sido torero, liberó a otra “emblemática” langosta de restaurante por el procedimiento de tomarle la palabra a Zóbel, que en una noche loca dijo: “Te invito a cenar, Boni. Pide lo que quieras.” Y todavía resuenan, entre las casas colgadas, los gritos que pegó al recibir la cuenta.