lunes, 20 de febrero de 2017

Proteccionismo cerebral


Hughes
Abc

Contra casi todo, en España se maneja un discurso parecido. Ya sea la izquierda de Podemos, la izquierda desesperada de Sánchez, la natural rechifla ante el caso Noos, el nacionalismo, los movimientos contrarios a esta integración europea, las formas que adopta la derecha en el continente, o, finalmente, la titánica proeza de Donald Trump… De casi todo lo que no sea, estrictamente, marianismo institucional (en coalición con la arquitectura progre que el PSOE muriente de González-Guerra dejó y que él hereda, vía sorayismo) se dice lo mismo: es populismo. Todo es populismo.

Y entre los argumentos, sin matiz y sin distinción, que se aportan, es habitual hablar de internet. Se habla de los efectos políticos de la tecnología con auténtico espanto. Como si hubiera una academia socrática o algún circulo de Viena (de la cafetería Viena) arrasado por los bárbaros opinadores. Esto en España es muy marcado entre los opinadores salonards, que detentan las columnas y la opinión desde tiempos inmemoriales (bueno, inmemoriales no, desde el tardofranquismo y desde el postfranquismo giróvago).

Internet y las redes sociales probablemente estén acabando o transformando de un modo definitivo las empresas periodísticas, pero ése es otro tema. Lo que me asombra y no dejo de escucharlo, incluso desde tribunas, así llamadas, liberales, es el argumento contra democratización de la opinión, de la información, etc. Esto no es malo, no puede serlo de ninguna manera. Y si lo fuera, hay que asumirlo porque es expresión de la libertad económica. De Twitter y las redes sociales me llama la atención lo rápido que reproducen en la red lo que tenemos fuera. Creo que el fenómeno de la tertulia tiene su reflejo en la chupipandi cibernética. Es como su espejo. Son redes solidificadas, antilibertarias, duras. Poco plásticas. Pero siendo así, y siendo inequívocamente español el resultado sectario que ha deparado nuestro uso de internet, bendito sea.

Los argumentos elitistas en España suelen ser mantenidos por gente de un nivel inexplicablemente bajo. Con la perpetuación de ese punto de vista anacrónico, España se va a convertir en un búnker postfranquista, y la derecha española en una anomalía europea. No se puede ir contra la democracia anglosajona, ni contra la expansión de la tecnología. Cualquier ser humano que se tenga por liberal o propenso al liberalismo, ha de aceptar esos dos elementos. Estoy enamorado de la fea palabra “disrupción”. Por trumpiana y por schumpeteriana. Recordarán: el proceso de crecimiento económico lo explica la creación del empresario creativo. Toda innovación destruye. Todo negocio emergente acaba con otros.

La disrupción es parte del proceso de la libertad económica y debería serlo de la política. Me hace gracia lo que leemos en España. Contra cualquier propuesta bilateral, o cualquier retoque a la globalización de tipo arancelario que propone Trump, surgen voces llamativamente agudas: ¡Autarquía! ¡Autarquía! Los que aquí en España se escandalizan por una medida proteccionista en el comercio del latón, proponen algo mucho peor: proponen el proteccionismo intelectual, cerebral, la barrera de entrada neuronal, la democracia de los salones, la colusión político-periodística. La ruina democrática (que en España toma la forma oculta y creciente de deuda y de gap educacional) y la crisis del periodismo, condenado al mortecino papel de suplemento del BOE.

Si populismo es democracia americana, democracia inglesa, representación política de las clases bajas, integración, internet a tutiplén, combate de la inteligencia, alternativas morales, free speech, y humildad política, entonces sí, viva el populismo.