Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Es aguda observación de Tocqueville que en las revoluciones democráticas los locos desempeñan el principal papel político.
“¿Está loco Donald Trump?”, se pregunta un charlatán que fue ejecutivo del Banco Mundial y que va de estudioso del poder, como si fuera Bertrand de Jouvenel. Cita la carta que unos psiquiatras han publicado en el NYT de Slim y que ven en el tupé de Trump la protuberancia de la locura como Lombroso veía en el entrecejo de sus contemporáneos la protuberancia del crimen. El resumen es que Trump está loco porque es narcisista (pasando por alto que Obama sólo hablaba a los espejos)… ¡y no cena con periodistas!, esas modestas criaturas que doña Emilia Pardo Bazán no recibía sino los días en que tomaba píldoras del Dr. Ross.
En España, el Académico Más Joven de la Historia, que también ha estado en Nueva York y cree saber de locos más que Felipe Alfau, añade otro síntoma: ¡el acento!
–Usted habla como la Reina Victoria –le dijeron en Londres a Santayana, que hablaba un inglés de Boston, y la Reina Victoria tenía acento alemán.
A nuestro Académico Más Joven de la Historia el Régimen del 78 lo apuntó a una vida en Nueva York para predicar a Cervantes, y, una vez allí, lo que hizo fue atribuir (¿por el acento?) al Oso Yogui (Yogui Bear) las citas (malapropismos) del beisbolista Yogi Berra, lo cual le permite ahora denunciar, con prosodia de Úbeda, “la incultura” de los votantes de Trump (Stanley Payne, James Woods, y así).
Narcisismo, acento y, de tercera pata para el “impeachment”, un infantilismo como el de Little Lord Fauntleroy sentado en su sillita alta, golpeando la bandeja con la cuchara y gritando para que su madre le dé comida y mimos. ¡El Tirano de la Trona! Es la imagen de su visita a la Torre que vende Slim a los felipondios “que están en la pomada”. Psicoanálisis de “La nueva masculinidad”, de Moore y Gillette, que tantas mañanas de resaca resolvió a los columnistas en los 90.
España es un pospunkismo franquista.