Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Me fascina la perplejidad mediterránea de Boadella, porque es la perplejidad facial de un mono mirando por un canuto. Ahora, y en la sobremesa de su cena, que es “La Cena”, donde se satiriza a los cocineros de gomaespuma, Boadella avisa de que la decadencia de Roma comenzó cuando esos cocineros se convirtieron en gurús. Como en España.
–La miseria –decía Pemán– tiene inevitables revelaciones plebeyas. Por ejemplo, el olor. La cocina rica y afrancesada, la del asado y los espárragos, es inodora. Pero la cocina española, la de los potajes “que cunden mucho”, la de “un solo plato abundante”, tiene una inequívoca fragancia racial de cuartel o convento.
Y es inútil ocultarlo. Cuando la familia ha tenido que descender de menú, toda la casa se llena de una indiscreta y fragante revelación. Es decir, que toda España empieza a oler a cuartel y a convento. Es la crisis. Mas en eso consiste el socialismo: socorrer a los pobres después de crearlos.
El hambre de los pobres desata el apetito de los ricos, que requieren de grandes cocineros: aquellos cocineros que cayeron en la diáspora cuando la Revolución Francesa, matando señoritos, los dejó en el paro. La decadencia.
Lo mismo que en Roma, con sus Fabius, o devoradores de fabes, y sus Lentulos, o devoradores de lentejas, la España tartufesca de Boadella se nos ha petado de filántropos gastronómicos que viven de darse importancia a base de pompas de fabada asturiana, de górgoros de rabo de toro, de espumajos de tortilla de patata y , por supuesto, de salmonetes a la romana, que son los salmonetes servidos al estilo Séneca, el cordobés que dijo:
–Nada hay tan bello como un salmonete expirante, fuera del agua.
Y lo que al pobre Vicent le hubiera gustado ver en los toros, lo vio Séneca en los salmonetes, aunque la cosa parezca una asamblea de galeristas de Arco en torno de un Toral: “En este instante de la agonía del pez es cuando cada cual hace alarde de su mayor pericia estética; ve, dice uno, cómo el rojo flamígero se vuelve más vehemente que el más vehemente minio. Mira, dice otro, cuál se dibujan en sus flancos unas a manera de irisadas venas. No se dijera, interpreta éste, sino que su vientre es pura sangre. Y prosigue aquél: ahora se le efunde un azul más lúcido que el añil celeste. Finalmente: ya se extiende rígido, ya se inmoviliza; ya le cubre una bella palidez de homogéneo marfil.”
(Matta sacaba sus “mattones” de Manila de las líneas locas del hígado de la oveja.)
