domingo, 22 de noviembre de 2020

Faunos y sátiros

 

Abc, 15 de Agosto de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

A ver, todos esos espíritus sensibles que refunfuñan contra la clonación humana, ¿han reparado alguna vez en todos esos cuerpos gentiles que al caer de la tarde practican el paso ligero por la playa? ¿Qué son? ¿Faunos o sátiros? En tal caso, ¿son peores los faunos que los sátiros? Ésta era, según Ramón  Gómez de la Serna, la pregunta que se oía en las reuniones de sociedad que abusaban del «cocktail». ¿Qué? ¿Han oído ustedes una pregunta más profunda en el trinconeo de esos cursos de verano que abusan del tópico y, por supuesto, del bogavante?

¿Son mejores los faunos o los sátiros?

«Hombre, le diré a usted: los faunos triscan más que los sátiros y se ríen más salazmente.» «Parece que los han visto ustedes mucho en sus excursiones», interviene el caballero que goza estropeando los objetos de discusión. «No es que los hayamos visto, pero todo el mundo sabe que los sátiros son impresentables y, sin embargo, los faunos pueden andar decentemente por un  jardín.»

Las damas sonríen.

«El fauno es un sátiro que sabe nadar y que toca la cornamusa. Sus faunalias son como tes danzantes primitivos.»

Dos damas se hablan al oído, poniéndose el abanico como pantalla de su confidencia, y entre risas ha exclamado una: «¡Ah! ¡Entonces prefiero a los faunos!»

Yo creo que hoy un fauno no es más que un nuevo rico vestido por Armani. En los periódicos nos reímos del fauno de Gescartera, pero, bien mirado, el nuevo periodismo ha dado más nuevos ricos que la  nueva economía. Después de todo, los nuevos ricos no buscan desconcertar —pensar que es mejor escandalizar a la mayoría que ser aplaudido por ella—, sino impresionar, y creen que la mejor  manera  de hacerlo es imitando las imitaciones de los ricos viejos. Caricaturas de caricaturas. Los medios de comunicación están llenos de ellas. Basta con cambiar de canal o con pasar de página para toparse con un árbitro de la elegancia: en qué ciudad hay que veranear, qué marca de ropa hay que comprar, qué museos hay que visitar, qué coletillas políticas hay que deslizar, y de bastón, un junco de la India con una cabeza de galgo por empuñadura. ¿Pero éste no era aquél que cada mañana, en su pueblo, antes de bañarse, probaba con el mango de la escoba la tibieza del agua del barreño? Sí, pero es que, igual que un árbitro de fútbol suele ser un guardia de tráfico venido a menos, un árbitro de la elegancia siempre es un paleto venido a más. Es decir, un fauno, si ser fauno consiste en triscar más que los sátiros y en reírse más salazmente.

Ocurre, sin embargo, que, así como un toro puede hacerse buey, un elegante puede hacerse paleto, pero en ningún  caso un paleto puede hacerse elegante, del mismo modo que ningún buey puede hacerse toro. En cuanto a los sátiros, que uno se los había figurado siempre como personajes de Sade vestidos por Pierre Cardin, ya ven: va Pierre Cardin y compra las ruinas del castillo de Sade, naturalmente con el propósito de convertirlo en un centro cultural. Con razón puede decir Steiner que, como nunca anteriormente, tenemos hoy hambre de mitos. Y en ésas estamos. La planchadora Maravillas Martínez acaba de revelar en la prensa el gran secreto para lograr la raya  más perfecta de España, que es la de Arturo Fernández, la figura, por cierto, que más se aproxima a la idea que en España podemos hacernos de un personaje de Sade vestido por Pierre Cardin: «Las camisas no tienen más misterio que un toque de apresto, y el esmoquin, con una cepillada, va listo, aunque Arturo lo cuida tanto que no hace falta ni mirar para él.» ¿Conseguirá Pierre Cardin revelamos el gran secreto de Sade?

Hasta ahora, el gran secreto de Sade, cuya gloria póstuma es debida a Apollinaire y los surrealistas, era el gran secreto de Justine —«ou les malheurs de la vertu»—: conocemos las sevicias que cometen los libertinos en el cuerpo de Justine,  pero  ¿qué  sentía  ella? Como Sade no contesta, Jean Pauhlan concluyó que ese silencio era una confesión involuntaria: el filósofo del sadismo era masoquista.


Marqués de Sade


Igual que un árbitro de fútbol suele ser un guardia de tráfico venido a menos, un árbitro de la elegancia siempre es un paleto venido a más