Yo soy como el picaflor
LA PROVINCIA MENTAL
LA PROVINCIA MENTAL
Por Ricardo Bada
elespectador.com
Tengo de toda la vida una relación muy estrecha con América Latina y con su literatura, y sigo muy de cerca desde acá, a orillas del Rhin, en Alemania, lo que sucede allá. Y gracias a internet me relaciono con escritores noveles latinoamericanos, alevines algunos.
Y no es raro el caso de que escuche una queja que me produce risa, no por quienes la profieren, sino por quienes la motivan. Esta vez ha sido con una persona que cuento entre mis mejores amistades, en la provincia argentina de Córdoba.
Saltando un poco sobre su propia sombra, me envió su primera novela, y saltando yo sobre la mía, porque odio leer en pantalla, la devoré en dos tardes lluviosas del plúmbeo verano de la Renania. La autora me había advertido al enviármela: “Quiero hacerle algunos cambios, pero antes necesito una mirada que venga de otras latitudes, porque tienen que ver con el localismo (hechos, personas que nombro), que según los editores que se han negado a publicarla, le quita posibilidades, porque a un lector que no sea de Córdoba no le interesaría. Yo no sé si es tan así; a mí me interesaron libros que hablan de lugares donde jamás puse un pie, con nombres de políticos que jamás supe que existieran, detalles que no me impidieron disfrutar de la lectura. Pero los editores de aquí no piensan igual, sobre todo si el autor no está dispuesto a pagarse la edición”.
Le contesté que “la verdad es que me cuesta creer que haya editores tan cretinos. Yo les haría leer Madame Bovary, Anna Karenina, David Copperfield, Los Maia... y les pediría que me hicieran el favor de ir subrayando todo lo que no les interesa y por tanto les parece prescindible, de Yonville-l’Abbaye, San Petersburgo, Londres y Lisboa, y de las referencias a la historia de Francia, Rusia, Inglaterra y Portugal. Porque con toda seguridad, y según su lógica, tendría que ser mucho, muchísimo. Se me hace, incluso, que esa mirada de los editores que me citas es harto más eurocentrista que la de sus colegas europeos. Ya me dirás a qué editor europeo le interesaría sacar El coronel no tiene quien le escriba (para poner un ejemplo), si contemplase al mundo con los anteojos eurocéntricos de esos señores. Dicho de otro modo: no veo la necesidad de recortar localismos, sino la de buscar editores que sepan de su oficio”.
Todo esto se lo dije porque la novela me ha gustado mucho, está muy bien escrita y creo que merece un chance más allá del charco de ranas que parece ser la Córdoba argentina. Y si lo cuento en esta columna es porque me temo que lo mismo suceda en Colombia con autores que tengan escrita su novela en Cartagena, en Cali, en Medellín, ambientándola en la atmósfera de su ciudad y teniendo que luchar con la provincia mental en que viven sus editores.
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Tengo de toda la vida una relación muy estrecha con América Latina y con su literatura, y sigo muy de cerca desde acá, a orillas del Rhin, en Alemania, lo que sucede allá. Y gracias a internet me relaciono con escritores noveles latinoamericanos, alevines algunos.
Y no es raro el caso de que escuche una queja que me produce risa, no por quienes la profieren, sino por quienes la motivan. Esta vez ha sido con una persona que cuento entre mis mejores amistades, en la provincia argentina de Córdoba.
Saltando un poco sobre su propia sombra, me envió su primera novela, y saltando yo sobre la mía, porque odio leer en pantalla, la devoré en dos tardes lluviosas del plúmbeo verano de la Renania. La autora me había advertido al enviármela: “Quiero hacerle algunos cambios, pero antes necesito una mirada que venga de otras latitudes, porque tienen que ver con el localismo (hechos, personas que nombro), que según los editores que se han negado a publicarla, le quita posibilidades, porque a un lector que no sea de Córdoba no le interesaría. Yo no sé si es tan así; a mí me interesaron libros que hablan de lugares donde jamás puse un pie, con nombres de políticos que jamás supe que existieran, detalles que no me impidieron disfrutar de la lectura. Pero los editores de aquí no piensan igual, sobre todo si el autor no está dispuesto a pagarse la edición”.
Le contesté que “la verdad es que me cuesta creer que haya editores tan cretinos. Yo les haría leer Madame Bovary, Anna Karenina, David Copperfield, Los Maia... y les pediría que me hicieran el favor de ir subrayando todo lo que no les interesa y por tanto les parece prescindible, de Yonville-l’Abbaye, San Petersburgo, Londres y Lisboa, y de las referencias a la historia de Francia, Rusia, Inglaterra y Portugal. Porque con toda seguridad, y según su lógica, tendría que ser mucho, muchísimo. Se me hace, incluso, que esa mirada de los editores que me citas es harto más eurocentrista que la de sus colegas europeos. Ya me dirás a qué editor europeo le interesaría sacar El coronel no tiene quien le escriba (para poner un ejemplo), si contemplase al mundo con los anteojos eurocéntricos de esos señores. Dicho de otro modo: no veo la necesidad de recortar localismos, sino la de buscar editores que sepan de su oficio”.
Todo esto se lo dije porque la novela me ha gustado mucho, está muy bien escrita y creo que merece un chance más allá del charco de ranas que parece ser la Córdoba argentina. Y si lo cuento en esta columna es porque me temo que lo mismo suceda en Colombia con autores que tengan escrita su novela en Cartagena, en Cali, en Medellín, ambientándola en la atmósfera de su ciudad y teniendo que luchar con la provincia mental en que viven sus editores.