PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas.
Sábado, 31 de mayo de 2025. Vigésimo festejo de San Isidro. Segunda corrida de rejones. Cartel de no hay billetes. Tarde primaveral calurosa a tres semanas del solsticio de verano.
Toros de Los Espartales, de sangre Murube, con los pitones desmochados, escasos de trapío, terciados (en exceso, segundo, cuarto y quinto), cómodos, mansos (todos quisieron saltar al callejón, y lo lograron, el primero, el quinto y el sexto), nobles y dóciles. Dentro del comportamiento colaborador del toro de rejones, la condición mansa de los toros de Los Espartales contribuyó a una tarde menos exitosa con su gota de interés.
Toreadores: Diego Ventura, de Lisboa (Portugal), traje campero, chaquetilla de color teja oscuro y pantalón azul marino, una oreja y silencio; veintiséis años de alternativa. Sebastián Fernández, de Granada, traje campero, chaquetilla gris azulada y pantalón negro; saludos y silencio tras dos avisos; cinco años de alternativa. Duarte Fernandes, de Lisboa, chaquetilla negra azulada y pantalón gris oscuro, silencio y silencio; tres años de alternativa. Sebastián Fernández confirmaba la alternativa.
Al llegar a la plaza y al entrar en ella pude experimentar que no conocía a nadie de los numerosos asistentes con los que me rocé. En ocasiones, en cada festejo, en Madrid, al emprender el camino hacia mi localidad tengo que pararme frecuentemente para saludar a personas que conozco, lo cual me lleva a pensar que a los toros vamos siempre las mismas gentes, pero en las corridas de rejones es notorio que el público es totalmente distinto al que acude a los festejos ordinarios, sean corridas de toros o novilladas. Al desconocimiento que se da en las corridas de rejones de unas personas sobre otras, se suma la misma ignorancia sobre el mismo espectáculo. A las corridas de rejones se acude con el objetivo de divertirse, y esto consiste en ver ejercicios ecuestres variados de las monturas sobre los toros elegidos para el disfrute de los rejoneadores y del público, y a que todo culmine en el corte de orejas. Ayer sucedió que la condición mansa de los toros —de sangre Murube— de Los Espartales fue una sorpresa y permitió una función diferente. Los astados mostraron una acusada querencia a recorrer las tablas del coso y a intentar saltar al callejón, lo cual dio un colorido manso a la tarde, y desembocó en una ausencia de corte de trofeos para decepción del respetable, con expectativas triunfalistas, de esta clase de festejos. Asistimos, por lo tanto, a una tarde mansa, si la comparamos con ese alboroto continuado que son las tardes de rejones características. A pesar de todo hubo petición de algún trofeo y reclamación al presidente de devolución de toros por su manifiesta mansedumbre.
Al estar todavía muy cercana la actuación histórica de Morante de la Puebla, del pasado miércoles, nos encontramos con imágenes muy cercanas en nuestra memoria sobre el significado de la sucesión de lances sin solución de continuidad, una de las bases del toreo de todas las épocas. Tanto es así que ese concepto tan básico y primordial de que los lances tienen que sucederse unos a otros, sabemos que se encontraba ya en el toreo caballeresco en su etapa de esplendor del siglo XVII. Lo demandaba el caballero Gerónimo de Villasante, en sus Advertencias para torear con el rejón (1659), cuando pide que los toreadores en su tauromaquia enlacen el final de acción con el comienzo de la siguiente, «volviendo a tomar postura para el segundo lance, y así los demás», y a ello le añadieran circularidad y continuidad, ya que «es cosa muy airosa ponerle los rejones —al astado— uno sobre otro, de suerte que en el tercero se vuelva a hallar en el mismo sitio donde tomó la suerte primera». Y con un remate de las acciones, como prefiguraba el preceptista Diego de Contreras, en Advertencias para torear (1650), de modo que tras el último hierro colocado en el morlaco «sin apartar mucho el asta —sobrante— del rejón, irle dando palos en el hocico y sacando el caballo por derecho, llevándose siempre el toro junto al estribo». De toda esta teoría y logro de la sucesión de acciones o de suertes y de su consecuente circularidad, que vimos manifestarse en el toreo de Morante de la Puebla, ante Seminarista, poco vimos hacer ayer tarde a los toreadores que galoparon por el coso de Las Ventas. No quiere decirse que no lo intentaran, pero no lo lograron. La tarde fue mansa, porque los toros mandan, y así debe ser, a pesar de la representación envasada que los gestores del negocio taurino ecuestre quieren siempre conseguir, y que por momentos se les frustra, porque la vida puede contener por fortuna desilusión.
En la tarde de ayer confirmó la alternativa el caballero Sebastián Fernández, de manos de Diego Ventura que le cedió el primer rejón para la lidia de su primer toro en Las Ventas. Dicho toro manso recorrió muchas tablas y saltó al callejón. Fernández lo recibió en la suerte del toril con la garrocha en la mano, con la que no pudo encelarle tras recorrer toda la barrera del ruedo, dado el carácter renuente del astado. El primer rejón de castigo lo logró colocar en terrenos del ocho, de lejos, quedando el hierro caído. El segundo lo clavó en terrenos del dos, también quedó caído. La caballería, que nos pareció Lince, recibió varias cornadas en el desempeño de su cometido. En banderillas largas, con California, de la misma manera el equino fue tocado por las puntas romas del astado. La primera banderilla, en los medios, quedó trasera. La segunda fue al estribo, y por haber logrado temple cerró el caballero con el saludo del teléfono. La tercera fue preparada en el paso al costado y la recibió el toro de lejos, si bien a la altura del estribo. Al poner las siguientes banderillas largas, Fernández sacó a Junco, bello caballo lusitano, que hace una hincada antes de clavar y recibe un toque de la cuerna del morlaco llamado Cantino. A continuación vinieron las banderillas cortas, dos clavadas y otras dos, una en la arena y otra de difícil entramado y planteamiento. El toro muy disminuido y agotado, recibe la rueda del caballero, que gira a su alrededor, para de manera alejada recibir un rejón de muerte trasero y caído, aún sí se levantó en un instante final el astado antes de rendirse a la muerte.
En el quinto toro de la tarde, terciado, gacho, pobre de trapío, muy manso, que saltó la barrera, Fernández puso un rejón de castigo en terrenos del cuatro, trasero, atacando desde la contra querencia. El segundo rejón lo situó por delante del caballo al entrar en la suerte, en terrenos del dos. En banderillas utilizó tres caballos, las colocó en terrenos de la querencia, destacando Judío, en la suerte del violín con salida con pirueta de la cara del toro. Finalmente, con Junco, de nuevo situó al toro cuatro banderillas cortas, por detrás. La caballería recibe un toque del toro y hace una reverencia. Para la suerte final del rejón de muerte en la rueda ante el toro se suceden los pinchazos. Más adelante, ante toro exhausto, otros pinchazos, un segundo aviso y un rejón trasero resolutivo.
Diego Ventura, vivió una tarde con toques a sus caballos en la lidia del segundo toro, terciado y muy cercenado de pitones, y con muchas ayudas de sus auxiliadores (antiguamente, lacayos), en la faena al quinto, que llegaron a intervenir, al menos en cuatro instantes con detallados capotazos para el astado. En su primer todo, dos rejones de castigo desde lejos, pretendiendo encelar al toro. En banderillas utilizó tres caballos. Puso banderillas a dos manos con Bronce, sin riendas el equino. Luego con Brillante dos cortas y dos rosas. El toro muy castigado quiso echarse. Y muere con rejón de muerte atravesado. En el cuarto toro de la tarde, muy terciado y de poca fuerza y manso, los capotazos de los auxiliadores fueron continuados. Dos rejones de castigo. Tres banderillas largas sobre Lío, clavando dos por detrás, tras requerimientos y llamadas al respetable, quiebros de la montura y encele a la cola —lo más logrado—. Con Bronce, una cuarta banderilla larga, donde el morlaco toca al caballo, una reverencia, paso al costado y banderilla trasera. A dos manos, sin riendas, dos entradas con sendas banderillas, y que en cada entrada una se le cae. El toro muy disminuido. Nuevo caballo. Los lacayos sobre auxilian. Y el toro muere tras cuatro pinchazos, rueda del caballo a su alrededor y un último rejón caído.
Duarte Fernandes, a su primer toro, le dio una lida espectacular, resaltado el remate de las suertes con piruetas de sus equinos. Clavó al comienzo bien, en la cruz. Después se fue hacia el corte de orejas con riesgo de sus caballerías. Sobre Aysper, bello caballo lusitano, puso tres cortas al violín con vibración. Su caballería es alcanzada. El subalterno interviene. Con el rejón de muerte marra, pincha en dos ocasiones y en un cuarto intento mata de colocación trasera, en tablas, con un último descabello. En el último toro, sus caballos son tocados en demasiados tramos de la lidia. Ilusión sufre una cornada real en su vientre al intentar el quiebro en una banderilla larga. Tiene que matar con Aysper, de pinchazo y toro descordado.

