Toqui (Quito, al revés)
Orlando Luis Pardo Lazo
¿Se acuerdan de Toqui, compañeros?
¿La cosita aquella que era un títere cubano, pero que muchos pensaban que era importado del extranjero, no sé por qué acaso de Ecuador, como tantas veces oí decir en las calles y en las escuelas de los años setenta y ochenta del socialismo insular?
Toqui, aquella especie de ET rubito de nuestra mediocrisísima TVC, con su pelito más largo que lo que soñábamos poderlo tener entonces, por la chealdad militar en que vivíamos en una sociedad sin afuera, como era la semi-sociedad cubana de cuando los Castros aún no eran cadáveres.
Toqui, la maravilla misma hecha muñeco y, sobre todo, hecha cachetón. Porque tenía un par de cachetes plásticos y una bembita y mentoncito de goma que lo hacían parecer un icono mitad infantil y mitad pornográfico, quién sabe si incluso gay o trans o pedofialgo, con sus ropitas de rayas y cuadros, evidentemente no compradas en las tiendas miserables de nuestro país-proletariado.
Toqui nos tocaba de niños como a las seis de la tarde, a la hora de los muñequitos. Nos hablaba de cosas didácticas, por supuesto, de la historia, el futuro y hasta del lenguaje, pero siempre con un candor descomunal, con una sabiduría dulzona que no tenía nada que ver con nuestra realidad rala de pioneros perdidos en una patria despótica, disciplinaria y, por supuesto, a la postre tan despingante para más de una generación.
Tú te acuerdas de Toqui. Yo me acuerdo de Toqui. Todos nos acordamos de Toqui. Esa memoria común es lo único que conservamos juntos de nuestra infancia ida. Sea, pues, Toqui nuestra última comunión.
Y es que Toqui, aunque no lo sabíamos entonces, se parecía desde el inicio a la eternidad.
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