JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Se ve que a nuestros jinetes favoritos, el jinete y la jineta que actúan de alguacilillos, les ha dado por la cosa del homenaje. Primero pensamos que se dedicaban a vestir las manos de sus cabalgaduras con los colores de la divisa de la ganadería del día, pero no era eso. Lo que ellos están haciendo es algo mucho más grande y de mayor relevancia, algo que va, sobre todo, orientado a las jóvenes gentes que se acercan a la tauromaquia. Están haciendo una hermosa y callada labor didáctica homenajeando cada día a una vacada, haciendo en su paseo un breve recordatorio histórico a ganaderías que fueron del gusto de Madrid y de las que ya apenas nadie guarda recuerdo. Hoy el tordo de doña Rocío volvió a los calcetines blancos y el de don Francisco Javier a los encarnados, y nadie podía dudar de que hoy esos colores nos traían la evocación de la divisa de la ganadería de doña Alfreda Blanco, señora viuda de don Rafael Lamamie de Clairac, puros Gamero Cívico en la que solían abundar los toros castaños, como delicado guiño a la ganadería programada para esta tarde, la del señor Conde de Mayalde, que casi siempre saca esa capa en su ganado. Anotado queda el homenaje y se reitera el agradecimiento por traernos a la memoria esas antiguas ganaderías.
El señor Conde de Mayalde nos echó el pasado día 20 de mayo una novillada en la que dos de sus pupilos, los lidiados en segundo y sexto lugar, se salieron del clásico dibujo de lo que venimos llamando «los guirlaches de Mayalde» y sacaron ciertas notas de casta, de inteligencia y de agresividad que apuntaban hacia la línea del toro que nos entusiasma. Eso nos hizo poner ciertas esperanzas en la corrida de hoy, por ver si ese ímpetu de los novillos se acrecentaba en los toros, de los que vinieron a Madrid tres cinqueños. Como tantas veces ocurre, nuestro gozo cayó de cabeza al pozo, porque los de Mayalde volvieron a recitarnos su deplorable letanía de falta de fuerzas y de intenciones que no fueran las de acudir bobamente a los trapos que se les ofrecían como señuelo. Gran decepción, pues, la de la mayaldada por sus comportamientos tan simples y tan predecibles, siempre guiados por el descaste cuando no por la mansedumbre de tipo lanar. Para ser justos hay que decir que la corrida, todos castaños con diversos accidentales, vino lustrosa y bien presentada acorde a su origen juampedrero, como es marca de la casa. Y es que muchos somos los que pensamos que el señor Conde de Mayalde cría estos toros con el fin de embellecer aún más si cabe su espléndida posesión de El Castañar, y que en realidad los tiene para que hagan bonito y verlos, cuando se asome a la espléndida balconada de su elegante palacio, entre las encinas, los pinos piñoneros, los plátanos y los cipreses.
Además hubo la incidencia de que el primero de la tarde mostró tan patentemente su falta de fondo físico a base de caídas y trompicones que obligó a don José Antonio Rodríguez Sanromán, que ocupaba el palco presidencial, un poco a regañadientes, a sacar el trapo verde después de que el toro hiciera dos entradas al caballo para demostrar su nada. Ya nos extraña que la eficiente profesora veterinaria doña María Concepción Fernández y García no le advirtiese al Presidente de manera inmediata de los problemas psicomotrices del toro, que tan claramente los veían hasta señores sesentones que ni habían acabado la EGB. Se decidió cambiar turno y ahí vino el lío, porque el portacartel tenía preparado todo para anunciar al sobrero, de la misma ganadería, y tuvo que rediseñar el cartel, ese pesado letrero que pasea sobre el hombro seis veces al día, a toda prisa, pero con el aceleramiento de querer hacer las cosas bien se había extraviado el número 4 de los 543 kilos de Descreído, número29, que no aparecía por ningún lado, y se vivieron tensos momentos buscando como loco el guarismo perdido en los sobres en que suele tenerlos guardados. Finalmente se solucionó la pequeña crisis y el aquilifer pudo al fin salir al ruedo, con su cartel al hombro y presumiendo de la chaqueta nueva que le ha comprado este año la munificencia de la Empresa.
Para esta tarde de viernes mucha juventud en los graderíos, para luego continuar la fiesta en la Disco-Ventas, y muchas significativas ausencias entre la afición, incluidas ciertas defecciones al dar las ocho y media. El cartel compuesto por El Fandi, Ismael Martín, que venía a confirmar la alternativa que le dio El Fandi en Burgos el año pasado, y Samuel Navalón no pareció motivo suficiente como para arrastrar a las masas hacia las taquillas de la calle de Alcalá 237.
De Fandi ya no queda otra que hablar bien de él, porque el tema de lo malo que es ya cansa. Fandi tiene cuatro elementos que son los que le han hecho durante unos años ser el torero que más toreaba en España: tiene un aceptable capote, pone banderillas -luego hablamos más de esto-, templa muchísimo a los toros y mata eficazmente. Con esos mimbres se puede vivir del toro. No es el que más cobra, pero da su espectáculo, no se mete con nadie y no aspira a eso del Arte, que el que quiera hincharse de Arte, del de verdad, se puede ir a El Prado a ver la exposición de Veronés. Es un torero muy apañadito que, y esto sí es importante, abandonó el deplorable mundo del deporte para centrarse en la tauromaquia. En la faena a su segundo, Curioso, número 53, su muleta no fue tropezada más que en una sola ocasión. Era éste un bonito toro castaño salpicado y listón, una pintura, con el que Fandi desarrolló su tauromaquia, la que él sabe hacer y la que le ha granjeado contratos y contratos y le ha servido para llevar la alegría de sus pases a muchas fiestas patronales. Madrid se le resiste tanto como a Luque, pero él viene con ánimo optimista, deja sus acelerados pares de banderillas a toro pasado y el del violín, enjareta una colección de pases a su manera, mata al toro y sanseacabó. El que se quiera engañar con él puede hacerlo, pero me temo que él no quiere engañar a nadie. Es más artera la propuesta de Borja Jiménez del día anterior, vendiendo su ventaja y su destoreo como oro molido que lo que nos trae el granadino cada vez que viene. Una buena estocada entera y media estocada fue el balance de su tauricidio.
El peor toro de la tarde le tocó a Ismael Martín. Fue el sobrero corrido en quinto lugar, su nombre Extranjero, su número el 3, su capa castaña, su mansedumbre completa. Cuando el bicho tenía algo de fuelle, al principio, le dejó un farol de rodillas. Después, ante la desesperación de Martín, el bicho se fue a chiqueros huyendo de su sombra y allí intentó el torero sacarle algo, imposible tarea, hasta que el toro se echó por las buenas y no hubo manera de levantarle. En señal de protesta el animal se tumbó lo largo que era sin saber que así facilitaba el trabajo de la puntilla. En su primero Martín se estrelló con la falta de fuerzas de Descreído, número 29 y apuntó ciertos detalles de buena colocación. Podemos decir que Ismael Martín ha quedado perfectamente inédito por incomparecencia de sus oponentes. Sobre su estilo atlético de banderillear pasaremos de puntillas. Dejó ciertas pinceladas de estilo que no hacen desagradable la idea de que lo repitan.
Al principio de su labor con el sexto Samuel Navalón dio también un farol de rodillas, comenzó luego también de rodillas su faena y, viendo que el animal no daba tres pasos seguidos, decidió tirar por la calle de en medio montándose un espectáculo a base de arrimón tras arrimón que sacó del sopor a muchos que sesteaban en la dura piedra, y esa fue su manera de decir ¡fijaos en mí! Su primero era otro flan de la factoría Mayalde al que había que estar mimando para que no se cayera. Optó por arrimón también para acabar su tarea, pero menos desesperado que el que le practicó al sexto.
Los faroles de rodillas nos trajeron la remembranza de Julio Robles, o sea que gracias por esa evocación a Martín y a Navalón. Y también por la variedad de toreo de capa, que hoy nos dejaron verónicas, chicuelinas, faroles de rodillas, el quite de la mariposa y hasta una media verónica de rodillas. Lo justo es decir que los toros se cargaron la tarde, porque la disposición de los dos jóvenes toreros era buena.
De nuevo hoy el asunto de las varas ha sido un mero trámite y el deprimente estilo de picar a toro atravesado sigue siendo la nota dominante entre los montados. Lo de las varas en esta Feria ya no parece que nadie lo vaya a arreglar.
ANDREW MOORE
FIN




















