Botho Strauss
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El secreto de Europa no radica en que ya no se ama la vida, como dice Camus (tirando de Clemenceau). El secreto de Europa radica en que ya no se respeta el pudor.
Cada vez que un europeo llama fascista (o comunista, que de todo se oye) al presidente de los Estados Unidos (¿qué no dicen de los romanos los judíos en “La vida de Brian”?), un gatito muere en el Arca de Noé y una madre lee a su niño este párrafo sesentero de Tom Wolfe en “La guía de América para universitarios/as inteligentes”:
–Uno de los grandes fenómenos de la astronomía moderna: la tenebrosa noche del fascismo se cierne siempre sobre los Estados Unidos, pero toma tierra únicamente en Europa.
Para que hablen sólo los juristas, Europa manda a callar a los teólogos en el XVI, pero a caballo del XIX/XX, manda a callar también a los juristas: a raíz de esta renuncia del Derecho de Gentes, en la visión schmittiana Europa se ve empujada hacia una guerra mundial que destrona al viejo continente como centro de la tierra.
La izquierda llama fascistas a los americanos porque, para su cine de destape, se lo exige el guion. Pero ¿y la derecha? ¿Cuarenta y cinco presidentes (más los que vendrán) y ni un solo dictador? ¿Con siete reglas en un papel?
–Las violaciones del pudor cometidas por la primera juventud anarco-devota alrededor de 1968 las ha heredado ahora la derecha –escribe Botho Strauss en su canto del macho cabrío (eso significa “tragedia”) para Alemania, que es donde más veces se llama nazi al presidente americano, olvidando que “los crímenes nazis son tan enormes que es imposible compensarlos con un pudor moral u otros sentimientos burgueses: instalan al alemán y ahí lo dejan, bajo el ‘tremendum’; ya pueden poner el grito en el cielo o donde sea, una culpa que excede la medida humana no la pueden ‘pagar con su trabajo’ una o dos generaciones, sin más”.
Con razón Talleyrand dice que Hamilton (al que pone, en importancia, por encima de Napoleón) “habría divinizado Europa”.