miércoles, 11 de junio de 2025

Noticias del Frente


 

 Vicente Llorca



Aquel otoño del 37 debió de ser excepcionalmente frío. Tras la caída de Bilbao en agosto de ese año, una continua niebla, contaron, acompañó el reinicio de las hostilidades en Cantabria a continuación. El hielo, la ventisca fría, los aguaceros cubrían los Picos de Europa, taparon los puertos asturianos más tarde al final del verano.

Yo buscaba una suerte de memoria de aquellos días, más allá de la crónica militar, de las digresiones políticas al uso. En algunas páginas sueltas del “Diccionario para un macuto” del navarro Rafael García Serrano hallaba a veces una evocación de los días y el clima de la guerra, que en otras historias, ensayos o manuales al uso no surgían.

Estaba en concreto buscando algunas páginas en donde se recordaba el final de la Campaña del Norte. Ésta había tenido lugar tras el derrumbamiento del Cinturón de Hierro de Bilbao, el confuso pacto de Santoña entre el PNV y los italianos, la acelerada toma de Santander a continuación. Antes, durante unos meses había sucedido, describe García Serrano, una especie de pausa en la que los requetés navarros regresaron de permiso a los valles de Alarar o el Baztán –otros bajaban a la Ribera
, se reciben noticias del frente de Madrid, algunos solicitan un permiso para viajar a San Sebastián, y en una descripción efectuada como de paso, se nombra una ciudad en la que aún persistía la costumbre del veraneo antiguo, pese a todo, y los afortunados cenan en Xauen, tertulian en el Hotel Continental  o acuden al remozado bar de Pedro Chicote, cuyo local de la Gran Vía madrileña había sido socializado. En alguna otra crónica había encontrado el término de “el verano prolongado” referido a la ciudad aquel año.




Un clima frío, inhóspito se instalará a primeros de septiembre en las montañas asturianas, donde tiene lugar la campaña final del Norte a continuación.

Noticias de los días… Una evocación del paisaje de estaciones de tren y oscuras tabernas de provincias, en unas calles donde los capotes militares refuerzan su escenario sombrío, surgía en una novela posterior de García Serrano, “Los ojos perdidos”, que narra el día de permiso de un alférez provisional en los bares de la ciudad de Gambo,
una mención de Pamplona, seguramente entre la aspereza del frente de donde viene y la inminencia de otro frente inmediato, adonde ha de partir a continuación. Ninguno de estos dos se nombra, pero su presencia flota, constante, sobre el momentáneo sosiego de la ciudad cercana a la frontera.

Un aire como de veraneo antiguo, aún. Se filtra a veces a través de las noticias que de la costa guipuzcoana y de las playas del país Vasco francés, con lugares como Biarritz o San Juan de Luz, aparecen en las crónicas de aquel verano. Las encontré por ejemplo en el libro, por lo demás delirante, de memorias del embajador norteamericano en la guerra, Claude Bowers, el cual justifica todos los crímenes del bando republicano como “necesarios”, defiende su legalidad irreprochable y llega a afirmar que Negrín y sus ministros dormían en las cárceles para proteger a los presos
Bowers será inmediatamente destituido con el reconocimiento del régimen en 1939.





Pero en su estancia en el frente durante aquellos meses previos – empeñado en una tarea de rescate por barco de los súbditos americanos que lo solicitaban
viaja continuamente al otro lado de la frontera, se reúne con embajadores y exiliados varios en la costa francesa, y apunta en alguna parte:

“Este lugar está compuesto de lo que popularmente es conocido por una playa internacional de moda, y era agresivamente franquista (…) Los hoteles y las villas estaban atestados de refugiados de la nobleza y la aristocracia, y un forastero, paseándose por la playa de San Juan de Luz, habría creído hallarse en una ciudad española, puesto que la mayor parte de los transeúntes hablaba en español. Estos llenaban el bar Vasco de san Juan de Luz y el bar Sonny en Biarritz a las horas del cóctel (…) Muchos habían llegado del territorio leal por medios tortuosos”.

Ecos del frente, recogidos desde una retaguardia cercana… Pío Baroja, refugiado en los primeros días de la guerra en San Juan de Luz, recogía también en unas notas –que no serían publicadas hasta muchas décadas después
las noticias y el ruido que desde el otro lado de la frontera llegaban al, por otra parte plácido, puerto francés. Despotricando de un modo ferozmente barojiano contra tirios y troyanos –republicanos y carlistas en algún momento contrasta la sensualidad de la playa de San Juan con las noticias y el sordo rumor de los bombardeos más allá del Bidasoa. Y con las llamas nocturnas y las luces sangrientas que del incendio de Irún llegaban hasta allí. Una niebla constante, una fría llovizna, afirmaba, cubrieron aquel primer verano de guerra.




El tiempo detenido entre las batallas luego… Algo más lejos, en la fría Castilla, Dionisio Ridruejo describirá también en sus memorias los días de invierno en la ventosa ciudad de Burgos, que durante un tiempo se convierte en capital del Alzamiento. Los uniformes varios inundan las calles, los cafés, el paseo del río; también las tejas clericales y los manteos pardos. La ciudad está cercana a un frente inmovilizado durante algún tiempo. Del norte de Burgos, de las montañas palentinas, partirán más tarde las brigadas castellanas hacia los puertos asturianos y leoneses.

Frente a las noticias que llegan de la otra parte, que hablan de la transformación de un escenario tradicional de las ciudades –en Barcelona han sido quemados todos los templos, banderas rojinegras inundan las calles, la población viste con monos, los fusiles se amontonan frente a las mesas de las terrazas– Ridruejo recreará la noticia de una vida provinciana que aún se mantiene a despecho del rumor de los frentes cercanos:

“El barrio de la Castellana, algunos restaurancitos chicos de lechón y clarete y (…) el hotel Condestable, lugar casi obligado para las comidas de compromiso”. El catalán Ignacio Agustí, exiliado de Barcelona, que en Valladolid edita la revista Destino, definirá ésta como “una ciudad sombría”. Más al sur, el británico Peter Kemp, de camino hacia algún frente, se detiene en Ávila. La describe al llegar como “Situada en una colina, rodeada de almenadas murallas, y relacionada para siempre con el nombre de santa Teresa”. En un hotel de la fría ciudad se reúne la colonia extranjera: periodistas, diplomáticos y voluntarios, de camino hacia alguna otra parte. “La cena fue excelente, el vino abundante y animada la conversación en todas partes”.

La campaña en el Norte se reanuda poco después. Bajo la montaña, en los pueblos de la antigua Castilla, los voluntarios italianos han tenido un tiempo de reorganización de los avatares de Guadalajara y se agrupan en ciudades como Peñaranda de Duero –de donde acuden los días de permiso a la cercana Aranda de Duero, mucho más animada
o Briviesca, en la que ocupan todas las terrazas de la carretera a Miranda de Ebro. Algunos locales se quejan de que siempre llevan el uniforme impecable, y son los primeros en salir a bailar a la verbena de la plaza. (Desde Medina de Pomar, un oficial desconocido, Guglielmo Sandri, recoge en su cámara la estancia en la comarca de las Merindades burgalesas: unos pueblos absortos entre la piedra y el calor de las eras. No serían publicados hasta 1992, en que alguien encuentra los negativos abandonados en una casa desmantelada de la provincia de Bolzano).




Debió de haber luego unas semanas de calor implacable, ese calor húmedo, inmisericorde, que se pega a las ropas en los primeros días de la campaña de Santander, adonde acuden las tropas del Corpo di Truppe Volontaire italianas. El periodista Indro Montanelli recoge en una crónica los días finales de aquélla, antes de la entrada en la ciudad:

“Los rojos han movilizado su radio- escribe en su crónica a Il Messagero –. Toda la noche han voceado con admirable unanimidad. Es por ella que aprendimos que los milicianos en el frente de Santander no fueron desbaratados, sino que “se retiraron por razones estratégicas”. Y, más adelante, describe: “Nos encontramos en el fondo de un valle, un brochazo verde en un pardo paisaje (…) Un largo paseo y un solo enemigo: el calor. Un calor en picado, arrogante, brutal”.

Esta crónica, alguna otra similar del escritor, provocarán seguramente su retirada de la campaña del Norte y su obligado regreso a Italia. Las autoridades militares habían deseado –y consiguieron que algún reportero redactara en su lugar
la descripción de una entrada heroica de los voluntarios en Cantabria, ciertamente épica, que contrastaba con la descripción del historiador florentino del paseo de unas brigadas por una carretera de la costa sin oposición alguna con la rendición de las últimas tropas del gobierno republicano, protegidas en los altos por las brigadas navarras y agobiadas únicamente por el calor de agosto de aquel año.

Ninguna noticia de los frentes llega habitualmente a la prensa republicana. En su lugar los titulares sobre la unidad y la inquebrantable resistencia de los milicianos ocupan las portadas y las páginas interiores de los periódicos, en un cuerpo de letra desmesurado y con abundancia de exclamaciones. Una pequeña nota titulada “Parte de guerra”, elaborada por el organismo oficial correspondiente
Ministerio de Defensa anuncia normalmente que los frentes no se han movido y que las tropas leales han avanzado en tal o cual dirección. Pero la localización del frente inamovible está cambiando a diario, en dirección a la costa. Lo que, en algún raro momento se traduce como “ligera rectificación de nuestras líneas en el sector de Santoña” corresponde a las noticias que, del otro lado, anuncian el derrumbamiento de todo el frente.

La prensa republicana seguía fielmente el principio del periodismo como propaganda. Los grandes titulares –a dos tintas en el caso de Frente Rojo o Mundo Obrero
repiten, en todos los números, la llamada a la Unidad –unidad que, promovida por la Komintern, sólo se produciría en su caso con la fusión de las juventudes socialistas y comunistas para formar las Juventudes Socialistas Unificadas. La Voz de Cantabria repite a diario el mantenimiento de la iniciativa en todos los pueblos, los montes y los puertos del Cantábrico. La derrota del fascismo se anuncia inminente de una u otra forma. Los frentes se mantienen. (Y una descripción, ya en la posguerra, de la enciclopedia Espasa-Calpe, comentará cómo: “Pero adoptada por aquél –el gobierno de Valencia la “táctica de la mentira” (…) llegó a conseguir frecuentemente un resultado contrario al buscado, al intensificar en todas partes el interés de escuchar la radio nacional”. El navarro García Serrano incluye un capítulo titulado “Donde se escucha el parte original a medianoche mientras llueve lo suyo” en una de sus novelas sobre aquel primer momento bélico. Las noticias sobre “el parte”, la radio de galena en las repisas de los hogares se repite en otros lugares).

Del periodismo, de la propaganda como obligada lectura entre líneas. “¡Bilbao será la tumba del fascismo!” titulaba la revista Acracia el número del 19 de junio de 1937. (Mucho más acertadamente, el conde de Foxá había afirmado en su momento que: “El cura Yzurdiaga será la tumba del fascismo” a sus regocijados contertulios, que detestaban por igual al agreste padre navarro). Y, una semana después, el mismo semanario anarquista afirmaba: “¡Bilbao volverá pronto a ser nuestro!”. Era la primera noticia de la toma de Bilbao que aparecía en la revista, editada en Gijón.

No había apenas información de los frentes. “¡Asturias volverá a ser nuestra!” proclamaba en portada un número de Mundo Obrero de octubre de 1937, en lo que era el primer reconocimiento de la caída de Asturias. Y, en un último número editado en Gijón “¡Unidad de acción internacional que obligue a salvarla!”.

El soviético Mihail Koltsov, corresponsal de Pravda, y según algunos, enviado personal de Stalin a la guerra de España había viajado en un primer momento –julio del 36
a Vizcaya y entrevistado a varios dirigentes del gobierno vasco. Unas crónicas elogiosas y fervientes habían acompañado esta primera visita, en donde, aseguraba, la solidez de la República era inalterable. Un segundo viaje, en julio del 37, a punto de caer la ciudad de Bilbao, constituía en cambio una crítica soviética a la débil defensa del Gobierno, formado de manera insólita por nacionalistas, comunistas, anarquistas varios e incluso católicos, como llegaba a apuntar en una nota anterior.


“Los propios nacionalistas vascos, en estos días durísimos y decisivos, actúan de manera insensata e inexplicable. Sólo cabe explicar sus actos por las contradicciones y la lucha entre los mismos nacionalistas”. En otro artículo para Pravda lamentará que no haya “un mando unificado”, que él afirma debía haberse producido con los comandantes comunistas Manuel Cristóbal y Nino Nanetti. Palmiro Togliatti, agente de la Comintern asimismo, atribuirá la caída de Bilbao y más tarde Santander “a la falta de unidad dentro del Frente Popular”. Un número de junio de ese mismo año de Euzkadi rojo se abría con una portada en la que anunciaba: “Miguel Koltzov habla al pueblo de Bilbao” y el subtítulo “El redactor-jefe de Pravda nos manifiesta su convencimiento de que Bilbao no será del fascismo”.




No había noticias de la campaña, ni acontecimientos de aquella apenas en la prensa de Madrid o Barcelona. Sino ante todo ideología. Los partes de guerra siguieron siendo mínimos. (En febrero del 39, un mes antes del fin de la guerra, un titular de la prensa madrileña a tres columnas recogía las declaraciones de la Pasionaria: “España será la antorcha que ilumine el camino de liberación de los pueblos sometidos al fascismo”. Por esas fechas el doctor Negrín había escrito a Stalin informándole de “la evolución positiva del contexto interno español”). Del frente del Norte no hubo más noticias.



Ese mismo año 37, una historia triste habla de un último encuentro del periodista Koltsov con el también enviado a España Ilia Ehrenburg. Como presintiendo un inmediato final el ucraniano le habría comentado a Ehrenburg, en una Praga melancólica, que: “¿Qué habré dejado yo cuando muera? Los artículos periodísticos son algo efímero. Ni siquiera son útiles para un historiador, porque en nuestros artículos no mostramos lo que de verdad está pasando en España, sólo lo que debería pasar”. Reclamado por Stalin en Moscú, después de haber pronunciado una conferencia en la Asociación de Escritores, es detenido esa misma noche por agentes de la NKVD y hecho fusilar al poco.


El también nacido en Kiev Ilia Ehrenburg se libró, una detrás de otra, de todas las purgas sucesivas con las que se recibió a “los españoles” a su regreso a Moscú. Él, que ya había escrito en 1934 su “España, república de trabajadores”, había regresado a Madrid en la guerra como corresponsal de Izvestia. Una noticia de Claridad, el furibundo periódico socialista, había anunciado en su momento la llegada, bajo el título: “El nuevo gobierno español, enjuiciado por el rotativo Izvestia”. Y, debajo, el epígrafe “El nuevo gobierno es una garantía para la victoria de las armas antifascistas”. Alojado al llegar a Madrid en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas un número de “El Mono azul” anunciaba a su vez la publicación de su carta a Miguel de Unamuno
editada originalmente en Izvestia en la que el periodista recriminaba a éste su apoyo a la causa nacionalista.