jueves, 12 de junio de 2025

María Soraya



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Amenizada con unos retratos cuya comprensión requiere de la lectura de “Eros y magia en el Renacimiento”, de Ioan P. Culianu –misteriosamente asesinado, por cierto, en los Estados Unidos de América–, Nieves Herrero y María Soraya han mantenido en la habitación 716 de un hotel con vistas al lujurioso Jardín Botánico una controversia cultural como las de Bertrand Russell y el Padre Copleston en la BBC de los cincuenta.


A las mujeres en edad fértil se nos mira como a sospechosas –dice María Soraya, que “al final –anota Nieves Herrero– se encuentra a gusto con los pies descalzos”.


La liga en la media, nos dice Ruano, puede llegar a ser un pecado venial: lo que debe empezar a preocuparnos son unos pies descalzos por la hierba fresca.


Cuando el Indio Fernández pensó en una historia de amor, de indígenas, de flores y de muerte, pensó en “María Candelaria”, y se fue por su musa, Dolores del Río:


Con esta película, Lolita, usted se va a ganar más gloria de la que tiene anhelada.


¿Quieren que haga a una indita? ¿Yo? ¿Descalcita?


Por supuesto, sus pies serán el más grande desnudo de todas las obras de arte; sólo bastan sus pies.


Los pies de María Soraya son... grandes. “Tumbas de filisteo”, por decirlo a lo Quevedo. Pero el capuchino Padre Fuente de la Peña encabeza uno de sus capítulos de “El ente dilucidado” con el siguiente enunciado: “Si los monstruos lo son ellos o lo somos nosotros.” ¿Los pies de María Soraya son grandes o nuestros ojos son pequeños? En los “Anales del Imperio de Macao” los chinos anotaron a propósito de los holandeses: “Tienen unos pies inmensos.”


La calle da mucha fuerza –musita María Soraya.


Mas por la calle no puede ir descalza porque sería como ir desnuda y, como dice Carlyle, sólo una cosa diferencia al hombre civilizado del salvaje: los bolsillos. El salvaje, explica Camba, aunque tiene narices y manos, generalmente atiende a las unas con las otras y no necesita guantes ni pañuelo. Pero María Soraya se ha alejado demasiado de la Naturaleza para que, de la noche a la mañana, pueda volver a ella, diciéndole:


Aquí estoy. He resuelto salir sin zapatos a la calle, que tanta fuerza me da.


Y tampoco creo que así le cayeran votos de la derecha. En Madrid, el buen burgués tipo, el burócrata, no concibe la vida de sociedad con señoras, si ha de llevar la suya.


¡Pies, para qué os quiero!