Es cierto que hay en la aldea de Casas Altas de Ademuz un hombre llamado Domingo Rubio, de una fuerza colosal, y que se come todo lo que se le presenta. Cuando vino a cabrevar [en los terrenos realengos, marcar las lindes de las fincas sujetas al pago de los impuestos del patrimonio real] me dijo que se comería todos los libros del despacho si se le perdonaba lo que debía.
Una tarde estando el escribano Íñigo en su aldea le dijo que si se comía un puñado de pelo que había en el suelo le daría un cuartillo de vino; se comió el pelo, después mucha paja con espigas y aristas, una calceta vieja, dos sarmientos secos y una pelota. Otro día se comió 16 libras de tea; se come la comida de los cerdos y cuanto encuentra: tiene buen genio y se incomoda pocas veces, pero cuando lo hace es temible.
Es de advertir que el tal Rubio alcanza una fuerza prodigiosa. Trasladó de un punto a otro un enorme peñasco, que entre muchos hombres no podían mover. Su amo, que había apostado con él dos mulas a que no lo llevaría, quiso pagar la apuesta; mas él rehusó admitir las mulas, y sólo le pidió en cambio una merienda. Gastó su amo cuarenta reales en bacalao, sardinas, pan y vino, y de todo dio cuenta sin desperdiciar nada. Ha sucedido ponerle en un pesebre un pienso de paja y cebada, al lado de una caballería con igual ración, y él con las manos atadas a la espalda, despacharla antes que la bestia que comía a su lado. Otra vez se le amarró a una estaca en un campo de alfalfa, y junto a él otra caballería igualmente asegurada, y en menos tiempo que su compañero, limpió de verdura la arca circular adonde alcanzaba la cuerda con que estaba sujeto.
Una tarde estando el escribano Íñigo en su aldea le dijo que si se comía un puñado de pelo que había en el suelo le daría un cuartillo de vino; se comió el pelo, después mucha paja con espigas y aristas, una calceta vieja, dos sarmientos secos y una pelota. Otro día se comió 16 libras de tea; se come la comida de los cerdos y cuanto encuentra: tiene buen genio y se incomoda pocas veces, pero cuando lo hace es temible.
Es de advertir que el tal Rubio alcanza una fuerza prodigiosa. Trasladó de un punto a otro un enorme peñasco, que entre muchos hombres no podían mover. Su amo, que había apostado con él dos mulas a que no lo llevaría, quiso pagar la apuesta; mas él rehusó admitir las mulas, y sólo le pidió en cambio una merienda. Gastó su amo cuarenta reales en bacalao, sardinas, pan y vino, y de todo dio cuenta sin desperdiciar nada. Ha sucedido ponerle en un pesebre un pienso de paja y cebada, al lado de una caballería con igual ración, y él con las manos atadas a la espalda, despacharla antes que la bestia que comía a su lado. Otra vez se le amarró a una estaca en un campo de alfalfa, y junto a él otra caballería igualmente asegurada, y en menos tiempo que su compañero, limpió de verdura la arca circular adonde alcanzaba la cuerda con que estaba sujeto.