Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
A punto de los sesenta, los frutos secos tienden a confundir sus propias cáscaras con el entorno. “Estados Unidos está en la mierda”, dice un plástico sesentón, Gary Hill, en Mallorca. “Tenemos más miedo que en Vietnam”, dice un músico sesentón, Bruce Springsteen, en Madrid. He aquí a dos tipos modernos que, como tales, se resisten a envejecer. En su piel, Mallarmé dijo: “La carne es triste, ay, y ya he leído todos los libros.” Pero libros, lo que se dice libros, a Hill y a Springsteen les quedan todos por leer. Leer, ¿para qué? Si acaso, ese informe de “The Lancet” según el cual en Bagdad, frente a una mortalidad ¡de cero! en la época de Sadam, van más de ¡seiscientos mil muertos! –más de media docena de Hiroshimas, para echarle imaginación al rigor– por culpa, naturalmente, de la guerra de Iraq, que es la guerra contra la que parecen estar todos menos los interesados, que son los iraquíes.
Hill y Springsteen pertenecen a ese mareante exilio norteamericano ocasionado por la victoria de Bush, el presidente más votado de la historia estadounidense, circunstancia que obligó a los artistas comprometidos por bocazas –“si gana Bush, yo me exilio”– a abandonar su país en cumplimiento de su palabra. Produce pánico pensar en la “catástrofe humanitaria” que se desatará en los Estados Unidos el día en que Bush salga por una puerta de la Casa Blanca y los millones de artistas exiliados vuelvan a sus casas por otra puerta.
–Mi disco contiene el sonido de la democracia –declara Springsteen, con una modestia digna de Walt Whitman, a los periodistas ibéricos, que lo escuchan como si fuera leche de tigre.
Hill, que es de los que opinan que la Administración Bush estaba detrás del 11-S, pinta estampas para “tocar la luz”, y Springsteen, que es de los que equiparan democracia liberal y fascismo, canta canciones de Pete Seeger (“¡comunista, oh!”) para que suene... la democracia. Entonces un periodista ibérico compara (?) a Seeger con Lorca, y Springsteen, que fue un escolar extraordinariamente bruto, hace que le anoten el nombre para buscarlo en Google y leerlo. ¡Cielos!
¿Cielos? Springsteen odia a la religión (?) porque, en lugar de quedarse sentado en la gasolinera de Freehold, Nueva Jersey, como era su deseo, tenía que ir a una escuela de monjas (!) que le propinaban pellizcos. Se vengó escribiendo, no el “Réquiem” de Mozart, quien también pasó por una infancia difícil, sino “Perdido en la inundación”, con unas monjas embarazadas que corrían al Vaticano invocando a la Inmaculada Concepción. En la gasolinera no habían oído hablar de Neruda, que asustaba a los notarios con un lirio cortado o daba muerte a una monja con un golpe de oreja. (Por versos como ése Ruano lo bautizó “Sepu de la poesía”.)

