Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
El mundo es más comprensible si uno lo divide, simplemente, en gente que tiene cara de perro, como los perros de José Luis Cuevas, y gente que tiene cara de pájaro, como los pájaros de Juan Soriano que estos días, cual aves precursoras de lo que haya de venir, anidan en el “Sofidú” de Umbral enfoscado por Jean Nouvelle. ¡Menudos pájaros, los mejicanos!
De su padre el Indio Fernández contaba su hija Adela que, cuando en la alberca un pato trató de pisar a otro, se levantó iracundo el Indio, dio feroces pasos hacia el estanque y soltó un plomazo matando a uno; el otro pato recorrió la orilla levantando olas con espantosos aleteos. El Indio se empinó, agarró al ave y le torció el pescuezo:
–¡Patos putos de mierda!
Nada que ver, estos pájaros sorianos de Madrid, con aquellos que el conde Keyserling se metía al cinto en “La Favorita”.
–Hay que tomar algo aquí mismo –le decía a Ruano por la calle de la Montera–. ¿Le gustan a usted los pájaros grandes?
Los pájaros grandes eran pollos que vendían ya asados, y Ruano cuenta que Keyserling se comió tres de pie junto al mostrador, con los dedos, y se bebió íntegra una botella de jerez.
–Luego nos fuimos a cenar. Daba casi miedo ver lo que comía y lo que bebía aquel hombre.
Sobre los pájaros de Juan Soriano –así sería la pajarera de Moctezuma– lo tiene dicho todo José-Miguel Ullán en unas “Notas volanderas” (los libros de notas –pulso febril del tiempo– serán las literatura de mañana, había dicho Alfonso Reyes) que son los más soberbios juegos literarios de ahora mismo. Conversan de Leda y el cisne (el cisne de Leonardo que desquició a Mereikowsky y capó Marañón), tantas veces pintados por Soriano: “Le hablo del ‘mitakuku’ (‘la palabrita promete, sigue, sigue...’), esa refinada costumbre de los indígenas de Nueva Guinea que, mientras copulan como caritativos misioneros, aproximan su boca a los ojos en blanco de la amada y, poco a poco, rítmicamente, le cortan con los dientes las puntas de las pestañas. ‘¡Voy a decirle a Marek [Marek Keller, su compañero] que prepare ahora mismo un viaje a Guinea para que me depilen de cabo a rabo!’ Y, poniendo los labios en forma de pico, da al aire unas feroces y divertidas dentelladas.”
Dice Ullán que, pocas semanas antes de morir, Octavio Paz le hablaba con frecuencia de Soriano y, como despidiéndose de todos los proyectos, comentaba: “Me habría gustado escribir sobre la pareja de Leda y el cisne en Juan Soriano.”

