domingo, 8 de junio de 2025

Serrat



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


La Universidad en que uno abrevó un día (“Y ahora, Alvar”, dijo el presentador de TV, a lo que Bryce, emocionado, contestó: “¡Eso, eso! ¡Todos al bar!”) ha nombrado doctor al cantante Serrat, que es una cosa que ya se había hecho aquí con Hoeneker, con Conde o con Carrillo, y que explica sin más remilgos por qué la Universidad española lleva el farolillo rojo –sí, rojo: el “color emblemático” de Rodríguez– en el “ranking” mundial.


Los rectores son magníficos porque son felices, y son felices porque, por un cartón, el del doctorado, que es todo lo que les cuesta la función, pueden alternar un rato con Sonsoles y decirle eso de “no te puedes imaginar, Sonsoles, la de españoles que podrían ‘rectorar’, si quisieran”, aunque de momento los que “rectoran” son ellos, que le han dado un doctorado a Serrat, dicen que por lo bien que habla el catalán, ese vaso de agua clara. Pero ¿cuándo se ha bebido agua en la Universidad? Desde luego, con agua no hay rector magnífico que se enfrente a esas cuestiones que el leninismo, como dice Richard Rorty, y el vino ayudan a eludir: “¿Estamos más interesados en aliviar la miseria o en crear un mundo en el que los intelectuales fueran los guardianes del bienestar público? ¿Qué hay tras el sentimiento de pérdida que nos invade cuando nos vemos forzados a concluir que los Estados de bienestar burgueses son lo mejor que podemos prever? ¿Es tristeza porque pensamos que los pobres nunca conseguirán eludir estar bajo los ricos? ¿O, más bien, es la tristeza de pensar que nosotros los intelectuales hemos resultado menos relevantes para el destino de la humanidad de lo que habíamos esperado?”


¡Tócala otra vez, Joan! –corean, magníficos, los rectores del farolillo rojo.


Joan, que es Serrat, viene a ser como el sonajero sentimental de una generación que ha pasado del la-la-lá al doctorado por la gracia progresista.


Pilato, / por no perdé / el destino que tenía... –canta la calle andaluza en una saeta que parece inspirada en nuestros magníficos rectores.


Serrat es el jilguero del pobre (como jilguero lo echó a volar Laso de la Vega) que canta en el piano del pobre (la radio del patio) las penas del extranjero del pobre (la nación catalana). Ripio por ripio, de este cancionero serratiano que hace bizquear a Sonsoles proviene el quebranto lírico de un tal José Ángel que con su “Soy cristiano homosexual” haría bizquear a Zerolo, si a Zerolo no se le hubiera metido en la chola apostatar. ¡Ah, los hombres de verso! En Iberoamérica los hacen cónsules; en la Madre Patria, doctores.