JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy los tordos corceles en los que el alguacilillo y la alguacililla hacen su despeje de Plaza volvieron a lucir en sus calcetines los colores de la divisa del día. Hoy tocaba la encarnada y blanca que corresponde al hierro de Lagunajanda y así los équidos salieron perfectamente ataviados con dichos colores: encarnados los del ejemplar que montaba don Francisco Javier y albos los de las manos del caballo de doña Rocío. Por cierto que hoy estábamos temerosos, viendo las dificultades de doña Rocío para hacerse con los mandos del equino al tratar de conducirle hacia el interior de la Plaza por la Puerta de Madrid, ya que el rebelde animal se resistía a obedecer las órdenes de su amazona, la cual anduvo algo apurada en el trance. Sugerimos que, si acaso hubiera algún problema en lo de la monta, tal y como parece, la suministren un Equigarcesaurio Rex de los de picar, perfectamente resabiado, que nada más escuchar cómo chirrían los goznes de la puerta toma el camino de salida sin que la mano del jinete intervenga para nada. Mañana les toca poner los calcetines con el color azul de Jandilla y el azul de Vegahermosa. Estaremos atentos, a ver si se va manteniendo esta bonita tradición.
Como se dijo antes, los toros de muerte de esta tarde correspondían a Lagunajanda, cuya propietaria vive en Jerez de la Frontera y ostenta el apellido «Domecq», ese intrincado conglomerado familiar en el que no hay uno solo que un buen día decida salirse del carril de la búsqueda del toro dócil y bien mandado. Como no puede ser de otra manera, los Lagunajanda exhibieron sus modales finolis, sus embestidas sin sobresaltos, su bondad prístina del que ignora la maldad. Si ayer fueron los leviatanes de José Escolar los que nos tuvieron en vilo durante toda la corrida, hoy los lagunos nos mostraron la otra cara del ganado de lidia, más próxima al de engorde en sus actos. La corrida vino pareja en kilos y en hechuras, bien rematada, como les gusta a los entradores del matadero que venga el ganado. Muy en el tipo que aquilató el abuelo de la propietaria, como dice el del programa «…lomo recto, mediana viga, finos y fibrosos, con longitud de pitón…»
Puede decirse que, en general, los toros venían a Madrid con el único fin de echar una mano a sus matadores para que obtuviesen el triunfo a su costa, que ellos no se iban a molestar porque una vez muertos les cortasen las orejas. Podemos llamarlos toros o podíamos llamarlos yemas de Ávila, de San Leandro o de Almazán, según el gusto goloso de cada cual, pero el hecho es que si los matadores no obtuvieron el triunfo en esta tarde nadie puede ir a darle quejas a doña María Domecq y a tratar de culpabilizar a los seis infelices que salieron por la puerta de los chiqueros, porque ellos pusieron todo de su parte para eliminar cualquier atisbo de tragedia en sus lidias, favoreciendo las intenciones de sus matadores y respondiendo con prontitud a sus demandas sin una queja, sin una protesta, sin sacar las patas del tiesto. Por poner algún pero, señalaremos al primero de la tarde, Vinatero, número 51, que tras dos series de cierta vivacidad decidió pararse y no seguir colaborando en la farsa que se pretendía montar a su costa. El animal dijo ¡basta! y ya no hubo quien le hiciera moverse, porque se debió dar cuenta de que ir por ir no le merecía la pena. No es que protestase o tirase gañafones a las estrellas, que lo mismo ni sabía cómo hacerlo, sino que simplemente decidió no jugar aquel juego que le proponían. El otro que tuvo sus cositas fue el cuarto de la tarde, Vengador, número 22, que proclamó urbi et orbe su mansedumbre ayuna de casta y sus ganas de no hacer caso a la muleta que se le ofrecía.
Para esta fresca tarde en la que, según ciertos agoreros, el calor iba a ser propio del Desierto del Gobi, el departamento de I+D+i de Plaza1 consideró como lo adecuado traer a Las Ventas a Manuel Escribano, Joselito Adame y Alejandro Peñaranda, que venía a confirmar la alternativa que le dio Sebastián Castella en Tarazona de la Mancha el pasado agosto. Adame y Peñaranda se vinieron vestidos de blanco, más ahuesado el azteca y más puro el conquense, y Escribano se vino de un verde imposible, como de sangre de extraterrestre, y mira que estuvimos remirando en la Andanada el libro «Colores del Toreo», pues no fuimos capaces de encontrar un tono de verde que se correspondiera, ni de lejos, con el espanto que hoy portaba Manuel Escribano, color al que podemos bautizar como «Verde OVNI».
La tónica general del encierro fue, como antes se dijo, su afán colaboracionista, y la de los matadores se podría concretar en explicar, a quien quisiera verlo, la manera en que se dejan pasar excelentes ocasiones de decir algo. Claro, es que para decir algo hay que tener algo que decir y da la impresión de que eso es justamente lo que falló, que no había poema que recitar: ni épico, ni lírico, ni dramático; ni sonetos, ni odas, ni himnos ni elegías, solamente ripios, rimas facilonas y chocarreras, porque no había nada que expresar. Siempre hemos sostenido que el toro difícil es mucho más agradecido que el buenecito como estos de hoy, porque estos te sacan las vergüenzas de las carencias, mientras que con el toro complicado, el que promete la cornada, lo natural es ponerse de parte del débil y comprender con mayor manga ancha las fatiguitas que está pasando ese hombre ahí abajo. Sin embargo cuando ves esas embestidas tan compuestas y ves los trapazos que se amontonan a cambio de ellas va cundiendo una santa indignación que siempre se acaba vertiendo en contra del que va de luces.
Escribano puso sus banderillas tan mal como siempre, aceleradas y a cabeza pasada, y al menos nos sirvieron para recordar los dos sensacionales pares que dejó Víctor del Pozo el día antes al de José Escolar, que ni punto de comparación. El sexto par de Escribano fue por los adentros, en terreno muy comprometido, clavando sólo una y recibiendo la misma ovación que en los otros cinco. Hizo la porta gayola al cuarto y luego bailó el zapateado, que es dar pases de telón y pases cambiados por la espalda alternados. Entre lo manso del toro y lo ventajista del torero la faena se deshizo como un azucarillo. A su primero, que era de cante grande para un torero, le canturreó unas letrillas de poca monta basadas en el falsete de la descolocación y de la ventaja. Lo que viene a ser lo de todos los días, desperdiciando la oportunidad de explicar argumentos de más peso.
Joselito Adame no estaba en Las Ventas desde el año 19 y lo cierto es que no se le había echado mucho de menos. Dado su parecido con la escritora valenciana Lucía Etxebarría han esperado a que estuviera inaugurada la Feria del Libro para anunciarle y para que nos dictase un «decíamos ayer», en homenaje a Fray Luis, pues ha retomado su discurso en el mismo sitio que lo dejó hace seis años, es decir en provocar el más absoluto desinterés del público que observa su inexistente tauromaquia, dada la poca chicha de su propuesta taurina. Ni un «ole», ni un «bien» fue capaz de arrancar al SPV (Senatus Populusque Venteñus). Pegó una buena estocada a su segundo y a su primero le citó desde lejísimos para un pinchazo recibiendo y luego otra vez muy lejos un bajonazo, lo cual nos hizo recordar aquella admonición a Fernando El Gallo en «La Nueva Lidia» (1885): «Con el engaño desde largo, a gran distancia también del sitio de la muerte, el estoque enderezado sin dirección […] ¿Cómo se va a matar bien cuando a los toros se les deja tan largo trecho para enmendarse?» Amén.
Y el joven «toricantano», que eso del «toricantano» se lo escuché el otro día al Rosco en una de las homilías que le graban con el móvil, perdió su ocasión de decir algo, si es que algo tenía que decir. Su primero se paró, como antes se explicó y antes se vieron las trazas de la vulgaridad, la despersonalización y el adocenamiento. Su segundo le brindó otras oportunidades, acaso soñadas en el hotel mientras se vestía, y a cambio recibió un volquete de ventajismo, descolocación y trapacería. Lo que prometió en las nocturnas del año 24 se ha quedado en el camino. Alguien le ha robado el alma, como hacen con todos, y como prueba de que eso pasa (ojalá nos equivoquemos de plano) ahí tendremos mañana a Borja Jiménez. Alejandro Peñaranda tuvo su oportunidad de decir «¡este soy yo!», y en vez de eso gritó «¡Miradme: soy uno más!» Solamente el inicio de su faena al primero tuvo cierto fulgor.
Por lo demás seguimos con la suerte de varas bajo mínimos. Una y otra vez se empeñan en picar a toro atravesado, con la rectitud del toro perpendicular al espinazo del caballo aunque, a veces, tenemos la sorpresa de que un oportuno cabezazo hace dejar la silla a un picador, como hoy le ocurrió a José Adrián Majada, que de pronto se vio fuera del caballo, como el que se baja de un Uber al llegar a su destino.
ANDREW MOORE
FIN


















