martes, 14 de febrero de 2017

Sin tercer grado, por jornalero

El héroe del cartel 

 ¿Jornaleras o funcionarias municipales?

¿Funcionarios cosechando?


Francisco Javier Gómez Izquierdo

        Por trabajo trato con muchos jienenses, de cuya provincia hay quien dice que no es  tierra andaluza. Los jienenses, la mayoría de los que conozco, gastan una sorna muy puñetera y uno, castellano de ley, a veces no sabe si le hablan en serio o en broma. Como quiera que llevo años intentando situar al jornalero andaluz en su justo término, procuro traducir las explicaciones de la gente de la aceituna que en teoría es la que más sabe del asunto. Mis amigos de Jaén me vacilan de continuo con el arte del SOC que ya es SAT para formar cuadrillas en las que no todos los días van las mismas personas; de los destrozos de olivos perpetrados por menores sin responsabilidad penal; de los robos de aceituna por encargo y de otras muchas peripecias más propias de novela picaresca que de realidad contemporánea.

      Soy el más veterano de la mina y ayer y para ver por dónde saltaba, me facilitaron un cartel del paisano, jornalero y preso Bódalo que cumple condena por delinquir con reincidencia. De primeras no supe por dónde cogerlo y ni siquiera interpretarlo, pero a los cinco minutos les solté lo que de verdad pienso porque no me negarán que hay que tener una cara de cemento armado para atreverse a mentir con tanta chulería. El cartel parece el de una película de Costa Gavras o así, redactado por un alumno de la LOGSE: “Las cloacas del estado le deniega su derecho a tercer grado”. “¿Quién deniega, las cloacas o el Estado?”, pregunté al joven portador de la provocación. No sabe el artista que lo que llama en este caso cloacas es un Equipo de Tratamiento que decide si el interno cumple los requisitos para alcanzar el tercer grado. Un requisito sería por ejemplo no tener sanciones. ¿Y qué entendemos por sanciones? Pues por ejemplo negarse a barrer o fregar las zonas comunes, no respetar a los funcionarios o a los compañeros de reclusión, consumir sustancias psicotrópicas, etc... Al interno se le eleva parte, “se negó a fregar la galería...” y se le sanciona conforme al Reglamento, pongamos “quince días de privación de paseos”, que significa quedarse quince días por la tarde “chapao” en la celda. Por lo que cuentan, el tal Bódalo, así como otros orates se creen Napoleones, él se las da de Ché Guevara y se niega a obedecer hasta las más elementales reglas de convivencia. Con sanciones no hay beneficios penitenciarios, lo que ha de traducirse como no poder acceder a permisos o tercer grado. Beneficios penitenciarios, oiga. No derecho. No hay derecho al tercer grado, sino a que se apliquen los beneficios penitenciarios si se reúnen sus requisitos.

      Que el alumno de la LOGSE llame preso político a un vulgar matón es menos grave que una profesora de literatura de Instituto o Instituta lo compare con Miguel Hernández, pero lo que a mí me encabrita es esa generalización revolucionaria del jornalero  al que le espera la cárcel, conforme reza entre resignado e insolente -muy de Jaén- el cartel que me presenta un mozo de Torredelcampo. ¿Desde cuándo se entra a la cárcel por jornalero?

       Puestos en danza jornalera, pregunto a los jienenses cómo creen que debe proceder el Ayuntamiento tripartito de Córdoba (podemitas, comunistas y socialistas)  ante la abundancia  de naranjas amargas en las calles y aceras de la ciudad. Se podría llamar a consultas a Bódalo y sus camaradas para enseñar a los funcionarios la técnica del jornalero, pero mejor parecería, convertir a los jornaleros en funcionarios.