Alain Finkielkraut
Hughes
Abc
Sin ser perfecto, y a veces siendo muy triste, «Best Of Enemies» (Netflix) quizás sea el mejor documental que pueda verse. Cuenta la rivalidad entre William F. Buckley, Jr. y Gore Vidal a lo largo de sus diez debates en el 68, encarnizada en ese famoso instante en que Vidal llama «criptonazi» a Buckley. Las cosas no han cambiado: Buckley defendía la opinión de parte de los demócratas, pero para Vidal no era más que un nazi.
Hace unos días, Alain Finkielkraut alertaba sobre el error que supone leer el presente en clave de regreso al fascismo de los años 30. Es perezoso, es malintencionado y es equivocado. El francés precisaba el ascenso de Le Pen o Trump: «Surgen movimientos conservadores a los que se califica de fascistas, pero que son más bien un conservadurismo trágico».
La palabra nazi quizás debería ser, como se planteó en Israel, delito. Por banalizar algo de gravedad demoníaca, y por atribuir al otro mucho más que una excentricidad ideológica. Ayer mismo, un desahogado comentarista televisivo repetía lo de nazi sobre Trump. Como no han sido pocos los esfuerzos dedicados al acordonamiento de los llamados «trumpistas españoles», la proyección surge sola.
Los matices de Finkielkraut suenan exuberantes aquí donde la derecha ya no distingue nada entre Rajoy y Hitler. En los movimientos críticos ante la globalización, el francés observa un sentido de ecología cultural, una preocupación, histérica o no, por la civilización. Un conservadurismo frágil ante un fin de los tiempos. Sucede que conservadurismo o escatología se han eliminado del cerebro como tumores. Eso de Eliot: «En un mundo de fugitivos, el que se quede en casa parecerá que huye».
Cuando alguien habla de los años 30 existe una probabilidad elevada de que esté apaleando civilmente al otro. Sin la brillantez, ni el odio lento y teatral de Buckley y Vidal, y sin (y esto es lo peor) su capacidad para reflejar el tiempo presente.
En «Best of Enemies», el hermano de Buckley dice algo sobre Vidal. «Brillante, ameno, pero me deja siempre un residuo de náusea».
En general, todos somos muy parecidos. Es la postura, el tamaño relativo del yo ante cuestiones graves, lo que mueve nuestro estómago.